Angélica Liddell no deja indiferente a nadie, y Una costilla sobre la mesa: Madre no iba a ser menos. La última producción de Atra Bilis llega a los Teatros del Canal de Madrid como parte de la programación del 38 Festival de Otoño despertando las pasiones de unos y enervando la incredulidad de otros.
La educación, la tradición, el ambiente de puertas afuera en el que te hayas relacionado y lo que hayas experimentado dentro de las paredes de tu casa. Son muchos los aspectos de la relación con tus progenitores los que influyen sobre cómo hayas vivido y te hayas formado como persona. Tantos como los que en un instante se agolpan en tu mente cuando llega el momento de despedirles, de decirles adiós y dejar que cojan la barca de Caronte. Avalancha de imágenes y vivencias que no tienen como fin ver cómo llegan al otro lado, sino obligarte a aceptar que ya no están aquí. Ese proceso y el mirar y digerir o tragar la soledad, la orfandad y el haberse visto visitado, retado y ganado por la muerte es el que representa Angelica Liddell en este espectáculo coproducido por Atra Bilis junto a Iaquidandi, Théâtre Vidy-Lausanne, Festival Temporada Alta y Teatros del Canal.
Su punto de partida es el de las emociones, pero no encapsuladas en un relato que las ordena y relaciona, sino que las traslada al escenario tal cual surgen, de manera visceral, sin dar tiempo a procesarlas, a tomar conciencia de ellas. Por eso prima lo formal y lo plástico, lo efectista, lo que sacude, lo que es difícil de explicar y de fijar con palabras. Primero, la impresión y la sorpresa. Después, la sensación y la contusión. Luego, si acaso, levantar la cabeza, intentar comprender lo que te ha pasado y transmitirlo haciéndote entender.
Una propuesta que se sustenta en sólidos pilares: escenografía (también de la propia Liddell, como el vestuario), espacio sonoro (gran trabajo de Antonio Navarro creando atmósferas), iluminación (Jean Huleu) y la voz de Niño de Elche uniendo estómago, corazón y alma. Así es como lo visual y lo auditivo se conjugan consiguiendo un efecto multiplicador en el que Angela se envuelve, junto a Gumersindo Puche, para arrastrarnos en un viaje que parece conjugar el cuarto mandamiento (honrarás a tu padre y a tu madre), el complejo de Edipo (amor y odio a partes iguales hacia el progenitor) y el matar al padre freudiano (dejarles atrás). Pero justo ahí es donde se nubla la razón y lo que para unos es un descenso a los infiernos, un exorcismo en el que batallar contra los demonios, para otros es una amalgama de imágenes y sonidos con filtro etnográfico que hacen que su performance tenga más de delirio que de simbolismo o chamanismo.
Las circunstancias pandémicas han hecho que el 38 Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid se haya visto a obligar a cancelar Una costilla sobre la mesa: Padre. Obra que, por su título, apunta a complemento, espejo y no sabemos si a antes o después de las pretensiones, logros e intenciones de esta Madre. Esperemos que el tiempo nos de la oportunidad de comprobarlo y de formarnos una imagen de este díptico.
Crítica realizada por Lucas Ferreira