Directora artística del Teatre del Raval de Barcelona desde hace más de 10 años, en todos sus estrenos le encanta estar en la platea antes y después de la función hablando de teatro con el público. Se respira, siempre que estás con ella, que el mundo teatral no es solo una profesión; es su pasión. Aunque ha dirigido numerosos proyectos, ella se reconoce actriz por vocación.
El teatro que dirige Empar López siempre ha destacado, principalmente, por obras de carácter social y está estrechamente relacionado con ayudas al barrio que lleva su nombre. Ha programado sobre sus tablas montajes que han dado a conocer a personalidades de este último siglo que identifican a la ciudad de Barcelona, como fue La Moños o La Vampira del Raval. Pero también ha subido a las tablas producciones famosas en el celuloide (como obras de Agatha Christie o la fabulosa El Milagro de Anna Sullivan), consiguiendo crear un ambiente cinematográfico en un espacio teatral y emocionar así a los amantes de ambas artes. Es el alma de la Mostra de Teatre de Barcelona, que estos días se está celebrando, justo cuando cumple 25 años, y que tiene las funciones de las compañías participantes en esta edición ya en su cartel. De seguro, alguien como Empar, con toda una carrera a sus espaldas, tiene muchas cosas que contar sobre teatro a día de hoy y del panorama de las artes escénicas de nuestra ciudad. Leed con atención:
¿Cómo consigue Empar López, la actriz, la gestión de un teatro?
Pues, allá por el 2007 ya hacía tiempo que, junto a otro actor, iba buscando una sala o espacio polivalente. Esa era la ilusión de cualquier actor o director. Pero era muy complicado, porque todo lo que en aquel momento encontraba eran locales en el Eixample, que tenían los techos muy altos, pero con columnas… era muy difícil encontrar un espacio para poder hacer algo sin meternos en obras con todo lo que eso suponía. La verdad es que no pensaba en un teatro tradicional, porque me parecía imposible.
Estuve bastante tiempo buscando y un buen día, por el destino supongo, me llamó una persona para ofrecerme que fuera al Teatre del Raval. Querían tener una entrevista conmigo para ofrecerme la gestión del teatro. En aquel momento, ese era el teatro de la parroquia de toda la vida, pero en el que se habían hecho muchísimas cosas. En su momento fue un cine, luego el teatro del barrio… Un teatro que pertenece al Arzobispado y cuyos ingresos se destinan a familias desestructuradas del Raval. La cosa fue que, después de hablar con ellos, me pidieron que presentara un proyecto para conocer mi forma de trabajar. Alguno de ellos ya me conocía por la Mostra de Teatre, y sabía quién era y lo que hacía. Así fue como me vinieron a buscar y finalmente empecé con el Teatre del Raval.
Eso es como un sueño, ¿no?
Imagina lo que eso significaba para mí porque, créeme, es más difícil tener un teatro que te toque la lotería. No hay apenas teatros. A veces me paseo por él, solo para ser consciente de lo que tengo. Aunque, hay ese dicho de «cuidado con lo que sueñas, que se te puede conceder»… Yo podría estar ganando mucho dinero, que ahora no gano, en otro tipo de trabajos que fueran relacionados con la cultura, pero en el sector privado o trabajando para otros. Pero la verdad es que cuando iba a un cine o a un teatro, a salas pequeñas, por ejemplo la sala de abajo del Teatreneu, siempre pensaba: «¿Yo nunca podré tener esto?». Así que, que te llamen a la puerta y te ofrezcan algo así, imagina lo que significa. Y me gusta que ahora me lo hagas recordar. Pensar en las cosas que parece que no van a pasar nunca en la vida, pero que un día pasan.
No todo es un camino de rosas, pero el esfuerzo es recompensado…
Sí; porque en alguna ocasión he estado a punto de perder el teatro, por la parte económica, que es algo que a mí me parecía terrible. Yo he conseguido dar visibilidad a este teatro en el tejido cultural de Barcelona. Le he dado la personalidad y el valor que tiene ahora. Y si algún día lo tengo que cerrar por la razón que sea, porque se acaben las ayudas, me gustaría que se cuantificara lo que he hecho por él, a nivel reforma, programación y publicidad. A día de hoy, es uno de los teatros pequeños de Barcelona que más se conoce. Y eso es fruto del trabajo que hemos realizado durante estos años.
