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18.09.2020 Críticas  
El desplome del arco iris

El Umbral de Primavera continúa su programación los jueves de este mes con Judy, autopsia del arco iris, de Ózkar Galán, con José Luis Mosquera interpretando este monólogo compuesto por quince cuadros, una agresión, y una epifanía; un nuevo acercamiento a la figura de Judy Garland desde la perspectiva que da la visión de su figura totémica desde los suburbios.

Judy Garland es presentada en este proyecto escénico firmado por Ózkar Galán  y Manu Berástegui a la dirección, por las bocas de muchos a los que su vida dio de comer: su madre, el señor Mayer, su marido Vincent Minelli, el perro Totó o el joven Malcolm, a quien la figura de Judy reafirmó todos los principios que le harán convertirse en un personaje clave de la lucha por los derechos humanos tiempo después. Todos los personajes son interpretados por José Luis Mosquera, quien se desdobla en todos ellos escena tras escena, en un ejercicio de interpretación que se percibe como extenuante pero gratificante ante el resultado del mismo.

Mi acercamiento a Judy, autopsia del arco iris es desde casi la completa ignorancia de la vida personal de un icono popular como fue la madre de la leyenda viva Liza Minelli. Mitificada por artistas de la talla de Rufus Wainwright y cuya vida fue llevada a la pantalla no hace mucho tiempo con otro ave fénix como es Renée Zellweger (película que aún no ha sido añadido a mi lista de visionados del 2020); es innegable que la sombra del mito es alargada y que el relumbrón de los focos y las pantallas oculten toda la sangre, sudor y lágrimas que han hecho llegar a esa persona al lugar desde el que la miramos con ilusión y admiración.

El texto de Ózkar Galán que debe partir de una labor de investigación previa para dotar a esta galería de satélites en torno a la estrella Judy, nos da pinceladas de las duras condiciones de trabajo de los jóvenes actores de la época dorada de Hollywood, que entre drogas, abusos, niveles de exigencia inhumanos, y alienación de la propia persona, crecieron como juguetes rotos por dentro para el disfrute de generaciones y generaciones. Judy, al igual que Shirley Temple o Mickey Rooney, fueron sometidos a todo un sistema bien establecido y aceptado en la que niñas y niños eran objetizados, monetizados y sexualizados , en un modelo de trabajo en el que los abusos sexuales y los castings de sofá se han perpetuado hasta el día de hoy, con claros ejemplos como el movimiento #MeeToo o que se permita en el prime time patrio que el señor Pablo Motos interrogue a una menor sobre sus gustos sexuales hacia hombres que le quintuplican la edad y la normativiza en cuanto a una identidad sexual que aún no tenga siquiera formada.

Judy, autopsia del arco iris es un atrevido ejercicio biográfico que funciona la mayor parte de las veces, pero cuya intención se emborrona personaje tras personaje, y termina siendo un mcguffin en el que Judy era solo la excusa de para acercarnos a ese Malcolm de cuya vida y obra me hubiese interesado mucho más saber. Ózkar Galán ha cumplido con que gran parte de los apuntes biográficos del personaje a estudiar han sido bocetados y explicados sin haber obligado al espectador a estudiar previamente al sujeto que va a ver representado en escena, aunque justo sobre ese personaje que fagocita como principal a Judy, para parte de la audiencia no tenga sentido a no ser que demos por hecho que solo un público con cierta cultura general gay es el que se acercará a El Umbral de Primavera.

Judy, autopsia del arco iris desaprovecha y desecha una propuesta escénica a cargo de la compañía, Arlequeen; cuando abandona esa investigación y disección del personaje para perderse en unos caminos de baldosas amarillas, negras y rojas que no conducen al mágico reino de Oz, ni a ningún lugar en el que se esté mejor que el hogar, Totó.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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