Siglo mío, bestia mía, de Lola Blasco, desembarca con la fuerza de los mares en la sala Francisco de Nieva del Teatro Valle-Inclán de Madrid, con una poderosa puesta que nos hace reflexionar sobre si este tiempo que nos ha tocado es el nuestro, y los mecanismos para adecuarnos al mismo.
Yo (Bruna Cusí) se une a la tripulación de El Piloto (Miquel Insua) para surcar el mar de dudas que le rodea, mientras una bestia que solo ella puede ver, les acecha y que le hace entrega de El Buzo (Hugo Torres), un hombre de tierra que se mueve por las profundidades del mar de anhelos y dudas a las que Yo intenta dar luz.
La escenografía de Marta Pazos, también a la dirección, se desvela tras retirarse el telón, y acompañada de una introducción musical, a cargo de sus compañeros de Voadora, José Díaz y Hugo Torres, recibo el comienzo de Siglo mío, bestia mía sobrecogido y emocionado. Bruna Cusí vuela en manos de “los niños” con un vestido negro de noche, en una tormenta de ideas, bestias y manos de estibadores. Un inicio con declaradas intenciones poéticas y evocadoras que según palabras de la autora es “una obra de tintes poéticos que, sin embargo, se refiere a hechos políticos”: la Primavera Árabe, la crisis económica, la guerra en Siria y los refugiados que flotan en la aguas que nos circundan, guiados por las estrellas, mirando a Sirio, la estrella más brillante de todo el cielo, la Estrella Perro que les ayuda a escapar de una perra vida.
Siglo mío, bestia mía tiene fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura Dramática 2016, «por la fuerza de su confrontación muy personal con un tiempo fracturado, un gozne de la historia”, y esto está captado prodigiosamente en las palabras, y el espectador se enfrenta a este marcado carácter reivindicativo haciendo un ejercicio mental de desconstrucción y ensamblaje de todas esas enseñanzas y parábolas que uno escucha de boca de sus personajes. Cada escena y cada acto exige una reflexión interna, que solo los interludios musicales del Cuaderno de Bitácora (Lola Blasco) dan un respiro a tanta gravedad intelectual.
En esta pieza de Lola Blasco he encontrado grandes similitudes con la historia de James Matthew Barrie, “Peter Pan”, donde las hadas guía, los piratas y los Niños Perdidos, que en Siglo mío, bestia mía, podrían aparecer representados en la sobrecogedora escena, iluminada y compuesta de forma magistral por Jose Álvaro Correia. Cualquier otra reflexión que quisiera aportar en esta opinión sería una divagación sobre lo que yo creo que Blasco me ha querido contar, por lo que voy a preferir pasar al cuadro artístico.
El personaje de Bruna Cusí me transmite más en sus silencios y coreografías de Amaya Galeote, que en sus parlamentos como Yo: aniñados, ingenuos e idealistas. Precisamente cuando su destino se cruza con Hugo Torres como el despiadado Buzo que es un mordisco de realidad en su infantilizada existencia, es cuando la desilusión y los castillos en el aire de grandes causas por las que luchar y caballeros que sacan de apuros, la frustración en los ojos de Cusí son el contrapunto fantástico a la fria viscosidad de Torres, que ha construido su personaje desde ese discurso y carácter que imprime la épica y el valor de la tradición de un buzo que persiste en moverse por un terreno que le es hostil, pero sustentando por la débil seguridad que le da un cordón tan fácil de cortar. Miquel Insua tiene el físico, la apostura, y la entonación perfecta para ser esa figura paternal dura y emotiva que es El Piloto. Echo en falta a José Díaz en escena (declamando) al igual que una participación mayor del Otro Niño, César Louzán, cuya intervención final es muy remarcable aunque quizás es precisamente ese parto final lo crucial de su participación.
Siglo mío, bestia mía es una obra exigente, quizás de más, con el espectador; ambiciosa, lynchiana en la propuesta escénica gracias a la acertada dirección de Marta Pazos, y memorable en cuanto a la pretensión de clásico contemporáneo, y los ecos de teatro clásico. Rescatada de la memoria días después de asistir a la representación, el poso que ha dejado en mi es de amargor, como todo lo que Yo vive en escena, en cuanto al siglo que le ha tocado vivir, y todo ese futuro que está por llegar.
Crítica realizada por Ismael Lomana