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23.10.2020 Críticas  
Oficio y reverencia teatrales

Las Naves del Matadero de Madrid cogen velocidad de crucero y se posicionan de nuevo como ese templo teatral que nunca debió desaparecer. Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo, versionada por Pau Miró, dirigida por Mario Gas y con Vicky Peña y Pablo Derqui es de esos montajes que destilan teatro por los cuatro costados.

La novela del mexicano Juan Rulfo está considerada un exponente de la literatura latinoamericana. Enmarcada entre las mejores y con el realismo mágico como parte importante de la misma. Con sueños, muertos que hablan entre ellos, atmosferas cargadas de historia y sobre todo unos personajes poderosos. Juan Preciado es hijo de Pedro Páramo. Al fallecer su madre, Juan se dirige a Comala para reclamar a su padre lo que siempre les debió. En el camino a Comala y en su estancia, Juan Preciado se topará con personajes que formaron parte de la vida de su padre. Algunos vivos, otros muertos. Todos ellos nos relataran la vida claroscura de Pedro Páramo, sus mujeres, sus otros hijos. El alarde descriptivo es descomunal. El viaje es uno sin retorno.

Pau Miró ha hecho un colosal trabajo al hacer una dramaturgia para que esa historia se cuente solo con dos actores. Los mismos, en una demostración de ingenio teatral, mutarán constantemente de personaje, de época. El hilo argumental requiere atención por parte del espectador, pero está tan bien hilvanado que se sigue con asombro.

Para una empresa así solo se puede contar con actores de talento excepcional. Mario Gas, que sabe y mucho de teatro, se ha rodeado de dos fieras escénicas. Vicky Peña, una de las grandes damas del teatro, hace aquí algo soberbio. Su rango de personajes va desde la sufrida mujer de Pedro Páramo a un revolucionario, pasando por Dorotea en la sepultura. Poco se puede añadir a lo que se haya dicho de Vicky Peña, solo que disfrutarla en acción, y más en este ramillete de personajes, es un lujo para cualquier amante del teatro.

Pablo Derqui, al que nos gustaría más ver por Madrid, es otro de los grandes actores de nuestro país. Es de esos actores que destila oficio y verdad. Se desdobla en menos papeles que su compañera de escena, pero su interpretación de Juan Preciado y Pedro Páramo bien le deberían valer algún reconocimiento más allá del sonoro aplauso. Está todo bien lo que hace Derqui en escena. Imposible no dejar de mirarle.

Mario Gas les dirige con sentido del espectáculo. El texto es denso por momentos, enrevesado, con saltos temporales, pero el brío propuesto, la temperatura teatral es de esas que se agradece. Uno se descubre sin parpadear para no perderse nada.
Apoyados en una bella escenografía de Sebastià Brosa, que lleva inmediatamente a Comala, en la que se respira el abandono y el calor sofocante. Luz bellísima de Paco Ariza y las siempre acertadas y visionarias proyecciones de Álvaro Luna.

Sale uno de la Fernando Arrabal del Matadero empapado de oficio teatral, reconciliado con este arte milenario de contar historias. Teatro del grande, del que se recuerda. Ensoñaciones, visiones. Al llegar a casa se sacude uno el polvo del camino que lleva al rancho La media luna.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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