Instrucciones para caminar sobre el alambre, de QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe, continúa la trilogía que comenzaba la obra Nada que perder y puede verse en la Sala Cuarta Pared de Madrid el mes de marzo. Yagüe dirige a cinco intérpretes en este gran trabajo coral, trepidante, arriesgado y muy humano.
De este modo, revisa y disecciona los mecanismos y el funcionamiento de la sociedad actual a través de la desaparición del personaje de Alba (Marina Herranz). ¿Qué debemos hacer cuando desaparece un ser querido? Las instrucciones a seguir son recitadas por todos los actores, que interpretan diversos personajes de modo impecable y convincente. El caos y la rapidez con que se suceden las escenas reflejan la seriedad de la desaparición, pero también de los problemas de una familia trabajadora para llegar a fin de mes, de la precariedad y la explotación laboral, especialmente para los jóvenes, o de las carencias del sistema sanitario, entre otros asuntos. Estos personajes manipulan y se mueven en una escenografía más bien gris, en que destacan las cajas de cartón amontonadas y revueltas; en el suelo, pintadas de tiza, pensamientos alborotados, agobiantes, acechantes.
Las voces de la madre y el hermano de Alba (Rosa Manteiga y Javier Pérez-Acebrón) se mezclan con las de los enfermos de un hospital psiquiátrico, con las de sus jefes, la de un médico, y con escenas en el colegio, en el aeropuerto o en casa. Situaciones en el pasado reciente de Alba se desarrollan ante el espectador: la huida, el cansancio, sus problemas de salud y los de sus parientes.
Todas las caras y los cuerpos de los personajes ofrecen diferentes ángulos a partir de los que observar las situaciones cotidianas que se nos presentan, pero todos forman parte de lo mismo; así lo demuestran las intervenciones de todos ellos, que repiten las instrucciones en voz baja ante la parte de público que les corresponde. Debo destacar la labor de Guillermo Sanjuán como jefe de Alba, y la de Aitor Satrústegui en el papel de Luiso, o del paciente psiquiátrico amigo de Alba, que dotan a sus personajes de una combinación explosiva de humor, ternura y brutalidad.
Alba solo puede seguir la corriente cuando su hermano y su madre se matan a trabajar limpiando alcantarillas y poniendo sábanas de hospital. En este sentido, destaca uno de los momentos iniciales y más reveladores de la función: el escenario se torna una pista de ciclismo sobre la que Alba da vueltas a un ritmo trepidante mientras se dedica a buscar trabajos muy diversos y a ir a trabajar para ser humillada, cuestionada y despedida, en muchos casos.
¿De quién es la culpa entonces? ¿Por qué Alba siempre encuentra algún obstáculo o reprimenda cuando para y piensa, cuando se plantea lo que significa vivir y estar viva, cuando propone una alternativa o ideas para salir del bucle o de la situación en que está inmersa, o, en otras palabras, cuando se convierte para los demás en el palo en la rueda, que solo puede girar y girar sin parar? ¿Es posible soñar para una persona como ella? Alba se convierte en un hámster en su rueda, en una becaria eterna, en una víctima de la ambición malsana, de la tendencia a conseguir resultados a cualquier precio, a costa, a veces, de ir contra nosotros mismos, contra nuestra salud y contra nuestros principios.
A pesar de la seriedad y gravedad de los temas que se tratan, aún hay pequeños espacios reservados para el humor, pero para un humor a veces siniestro, que roza el surrealismo, que tensa la cuerda, que desemboca en un alarido, en un grito de dolor, en la desesperación y depresión del personaje protagonista. He de mencionar el momento clown de Javier Pérez-Acebrón, y, acto seguido, el momento en el espejo, en que se reflejan los cuerpos de los actores en su aspecto más animal, como si de una piña se tratase, como si conformaran algo que supera al individuo, que tiene una historia, que se acepta por norma general, que se palpa y se siente, que devora y arrasa a su paso, que anula. Tremenda imagen esta, que corrobora el gran trabajo en equipo, más importante e impactante aún, en mi opinión, que el desenlace mismo de la obra.
Instrucciones para caminar sobre el alambre es una obra necesaria, compleja y elaborada con mimo en cada uno de sus detalles; poco o nada puede decirse de ella a nivel de dramaturgia o dirección. Al fin y al cabo, las instrucciones a seguir tras la desaparición son tan solo un pretexto para pensar cuáles son las instrucciones a seguir, o por dónde empezar, para arreglar este desaguisado, para ponerse en contra de todo y respirar, para ser uno mismo, para perseguir la meta que nos pongamos nosotros y no los demás. Ahí queda. Merece la pena admirar el trabajo de los intérpretes y dejar que nos provoquen, que nos increpen, que nos lleven al límite.
Crítica realizada por Susana Inés Pérez