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24.02.2020 Críticas  
Generosa y enriquecedora reflexión vital

La Sala Beckett se transforma en particular paraninfo para celebrar una muy sentida conferencia escénica sobre la vida y la muerte. Aquest país no descobert que no deixa tornar de les seves fronteres cap dels seus viatgers (re)plantea varias cuestiones vitales fundamentales y su vinculación con la experiencia estética y dramática de un modo emotivo y cabal.

Referencias a Peter Handke o Emil Cioran que, en esta ocasión, subrayan también la preocupación por el uso y utilidad del lenguaje. Un espectáculo creado a partir de distintas conversaciones mantenidas entre Josep Pujol Andreu, Alba Pujol (su hija) y Àlex Rigola. Cómo la muerte puede modificar o no la visión del mundo, en este caso del primero. Un último tramo de vida en el que surgirá la confrontación con uno mismo y opiniones y actitudes especialmente familiares pero que también tienen en cuenta su profesión y especialización académica. Existencialismo, individualismo, neoliberalismo… Un espectáculo que no se «reduce» a lo autobiográfico sino que resulta de la experiencia de los artífices dentro y fuera de las artes escénicas, tanto en lo conceptual como en lo estético. Así lo evidencian la escenografía de Max Glaenzel y el diseño audiovisual de Igor Pinto junto con la integración y naturalización de la luz de sala. Una puesta en escena que bien podría recrear una de las clases de Josep Pujol/Pep Cruz. Tanto por este condicionante como por la actitud inclusiva y la dirección de las interpretaciones, todos los espectadores nos sentiremos invitados y englobados. Teniendo en cuenta que nuestra asistencia es voluntaria, no se nos intentará aleccionar sino conducir por el sendero del ejemplo del caso concreto de Alba Pujol y su padre. Al mismo tiempo, se aportará el aire suficiente para poder conectar la emoción y la reflexión con nuestro caso y equipaje particular.

El trabajo y entrega de Alba en escena es realmente impresionante y totalmente encomiable. Destaca la valentía por enfrentarse a los propios fantasmas, dudas e incertidumbres y mostrarlos junto a su proceso de aprendizaje vital y que, seguro, avanza función a función y mucho después, tras su reposo. Resulta muy emocionante contemplar su recorrido y ser testigos de la utilización de los distintos lenguajes que domina y que también la definen sumando este momento vital a su incesante búsqueda e investigación escénica. Necesidad de comprender, de procesar, de identificar que se (re)-presenta a través de la aparición de un uso de la auto-referencia que identifica el «sí misma por sí misma» de una intérprete que propicia y recoge el efecto retorno en un potente juego en el que las nociones de identidad y diferencia se funden de un modo maravilloso. Tanto o más gratificante para ella como para los espectadores y por supuesto para Pep Cruz. La escucha, réplica y contarréplica de y hacia el personaje real es palpitante y apasionante. El acompañamiento que hace de su hija escénica logra reflejar no solo la compasión y ternura del intérprete sino plasmar la finalidad última de esta profesión y, al mismo tiempo, ese hermoso y lúcido fervor del progenitor al mismo tiempo que recoge el de la hija. Juntos se convierten en una pareja escénica sobrecogedora porque muestran el qué, cómo y porqué de la pieza con una pulcritud y afinación inmejorables.

Si es que se puede hablar en estos términos, una de las mejores y más logradas creaciones de todos los convocados. La autoría y dirección de Rigola parte de un meticuloso e incisivo pero respetuoso trabajo previo y se convierte en acompañante de excepción de su colega, que nos recibe enfundada en un traje cadavérico que en nuestro imaginario nos recuerda a aquella Incerta glòria de 2015. El trabajo con los intérpretes es depurado al máximo y parece una evolución todavía más positiva y favorable si cabe (también temática) de Vania (2017), especialmente de su subtítulo «escenas de vida» y sus cicatrices . Volvemos a la intimidad (aunque esta vez no esté presente) de la caja de Heartbreak Hotel. Junto a Pujol y Cruz consigue que las dificultades más o menos lógicas ante la índole especulativa de la muerte y de la vida no se vean superadas por la aporía y convierten esta condición irresoluble en la mayor fortaleza para el intercambio sobre el tema, a partir de lo individual o intrínseco y de los momentos compartidos.

Tanto por la dramaturgia como por la capacidad de Pujol de transitar por todos los recovecos sensibles sin esconderse, la reciprocidad se convierte en virtud. Lo que ella le agradece a su padre, nosotros se lo agradecemos a ella. Y es esa gratitud o correspondencia por dejarnos «estar» en un momento tan complicado y así aprender sobre el otro y sobre uno mismo. Una descripción de la relación paterno-filial plasmada mediante ejemplos tan significativos y bien hallados como las impresiones de las aptitudes artísticas del primero sobre la segunda o esa «confesión» de la sensación que la embargó cuando tras llevarlo a ver un espectáculo de Pina Bausch parecía ser él el que hubiese descubierto por sí solo tan fascinante mundo y se lo explicara a ella. Un momento que, a todos los que hemos estado por esa misma situación (en el caso de un servidor, literal y con el mismo ejemplo) nos devuelve a un lugar al que merece la pena retornar más a menudo. Motivos varios por los que el aplauso se convierte en una manifestación explícita del agradecimiento más profundo.

Finalmente, Aquest país no descobert… se erige también en un lúcido y muy valioso ejemplo de teatro-documento y muestra múltiples facetas (mediante distintos planos lingüísticos superpuestos) de las relaciones humanas. Entre una hija y un padre. Entre un catedrático de historia económica y una actriz y dramaturga. Entre ésta y un director amigo, cómplice y compañero de vida. Entre los emisores y su relación con ese receptor llamado público. Entre el público indeterminado y en plural y cada uno de los espectadores que lo conforman… No es nada fácil conseguir esquivar la auto-condescendencia cuando se trata de una primera persona y de un momento vital semejante y esto aquí se consigue sin renunciar ni a la emotividad ni a un fantástico y razonado desarrollo dramático. Modos de entender y de relacionarse con el mundo en principio o en apariencia distintos que gracias al trabajo y compromiso de Pujol, Cruz y Rigola (y el resto de la compañía) coinciden en un maravilloso punto de encuentro escénico.

Crítica realizada por Fernando Solla

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