El Maldà acoge una propuesta que dibuja un punto de encuentro escénico para La Ruta 40 y Davide Carnevali. Sacarina nos lleva a ese momento en el que el desencanto profesional se funde con el vital y la gentrificación hace estragos y afecta, especialmente en este caso, a todos aquellos ciudadanos que algún día eligieron la interpretación como profesión.
Albert Arribas ha traducido la pieza original. No es habitual tener la posibilidad de adaptar un material de partida junto al propio autor y la compañía que lo produce e interpreta. Juntos han tomado su caso concreto a modo de retrato de un sector y el entorno urbano colindante para presentar una hábil y muy certera amalgama entre el caso individual de los protagonistas y la trama y los personajes creados por Carnevali. En todo momento tendremos la sensación de estar presenciando una obra inédita creada a partir de retazos de las vivencias y experiencias de los intérpretes. Un trabajo muy especial que sabe incluirse en la trama con total porosidad. La capacidad de observación de todos los implicados sobre la realidad que no habla de oídas sino que argumenta a partir del ejemplo inherente integra muy bien el uso de la queja y la pulla que pone el dedo en la llaga con algo tan natural como el instinto de supervivencia en un terreno hostil y adverso.
Un nombre, el de Carnevali, que quizá no sea especialmente conocido para el gran público pero al que hemos podido acceder en varias ocasiones durante los últimos años. Entre ellas, Variacions sobre el model de Kraepelin (o El camp semàntic dels conills a la cassola) (Sala Beckett, 2012), Actes obscens en espai públic (TNC, 2017) o el semi-montado La Peppa Pig pren consciència de ser una porqueta (Sala Beckett, 2019). Los nombres de Carnevali, Arribas y Torrecilla han coincidido (de dos en dos) y en distintas facetas (dramaturgia, dirección e interpretación) en las dos últimas propuestas mencionadas. La incorporación de los tres nombres y del rigor que siempre imprimen a sus trabajos en un mismo espectáculo benefician en gran medida al resultado final de la propuesta. Una sincronía que se hace extensible a Lara Salvador, Alberto Díaz y Albert Prat, sus tres magníficos intérpretes.
En Sacarina los astros se alinean y las líneas de trabajo de la compañía convergen muy felizmente. En este caso, autor contemporáneo, espectáculo a partir de texto ajeno (y a la vez pieza de creación) y colaboración con dramaturgia y actriz «externas». Lejos de forzar o constreñir en exceso, nos encontramos ante una pieza que convierte estas señas de identidad en una gran oportunidad para el desarrollo de un espectáculo único y que bien serviría de manual escenificado para todas aquellas almas inquietas que busquen manifestarse a través del arte dramático.
De este modo, Torrecilla debuta en la dirección y aporta una mirada fresca pero rotunda (no maniquea) sobre el «fenómeno» reflejado. Demuestra un excelente pulso para dotar del ritmo necesario a la función, en apariencia rápido pero nunca atropellado y un especial talento para regular la transición entre escenas de un modo muy orgánico. La escenografía de Claudia Vilà ayuda a que esto sea así. La transformación del espacio, el movimiento de los intérpretes y la ubicación del público nos hace partícipes a todos y nos sitúa en un estado entre físico y mental en los distintos lugares mencionados y descritos por el texto. Algo que sin duda influye también en el estado de ánimo y nuestra capacidad de asimilación. El vídeo de Pau Matas está muy bien integrado. Algunos guiños al trabajo de los personajes/intérpretes son bienvenidos en este formato. Un ejemplo más del nivel de finura con el que se ha tratado hasta el mínimo detalle.
Gentrificación, elitización, renovación urbana, enclaves culturales y segregación ejemplificados a partir del precio de un gintonic. Brutal la carga alegórica combinada con la multitud de referencias (también hacia el espacio donde se representa la pieza) que lejos de ser un gratuito ejercicio endogámico aporta una mirada lúcida, autocrítica y doliente del estado actual del sector. También del ciudadano con respecto al ámbito en el que vive. La escritura de Carnevali y la presente adaptación tienen la fuerza de ser un dibujo de lo visible, una imagen de lo particular tomada de las situaciones diarias y la capacidad de convertir lo habitual en una declaración de intenciones. Así son las interpretaciones. Cada una a su manera pero perfectamente compenetrada con las demás, especialmente en las escenas dos a dos, muestra la franqueza que hay tras toda esa hipocresía, incluso maldad. Actitudes frenéticas que se han convertido en costumbre, la perversión convertida en tendencia. La rareza transformada en práctica habitual. Diálogos que son pinceladas momentáneas de la naturaleza humana, furtiva y oculta pero al mismo tiempo traslúcida y palpable. Intrínseca y tangible. Y un valor agregado a la interpretación: ese juego muy bien establecido entre Salvador y Prat, que darían vida a sus «propios» perfiles profesionales y humanos y Díaz, que abre paso a muchos de las figuras y fantasmas del universo escénico actual. Una excelente labor de los tres.
Finalmente, Sacarina es claro ejemplo de cómo un proyecto puede marcar el paso siguiente en la evolución de una familia artística. Que la última propuesta de La Ruta 40 tras Reiseführer sea la que nos ocupa resulta muy enriquecedor tanto para los artífices de los espectáculos como para los espectadores. A todos se nos permite seguir profundizando en temáticas transversales a partir de distintos puntos de vista y vertientes personales y profesionales. Que los integrantes intercambien facetas, esta vez dirección por interpretación en el caso de Torrecilla, y que el resultado sea tan redondo, supone una prueba más de la valía y voz propia de la compañía. Y, de algún modo, un hermoso acto de intercambio, ya que del mismo modo que Carnevali traduce habitualmente a nuestros autores a su lengua materna, es de justicia que cuando nos aproximamos a sus creaciones, se haga con el cuidado y perspicacia demostrados aquí.
Crítica realizada por Fernando Solla