La danza vuelve a los Teatros del Canal de Madrid con la maestría y la energía de Sara Calero en el estreno de un espectáculo en el que lo tradicional se fusiona con lo urbano y lo clásico con lo desenfadado para dar como resultado una experiencia provocadora de goce y disfrute.
En el marco del Festival Madrid en Danza y con proyecciones de grandes avenidas neoyorquinas, un piano y un cuarteto de cuerda (dos violines, una viola y un violonchelo) comienzan los primeros compases de un montaje que nos demuestra que nuestros prejuicios, expectativas y comodidad mental tienen la batalla perdida frente a la creatividad, las ganas y el saber hacer de los buenos artistas. Más allá de la fusión o de jugar al contraste, lo que Sara Calero nos demuestra es que el sentimiento y la emoción, lo que se desea contar y compartir no tiene por qué hacerse siguiendo unos cánones fijados, unas pautas inalterables.
Lo deja patente cuando se sirve también de lo formal, dos guitarras flamencas, en solos o unidas, pero también cuando se acompasan al resto de instrumentos para sumar sonidos a su propuesta. Una adición en la que se sirve de igual manera del juego y la versatilidad, así, lo que desde el patio de butacas parece ser un piano resulta ser un clave y el cuerpo del violonchelo llega a ser utilizado como un cajón.
Una propuesta poética acompasada con lo estético. Gema Caballero tiene voz de tablao pero viste chaqueta de lentejuelas, lo mismo podría estar bajando por las cuestas del Albaicín en una noche estrellada que parar el tráfico, los semáforos y las luces de néon de la Quinta Avenida. Similar a lo que sucede cuando Sara Calero sale al escenario y la sinuosidad de su cuerpo, los quiebros de su cintura y la rotundidad de sus zapateados se convierten en el imán visual en el que convergen los ojos de todos los espectadores. No luce bata de cola ni falda flamenca, sino gasas con aires parisinos y pantalones como segunda piel, haciendo aún más evidente que su propuesta no trata de desubicar el fandango, sino de demostrar su versatilidad y, si me apuras, su universalidad.
El único pero que se le puede poner a lo visto este viernes en la sala roja de los Teatros del Canal está en la sencillez de su escenografía. Será por estar pensado así, será por las medidas de seguridad que hayan impedido ensayar o contar con más recursos técnicos, pero hay pasajes en que el jugar únicamente con las proyecciones, las luces y un escenario con una mínima estructura arquitectónica se queda simple cuando domina un tenue color blanco tanto en los focos como en el suelo y las pantallas. Una pequeña enmienda a esta premier -al que acudieron Felipe VI y familia, momento papel cuché- de Elena Santonja / ES Management que ojalá tenga el recorrido que merece.
Crítica realizada por Lucas Ferreira