Inicialmente, mi idea era que el Teatre del Raval se hubiera convertido en la casa de los musicales de pequeño formato de Barcelona, siguiendo el ejemplo del teatro Chocolate Factory de London. De hecho, empecé programando algunos musicales pero este género es muy caro de producir. Entonces cambié a la producción de obras clásicas contemporáneas adaptadas al pequeño formato, como Doce hombres sin piedad, Testigo de cargo o la Mujer de negro entre otras, que han conseguido un gran éxito. Esto ha provocado que el público espere ahora mis producciones. ¿Qué teatro pequeño o de proximidad puede hacer lo que hacemos nosotros? Posiblemente ninguno. Se hacen otras cosas y muy buenas, porque además creo que tiene que haber de todo.
En el Raval le dais mucha importancia a lo que pasa en la ciudad.
En el Teatre del Raval, intentamos reflejar la realidad social que nos rodea. Por eso hemos programado y queremos seguir programando obras que muestran esa realidad, como el El milagro de Anna Sullivan, La Moños, que era un personaje real de la Rambla, o la Vampira del Raval, que cuando el teatro era un comedor social ella iba a buscar comida para los niños.
Pero en el Teatre del Raval también tienen cabida los llamados “nuevos lenguajes”. La Mostra de Teatre de Barcelona, que organizamos desde hace 25 años, es una muestra de nuestra apuesta por visibilizar a compañías jóvenes y emergentes que buscan esos nuevos lenguajes.
A día de hoy, con una cartelera al uso y unos cuantos anuncios ya no puedes mantener el teatro. Lo tienes que hacer a base de esfuerzo con una gran incertidumbre por no saber si tendrás que cerrar o no, por lo que el esfuerzo es aún más grande y te tienes que exprimir aún más. La cuestión es que subir y mantener un teatro cuesta y en nuestro caso, creo que lo estamos haciendo bien.
Durante estos, años aparte de la Dirección del Teatre del Raval has seguido actuando bajo las órdenes de otros directores. ¿Qué prefieres? ¿Dirigir o actuar?
Pues mira, esta pregunta me apetece muchísimo contestártela. Yo, esencialmente, soy actriz. Me he criado entre actores, ya que mi tío era un actor profesional en su época. Cuando yo era pequeña, con 6 o 7 años, iba cada domingo por la tarde a ver una representación al teatro del que éramos socios mi familia y veía una obra de teatro para mayores. Tengo grabadas en mi memoria obras espectaculares. De ahí mi pasión por querer adaptar grandes clásicos, incluso películas de cine, para hacerlas en teatro más pequeñas y poder presentarlas en el Teatre del Raval.
De hecho, como Directora Artística he descubierto que esto es lo que funciona con mi público. Esas obras que he programado, y que algunas también he dirigido, son las obras que recuerdo que tenía guardadas en un cajón a la espera de poder hacer algún día. Por ejemplo, Doce hombres sin piedad, que era un reto. Siempre pensaba que, llegado el momento, la haría. De hecho, quería inaugurar el Teatre del Raval con esa obra, pero como era demasiado laboriosa, empecé con una obra de Carme Portaceli, Les escorxadores, con ella como directora.
Yo me siento esencialmente actriz porque en mi infancia pude desarrollar y vivir el psico-drama del niño. Cuando salía del teatro de ver una obra y llegaba a mi casa, representaba la obra que había visto. Me ponía unos zapatos de tacón de mi madre, una toalla de baño a modo de falda estrecha, y empezaba a interpretar. Los recuerdos y las imágenes que guardo es algo que no tiene precio. Por eso es tan importante la educación cultural y fomentar el gusto y la costumbre por las artes escénicas desde pequeños.
Ser actriz se lleva en la sangre y si además tu entorno familiar fomenta el gusto y el hábito por el teatro, eso que llevas dentro crece y se convierte en algo esencial en tu vida.
¿Cómo te ha afectado a ti y al teatro que diriges el tema de la pandemia del Covid-19 y el confinamiento?
Pues nos ha afectado muchísimo. Porque un teatro que está funcionando y que, de repente, de una semana a la otra, te lo cierran pues es duro. Por otro lado, nos ha afectado porque, en concreto, el Teatre del Raval ha estado 6 meses cerrado. Cerramos el 12 de marzo y reabrimos el 12 de septiembre. Y abrimos, evidentemente, con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar. Tú no puedes montar una obra con solo una semana de tiempo. Necesitas meses, porque el proceso de producción tiene un tiempo. Por lo que, con esta incertidumbre de qué va a pasar, ¿cómo vas a producir? De hecho, yo tenía producciones que tenía planeadas estrenar en septiembre que ya ni me las planteé, porque no podía arriesgarme a arrancarlas en septiembre y que en noviembre me dijeran que tenía que volver a cerrar. Tienes que invertir con tiempo de antelación y ese dinero lo puedes perder.
Luego, trabajas con personas, con sentimientos… Esto no es una fábrica de hacer bolígrafos. Esto es una fábrica en la que juegas con muchas emociones y eso es un problema real. Y, claro, tú no puedes comprometer a la gente y hacerla estar ensayando y que luego tengas que parar por culpa de algún contagio. Eso sería la ruina.
No es solo un tema económico, ¿verdad?
No. El Covid también nos ha afectado en la parte psicológica. Porque llevamos ya demasiados meses con esto. Si todo esto hubiera sido solo durante 6 meses, o el tiempo de confinamiento, pero la cosa sigue y en el fondo hay un miedo intrínseco que no se puede evitar. Pones los medios de comunicación, y solo se habla del tema. Pero cuando se habla tanto de un tema, al final deja de ser una noticia real para pasar a ser una noticia manipulada y deja de tener valor. Y esto es lo que creo que está pasando con el Covid, como si no hubiera nada más en el mundo… Entiendo la relevancia del tema, pero hay más cosas de las que hablar.
Así que ahora estamos volviendo a empezar, arrancando motores. Hemos tenido alguna pequeña ayuda, pero en los teatros pequeños, las ayudas son pequeñas. Cuando hay un paquete grande, se reparte, pero los pequeños reciben en proporción. Nosotros ya nos encontramos de normal ese problema de si cada año vamos a salir adelante o no, porque las entradas tienen un precio muy bajo, así que cuando tienes el mínimo tropiezo la cosa se complica.
Por lógica, más de uno se quedará en el camino. Pero somos creadores y hemos de crear. Yo siempre digo que cuando me levanto cada mañana, no puedo cambiarme la careta. Es decir, yo me levanto y soy creadora, soy artista y eso no lo puedo cambiar. Esta es mi vida y esto es lo que quiero seguir haciendo.
Este año cumple 25 años la Mostra de Teatre de Barcelona, de la cual tú fuiste artífice en el año 1995. ¿Cómo surge la idea de un proyecto así?
Pues en aquel momento yo estaba colaborando con Barcelona TV, que ahora es BTV, y una mañana de domingo me levanté y compré El Periódico de Catalunya y desayunando empecé a hojearlo. En las páginas centrales, a doble cara, me encontré con un artículo que hablaba de la endogamia de aquellos momentos en la profesión. Por aquella época, la profesión la estaba sufriendo y estaba un poco revolucionada por estos temas. En ese artículo se hablaba de que siempre se veían las mismas caras en las artes escénicas. Estaba muy bien porque, incluso, en el artículo mostraban como una especie de árbol genealógico con fotografías de una serie de actores (de 25 años atrás) y se especificaba los personajes que estos interpretaban en diferentes plataformas o soportes culturales. Observándolo, podías darte cuenta que siempre acababan trabajando las mismas caras en cine, televisión y teatro. Y eso creaba un malestar generalizado en la profesión.
Fue en ese momento que yo me pregunté qué podía hacer para cambiar esa endogamia y pensé que estaría muy bien poder empezar a dar oportunidades a las compañías que tenían proyectos y obras para que las pudieran mostrar. Ahí nace la Mostra de Teatre de Barcelona.
Y, ¿algo de la historia de la Mostra?
Empezamos en el teatro Arte Brut, desaparecido ya, donde BTV grababa con 3 cámaras la función. Y cuando acababa, se realizaba una entrevista a un personaje vinculado con el teatro. En su momento pasaron personas importantísimas como Vázquez Montalbán, Constantino Romero, Ferran Mascarell… que daban su opinión al respecto de las artes escénicas. Esto funcionó muy bien y estuvimos unos años haciéndolo.
Luego se cambió el formato y se empezó a programar las diferentes obras seleccionadas en las alternativas de la ciudad. Lo que yo quería era que el ganador pudiera enseñar ese trabajo. Pero me encontraba que luego eso no pasaba. Por esa misma razón endogámica, ya que en los teatros también había una gran dificultad de integrar a compañías más desconocidas. Cuando conseguí el Teatre del Raval, una de las primeras cosas que pensé fue llevar la Mostra a nuestro teatro y programar, por vía comercial, al ganador, dando una oportunidad real a esas compañías. Ese era uno de los objetivos desde el principio. Además, también empezamos a programar obras que no habían ganado, pero que eran susceptibles de ser programadas, porque eran interesantes. La Mostra servía de ‘casting’ en vivo y en directo, viendo a los actores en escena y la reacción del público.
Tengo que decir que la Mostra nació bendecida. Desde el primer día siempre tuvo mucho público. Fueron años en los que el teatro estaba siempre lleno y además siempre ha sido un proyecto muy querido por la profesión. Así fue cómo surgió la idea y cómo creé la Mostra.
