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10.07.2020 Críticas  
Un hombre en llamas

Javier Lara cierra la trilogía que abrió “Mi pasado en B” y “Scratch” con este Delicuescente Eva en el Teatro de La Abadía, un grito redentor sobre la complicada relación con su hermana, que podría ser también la nuestra.

Un bosque, una carretera comarcal, un coche que intenta evitar a un hombre en llamas en medio de la pista. Dos hermanos enfrentados (María Morales y Javier Lara) sometidos al foco de sus respectivas linternas, dando luz a los episodios oscuros de su pasado; vulnerables por la ceguera de esta exposición brutal a esa luz blanca. Natalia Huarte es Eva, la del futuro y la del pasado, y les guiará por esa oscuridad.

La familia como ente y material dramático es mi kriptonita, y tiendo a proyectar toda la disfuncionalidad de la mia sobre estos núcleos  que se describen sobre el escenario. Javier Lara utiliza, una vez más, la suya, para hacer una terapia expositiva y pública, sobre su mochila emocional; esta Delicuescente Eva es una nueva terapia de grupo, tras la brillante Scratch sobre su hermano. Ahora es Eva, la que no fue Jaime, la pena negra de su padre cordobés, y los primeros años de la familia en la Barcelona de los 70, lluviosa e imponentemente intelectual para una familia emigrante andaluza.

Delicuescente Eva es una emocionante muestra de autoficción, con un texto de Javier Lara que va cobrando forma y sentido según avanza la narración, y que da forma a ese relato oral de la Eva original, que se escucha en la instalación del vestíbulo del teatro, donde unos teléfonos nos permiten escuchar el testimonio de esta hermana que se enfrenta a ese “cajón de mierda” que han ido llenando con los años. Un abono natural que hace germinar el bosque en el que se mueven Javier Lara, María Morales y Natalia Huarte, interpretando al Padre, la Madre (aún recuerdo su tupper de croquetas de “Scratch”), la pequeña Eva, el joven Javi, la monja navarra, y ese matrimonio catalán cuyos hijos pierden la inocencia al saber el secreto que se esconde tras los Reyes Magos.

Si la emoción me embargó con el relato de ese hermano en los riots londinenses, salgo de Delicuescente Eva tocado profundamente por mis propios asuntos no resueltos, y que, como los del protagonista, tampoco parece que se vayan a resolver.

María Morales está, una vez más, fantástica como Eva o como madre, o hasta podría ponerse en el lugar de Javier, y estarlo de igual manera. Javier Lara como él mismo y como su padre, hace un esfuerzo dificilísimo, siendo esto un autorretrato escénico que implica tanta exposición a tantos niveles, que debe ser agotador emprender esta función cada día, atrapado, como aquella película, en su pasado. Natalia Huarte es una Eva extraordinaria, y su presencia en este montaje tiene un gran peso evocador, pero a la vez su paso por la escena es liviano y mágico.

La escenografía a cargo de Paola de Diego es un delicioso exceso para cerrar esta trilogía, que ayuda a reforzar muchas de las imágenes del montaje. El comienzo tiene la misma fuerza que el inicio de la película «O que arde», y la potencia de los hermanos como Adán y Eva en el jardín del Edén, hacen que lo vivo y lo muerto de la escena, sean un bodegón escénico sobresaliente, gracias también al brillante texto de Javier Lara y la dirección de Carlota Gaviño, cuya mano es crucial en todo Grumelot según pude constatar con mi amigo A. que comentaba que ella es la diosa Diana, cazadora de momentos y generadora de sensaciones, que con su lazo atrapa todas las historias y las sirve al público como una deliciosa presa.

Delicuescente Eva vuelve una vez más a demostrar que los Grumelot (y aquí con la Compañía de Babel y el propio teatro a la producción), están en una excelente forma y sus proyectos son clásicos instantáneos, cuya retrospectiva dentro de muchos años, disfrutaré como hago en estos momentos: con kleenex y psicólogos.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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