El 12 de septiembre se estrenó en el teatro Príncipe Gran Vía de Madrid la comedia musical Lo nuestro estaba cantado, una historia que recorre la separación de una pareja y que está adaptada y dirigida por Miguel Molina con un reparto formado por Rocío Madrid y Víctor Massán.
Se trata de una obra escrita por Ignasi Vidal en la que nos presenta a Joel y Daniela, un matrimonio dispuesto a divorciarse que se queda atrapado en el ascensor de los juzgados, ocasión que aprovechan para repasar su vida en pareja. Un cóctel de música y teatro, con una sencilla escenografía, que se podría apreciar mejor si en el teatro tuvieran un poco más de sensibilidad con las medidas de seguridad contra la COVID.
Un patio de butacas prácticamente lleno, no dudo de que cumplan a rajatabla la normativa de aforo máximo para los teatros de Madrid pero desde luego no limitan aún más ese aforo como sí hacen la mayoría de las salas pensando en el beneficio y en la comodidad de su público, asistentes para los que el uso de la mascarilla debía de ser opcional y una salida paulatina y ordenada inexistente. ¡Todos a la vez! Evidentemente, el tema de evitar aglomeraciones no va con ellos y lo que ocurre en el teatro Príncipe Gran Vía de Madrid no tiene nada que ver lo que he visto y he vivido en el resto de salas de la capital donde sí me he sentido segura, lo que me ha permitido meterme de lleno en la historia que ocurría sobre las tablas.
Una vez apagadas las luces, aparecen los dos personajes protagonistas y ya nos anticipan qué tipo de humor vamos a presenciar durante los 90 minutos aproximados que dura el espectáculo: muy simple y lleno de estereotipos. Intentan, incluso muchas veces lo consiguen, arrancar carcajadas de unos espectadores completamente entregados a un montón de diálogos poco ingeniosos y acompañados de excesivos aspavientos que nos dan la impresión de estar presenciando forzadas sobreactuaciones.
Víctor Massán y Rocío Madrid forman un enérgico combo en el que se aprecia una gran química porque, independientemente de todo lo demás, es innegable que tienen una enorme complicidad entre ellos y que están muy bien compenetrados de principio a fin. Las voces de ambos nos sorprenden muy gratamente aunque estén inmersas en un texto poco sustancioso con un argumento en el que se podría profundizar mucho más. Nos impresionan cantando pero se tienen que contener en determinados momentos.
Para crear el espacio escénico de Lo nuestro estaba cantado no han utilizado un gran despliegue de medios pero es que tampoco hace falta. Por un lado, la ubicación de los elementos sobre el escenario posibilita la ejecución correcta de la coreografía creada por Sonia Dorado. Tres espacios bien diferenciados – una mesa con sus respectivas sillas, el interior del ascensor en el que se quedan atrapados y un sofá- y sutiles cambios de vestuario sin salir de escena ayudan a que el público imagine dónde tiene lugar cada acción.
Todo bien acompañado por una original y correcta iluminación pero, por el contario, un mejorable sonido; cuestiones de las que se encarga Gabriel Lázaro con el fin de aportar cosas buenas a esta obra dirigida a un público poco exigente en cuestión de humor, aunque quizá en estos tiempos que corren sea la distracción más demandada. No hay que esperar un mensaje profundo de Lo nuestro estaba cantando, se trata de mero entretenimiento para los sábados de septiembre y octubre.
Crítica realizada por Patricia Moreno