El Temporada Alta de Girona no ha hecho más que arrancar y ya empiezan a desfilar montajes que inundarán de cultura la provincia. Una de las compañías que siempre ha estado muy presente es La Ruta 40 que este año presentó Els subornats en el Teatre de Salt, un texto escrito por Lluïsa Cunillé con Lurdes Barba a la dirección.
Todo proyecto de La Ruta 40 que he podido ver me ha fascinado. No solo por las historias que cuenta, siempre reinventándose con formatos variados y novedosos, sino por la siempre brillante ejecución en la interpretación. Els subornats sigue fiel a esas premisas en lo que tiene que ver con presentación y trabajo actoral, aunque en esta ocasión la dramaturgia, cuya sinopsis a priori suena totalmente atractiva para amantes de teatro y cine, me deja algunos vacíos interiores una vez salgo por la puerta del teatro.
El montaje arranca con la proyección de los minutos finales de la película de Fritz Lang que da nombre a la obra que, admito, ilusiona a los que somos entusiastas del cine clásico. Cine y teatro en la misma sala a la vez… Y de ahí, y muy lentamente, se va sucediendo la presentación de unos personajes y sus historias, algunas relacionadas con decisiones complicadas que estos han de tomar y que no tienen vuelta atrás, pero con los que, de alguna manera, me cuesta empatizar.
En los demás aspectos, sin embargo, Els subornats se disfruta de principio a fin. La escenografía creada por Laura Clos «Closca» recrea con todo lujo de detalles la sala de proyecciones vieja y descuidada de un cine que, de hecho, cerrará en breve sin importar cómo eso afecte a los implicados. Buena similitud con algunos de los personajes, que tienen que (y otros deberían de) cerrar etapas de su vida, aunque eso pueda salpicar a los demás. En el trabajo de la «Closca» puedes oler la moqueta sucia y llena de porquería, la humedad de ese gris lugar, a la vez que te recreas en todos y cada uno de los elementos (no falta ninguno) que se han ido acumulando en las tripas del arcaico y destartalado cine que a veces hace pases para no más de un espectador. En una caja de cartón tirada en el suelo, los rollos de otra obra maestra de Lang: M, el vampiro de Dusseldorf. Después de tanto tiempo de sequía, poder estar en una función de teatro donde se hable de cine es, cuanto menos, agradable.
El plato fuerte viene con la interpretación de los tres personajes masculinos a los que Lurdes Barba ha dirigido. Una vez más Alberto Díaz, Albert Prat y Sergi Torrecilla vuelven a demostrar la química que existe entre ellos cuando están sobre las tablas. Años de trabajo conjunto y de conexión como compañía siempre quedan evidentes y esta es una prueba más de ello. Y una vez más también, demuestran que son actores para interpretar cualquier registro que se les ponga delante. Comedia, drama o ‘film noir’, textos pausados o vertiginosos, son siempre realizados con una práctica perfecta que confiere gran calidad en sus proyectos.
Sergi Torrecilla, quien nunca defrauda y siempre es capaz de calarse hasta de lo más recóndito de sus personajes, interpreta a Víctor, un hombre en su etapa de hundimiento emocional más profunda, con una perfecta pulcritud. Díaz es su hermano, el proyeccionista del cine donde transcurren todas las escenas, y el que nos hiciera reír a carcajadas vez tras vez en su papel del extemporáneo y charlatán productor en Sacarina (por citar mi último recuerdo), ahora es un hombre reservado que mide extremadamente sus palabras. Albert Prat, con su habitual facundia, es el amigo de Víctor, el político que ejerce como tal, reafirmando lo que al final ya se sabe de la clase política. Prat aquí juega un doble papel, arrancando la función en una vertiente y terminando en otra completamente opuesta, pero realizándolo con la comodidad habitual que le caracteriza. Completa el elenco Àurea Márquez, como Selma Parker, quien tiene una intervención breve pero reflexiva y gracias a la cual Nídia Tusal se lleva un sobresaliente en vestuario y caracterización.
Sobra decir que no veo el momento de ver el siguiente proyecto de La Ruta 40, como conjunto, o de sus componentes por separado. Quiero aplaudir al Temporada Alta por seguir contando con ellos después de tantos años y por su extremadas medidas de seguridad en estos tiempos. Y aprovecho para extender mi mayor felicitación a la propia compañía por el merecidísimo III Premio ADETCA en la modalidad de “Proyecto artístico singular, por la innovación constante y sostenida y por su importante aportación a las artes escénicas”. Un reconocimiento que me hace feliz cuando ayuda a difundir a un equipo como este, que ha hecho todos los méritos para ello.
Crítica realizada por Diana Limones