Volver a la emoción, volver a la música, a las sensaciones suspendidas. El Teatro Real hace historia siendo el primer teatro lírico del mundo en levantar el telón en tiempos pandémicos. La Traviata no puede ser mejor título para este hito. A pesar de las medidas de seguridad sanitaria impuestas, la ópera de Verdi sobrevuela y llena de ilusión una platea enmascarada.
¿Qué decir de una obra cumbre como La Traviata? Poco se puede añadir que no se haya dicho ya. Algunas de las melodías más irresistibles y reconocibles de la historia de la música y por ende de la humanidad, están en esa mágica partitura. Tomando como base la novela de Alejandro Dumas, La dama de las camelias, Verdi compuso una de las óperas más queridas de la historia. Poco podría imaginar Verdi que su brindis del primer acto serviría para erizar el vello de una platea con aforo reducido y con mascarillas quirúrgicas en pleno siglo XXI.
Ha tenido el Teatro Real que poner imaginería y presupuesto para este hecho histórico. La Traviata que había propuesta no se ha podido llevar a cabo y se ha presentado una Traviata de “nueva normalidad”. Leo Castaldi como responsable del concepto escénico ha cuadriculado el escenario para proporcionar un espacio delimitado y seguro para tanto los integrantes del Coro, como para los solistas. Se ha recuperado vestuario y alguna pieza de escenografía de los almacenes y se ha ampliado el espacio para la orquesta. En cualquier otro momento esto posiblemente habría sido motivo de escarnio, pero en este momento, la valentía, la dificultad, y la ilusión permiten que el montaje a pesar de ser sencillo tenga la enjundia de gran montaje.
En escena la historia de Violetta y Alfredo, que no se tocan ni se acercan, los abrazos se quedan inertes en el aire. Una Violetta aquejada de una enfermedad contagiosa que suplica el abrazo que la distancia no le permite. Una muerte en soledad, sin una mano que la consuele. ¿Puede haber algo más actual y reconocible? Tristemente, no. Estremecedora realidad.
El Teatro Real ha preparado cuatro repartos de altura. En la función a la que asistí pude disfrutar de la experimentada Marina Rebeka, preciosa y precisa Violetta, un lujo. Michael Fabiano como Alfredo tiene un porte frágil y seductor. Sacudido por las circunstancias de su amor prohibido con la alegre Violetta. Resuelve con nota su personaje y resulta sumamente agradable. Mención destacada para Artur Rucinski y su Giorgio Germont, que se llevó una de las merecidas ovaciones de la noche.
El Coro titular del Teatro Real, tan acostumbrado a recorrer el escenario, esta vez permanece estático en su sitio, ocupando cada miembro su cuadricula asignada. No me cansaré de repetir la calidad de ese Coro. Esta vez, brilla con sobriedad, emocionando como siempre.
A los mandos de la orquesta el maestro Nicola Luisotti que es consciente de que está haciendo historia, y que imprime a la orquesta el ritmo y pasión de gran acontecimiento.
No se le puede poner ningún pero a esta Traviata. La singularidad del momento en que nos hallamos hace que cualquier flaqueza o defecto que se le pudiera hallar caiga rápidamente en el olvido. Nada mejor como una composición de valor incalculable para recordarnos lo que es vivir un espectáculo en vivo. Para recordarnos que el teatro es ese silencio entre desconocidos, ahora enmascarados. Esa emoción que recorre el escenario y que impregna cualquier rincón del teatro. Las lágrimas que las mascarillas no pueden ocultar. Esa distancia de seguridad que solo la música puede salvar y salva. El abrazo invisible de Violetta antes de su último aliento.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau