Todas las flores es una creación de Laia Alberch, Judit Colomer, Bàrbara Mestanza y Carla Tovias. Es una obra de teatro-manifiesto (o un manifiesto hecho obra de teatro) dedicada a nosotras, pero que mira a los ojos de todos y que se puede ver durante todo este mes, y hasta primeros de octubre, en la Sala de baix de la Sala Beckett del Poblenou de Barcelona.
Aunque es un proyecto que viene de lejos y se estrena ahora, parece un escrito elaborado durante estos momentos de< pandemia al que se le han conferido tintes de ciencia ficción. Un montaje en el que tiene tanta importancia lo que se dice, el cómo se dice y el envoltorio en el que se presenta. Ese envase de poesía visual, de melodía y movimiento, que ha estado cuidadosamente elegido y cuidado, junto al tenso argumento y la declaración de intenciones son el tejido que forman el éxito de Todas las flores.
En la parte narrativa Alberch, Colomer, Mestanza y Tovias han inventado una historia con una dramaturgia muy potente en un futuro indeterminado. A un convento algo apartado de la civilización llegan mujeres a parir (a dar a luz) y allí son acogidas, alimentadas y ayudadas. Lo que parece una buena obra, en breve se convierte en un mundo distópico para las 5 mujeres que protagonizan esta historia, dejando aflorar una trama inquietante y desestabilizadora tanto para ellas como para los que miramos desde la platea.
Sin perder el hilo del relato, y paralelamente, cada una de ellas realiza su propio manifiesto feminista. Tocando temas como la eterna lucha contra la carente (inexistente a veces) igualdad entre sexos, la falta de visibilidad y oportunidades para las que están en riesgo de exclusión social, la normatividad de los cuerpos o el dolor que nos produce ser mujer, estas mujeres una y otra vez salen del convento, rompiendo la cuarta pared, para explicarle al mundo cómo se sienten.
En Todas las flores, el frío que rodea al convento es inversamente opuesto a la temperatura que controla el interior de los cuerpos y mentes de estas cinco mujeres. Cada una de ellas representa o expone un arquetipo (como dice Hernández en la nieve, al final solo hay 4 o 5 tipos de mujeres) pero todas sienten, viven y se expresan como mujer. Mestanza dirige esta obra coral consiguiendo extraer lo más visceral de las actrices, entre ellas la propia Alberch (ya me dejó con muchas ganas de verla de nuevo en Sarab en el Akadèmia y no ha defraudado) y la Tovias (cuyas breves apariciones aparte de las 5 mujeres del convento son, cuanto menos, impactantes). Sandra Pujol trabaja su personaje sobretodo desde las miradas y su dulzura es el bálsamo de la función. Maria Hernandez, que va creciendo y volviéndose inmensa escena tras escena a medida que pasan los minutos y su personaje va adquiriendo protagonismo, nos regala un grandiosísimo final. Júlia Molins ejecuta la parte más dramática de la función, con gran consecución de su personaje, removiendo a la platea con su desgarrador discurso de madre. Completa el elenco Georgina Latre, quien nos ofrece una interpretación sencillamente espectacular. Es uno de los platos fuertes de este montaje y encuentro muy acertado haberle asignado tantas líneas en las que expresan, como perlas, tantas verdades. Ya lo dijo Goethe: «La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma». Todas ellas desprenden una evidente conexión sobre las tablas que resulta en la armonía que esperamos disfrutar.
A nivel técnico, nos encontramos un espacio escénico frío y prácticamente desnudo, que ha estado a cargo de Judit Colomer, y que combina muy bien con el cuasi apocalíptico relato. Sin embargo, hay momentos necesarios de contrapunto climático, que han sido bien escogidos, donde el diseño de luces y el trabajo de Clara Aguilar en la parte musical y de sonido, muy esperado y que supera las expectativas, en algún momento acaba arrancándome más de una lágrima.
No sé si es la sed de volver a los teatros, si es la necesidad que teníamos del mismo por la parte de creadores, técnicos y actores y por la parte del público en el otro lado, pero Todas las flores es una propuesta necesaria, valiente y alentadora. Y manteniendo su mensaje de cambio, ese incitador final, que a la par es esperanzador, no creo que nunca se me olvide. La Sala Beckett, como siempre, apostando por todo lo alto.
Crítica realizada por Diana Limones