Alícia Gorina estrena de nuevo en la Sala Petita del TNC, esta vez con la obra Solitud de Barcelona, de Victor Català (seudónimo de Caterina Albert), que será parte del Epicentre Pioneres, con el que el teatro va a ahondar en la obra de escritoras y dramaturgas catalanas de la época del Modernismo y así acercar más su trabajo al público catalán actual.
Solitud es el camino que emprende Mila, una mujer recién casada que vive en la infelicidad producida, entre otras cosas, por esa relación. Busca la compensación de la ausencia de ciertas afecciones en los personajes que la rodean, que simbolizan estados y personalidad tipificados y con los que que Català construye un imaginario en torno a Mila que se convierte en la historia de una búsqueda interior, la de una mujer hacia su elegida soledad. “Las filtraciones de la soledad habían cristalizado amargamente en su destino” dice Mila al final.
No es un texto fácil el que ha elegido Gorina para esta ocasión. Escrito en un catalán antiguo y con escasos diálogos (la mayoría de los personajes, incluida la propia Mila, son principalmente narradores de la historia), Solitud la entiendo como esas obras que nos suele regalar la directora: retos personales que comparte con el espectador. Ella misma reconoce que lo dieron como proyecto destinado al fracaso cuando lo presentó por la aparente imposibilidad de poder llevar a escena esa riqueza textual, esos paisajes descritos solo con palabras, así como el plasmar en un escenario los sentimientos más profundos. En este caso, Albert Arribas ha hecho un excelente trabajo de dramaturgia (en su línea) y ha conseguido plasmar pensamiento y emoción en líneas para teatro.
Pero Gorina, que ya se ha enfrentado a proyectos de difícil envergadura (piénsese, por ejemplo, en el Blasted de Kane), parece ser que tiene las cosas más que claras en su mente y con Solitud ha conseguido apuntar en su currículo un evidente futuro éxito más. Esa exigencia a los que ha sometido a los actores, la construcción del mundo íntimo con una escenografía en crecimiento frente al público y la distinción que le ha otorgado a la belleza (tanto de la palabra como de lo visual) creo que favorece, sin duda alguna, el triunfo del mismo.
La progresión en directo de la construcción del espacio escénico le merece a Sílvia Delagneau grandes alabanzas como artífice del mismo y espero se tenga en cuenta para futuros reconocimientos. Así como el resto de aspectos técnicos, que sin duda han sido determinantes para conseguir el atractivo y la delicadeza que antes mencionábamos. El vestuario de Bàrbara Glaenzel, la iluminación de Raimon Rius y el sonido de Igor Pinto reflejan que Solitud es muchas cosas, pero especialmente un gran trabajo en equipo donde todos han comprendido el ideario de Gorina.
El elenco, es uno que ya te hace salivar nada más conocerlo. Es un lujo sentarse en una butaca sabiendo el desfile de actores uno va a disfrutar. Maria Ribera como Mila está sencillamente espectacular. Una mujer entre hombres. Una que nos representa. Todas somos Mila en un momento u otro de nuestra vida. Y todas, al final, deberíamos aprender a encontrarnos con nosotras mismas a pesar de las consecuencias. Optar por escoger nuestra soledad o, como mínimo, aprender a seleccionar de quienes estamos rodeadas. Ribera nos da todo eso y más. El silencio sepulcral de la platea durante su monólogo final demuestra que tiene toda la atención del espectador y no es por otra cosa sino porque se lo ha ganado.
Junto a ella, Pepo Blasco como Ànima, Oriol Guinart como el esposo Matías, Pol López como el Pastor, Pau Vinyals como el joven Arnau y Adrià Salazar como el niño Baldiret envuelven la vida de Mila y, de alguna manera, son los promotores de su decisión final. Todos, como actores de experiencia (a excepción de Salazar que es todavía muy joven), se mudan a sus personajes de forma impecable y Salazar, que apunta muchas y muy buenas maneras, seguro que en breve consigue las tablas suficientes. López y Vinyals nos dejan tiernos momentos y Blasco, a quien le ha tocado un personaje de un cariz complicado, se salda con un resultado soberbio.
Gorina es, para mí, una de las directoras de referencia a día de hoy en Barcelona. Su capacidad de dirigir, de plasmar proyectos completamente diferentes entre sí le otorga de una versatilidad en la dirección que es para que los teatros la tengan aún más presente. Además, las temáticas que elige siempre son de un calado tan profundo, siempre tan sensitivas y trascendentes, unido al esmero y el cuidado que asigna a explicarlas, que no hay ninguna de ellas que no haya dejado un hondo poso en mí. ¡Qué teatro tan necesario!
Crítica realizada por Diana Limones