El tejido teatral de la ciudad de Barcelona en los últimos años ha sufrido de ciertas críticas (sobre todo hacia los teatros públicos) por el “tapón” generacional o la falta de visibilidad de los actores racializados. ¿Qué piensas al respecto?
Referente al tapón generacional que sufren muchos teatros, sobretodo hablando de grandes teatros que son públicos, yo creo que es más de lo mismo. Es decir, no se puede mantener en un cargo a personas, por muy válidas que sean, años y años, porque creo que no es sano. También pasa en la política. Cada vez que cambian los partidos o que cambia el gobierno, cada uno va con su equipo. Y cuesta mucho cambiar ciertas cosas. Y, precisamente en el arte y en la cultura, pienso que hay que dejar que entre aire nuevo. Porque si no, las cosas quedan anquilosadas, están dirigidas y manipuladas por gente que tiene una forma de pensar, y se va haciendo generacional y nunca se acaba. Creo que esto debería durar 3 o 4 años, como los gobiernos y luego tendría que pasar a otra gente con ideas nuevas, con savia nueva y con memorias nuevas. Entiendo que a un director le guste trabajar con actores que ya conoce, con actores que en otras producciones les han respondido bien, porque ya conoces a ese actor, sabes como es y sabes que te entiendes con él. Pero entonces se convierte en lo que estamos hablando, un tapón del que no se sale. Es como lo que hubo con los ‘lobbies’ hace unos años, con el tema del doblaje. Era un ‘bunker’ y no podía entrar nadie porque solamente era para cuatro privilegiados. Esto ha ido cambiando y mucho. Pero creo que sí, que es una lástima porque hay que abrir puertas. Uno tiene que ser generoso. Y cuando lleva unos años, tiene que ceder ciertos cargos. O, al menos, esta es mi opinión.
¿Qué esperas que pase con el teatro en Barcelona en el 2021?
Mira, es una buena pregunta. Creo que es muy difícil predecir esto. Pero pienso que tenemos que afrontar y vivir el día a día; hemos de ir hacia esa normalidad que hemos conseguido y por la que estamos luchando para que el público tenga claro que la cultura es segura, que la cultura es un bien necesario, casi de primera necesidad para el alma.
Pero en estos momentos no sé qué puede pasar. Se habla de vacunas que llegarán, pero todo es muy incierto. Lo que sí es verdad es que los actores tienen ganas de trabajar, de estar en el escenario, porque lo necesitan. Y la gente necesita, de vez en cuando, poder sentarse en algún sitio y olvidarse de todo esto. Por eso, en mi caso, no quiero saber de obras que hablen de esta pandemia. De aquí a un tiempo, a unos años, me parecerá bien que se hagan obras con lo que está pasando. Pero en estos momentos, yo no iría a ver una obra que me hablara de esto. Creo que es, más bien, un tema a hablar de aquí a un tiempo, en el que sabremos cosas que ahora no sabemos y que seguramente no podemos ni imaginarlas.
Por tanto, el futuro del teatro en el 2021 creo que será aguantar, ir tirando y ver qué podemos hacer para sobrevivir. Pero igual que nosotros, el resto de la economía del país. Que sí habrá teatros que se podrán sostener, porque son públicos, y quizá los más grandes, aunque ellos también están sufriendo y su caída es más alta que la de los pequeños. Pero confío en el día a día, en la responsabilidad de los que estamos haciendo que esto sea algo seguro y que estamos siguiendo las normas a rajatabla y a ver qué pasa. También creo que el 2022 será otra historia y cuando el Ave Fénix renazca, ya veremos, pero seguro que será otra historia.
Si pudieras llevar a cabo el proyecto de tus sueños sin que tuvieras que preocuparte por la parte económica o la dificultad de este, ¿cuál sería?
Pues, mira… Si tuviera recursos y no tuviera ninguna complicación de ningún tipo por el tipo de proyecto o espectáculo, tengo más de una cosa guardada. Sinceramente, no te las querría decir, porque no es la primera vez que me han robado una idea. Pero, ¡va!… (sonrisa) Voy a arriesgarme a decirte alguna… Si alguna vez tuviera un espacio muy grande, o dirigiera un teatro grande, con un escenario enorme, y tuviera un presupuesto de iguales dimensiones, montaría Proceso y juicio a Jesús de Nazaret. No es algo que se pueda atrever cualquiera a hacer, porque es una cosa muy complicada. Pero sé que es una cosa que quedaría espectacular.
Entrevista realizada por Diana Limones