El Teatre Akadèmia ha homenajeado a uno de los cineastas más fascinantes del cine italiano y universal en el centenario de su nacimiento. Con Maestro Fellini se sigue la línea referencial que Guido Torlonia y Ludovica Damiani trazaron para Caro maestro! Recordant Strehler. Múltiples voces y distintos idiomas para mostrar la voz interior del hombre tras la cámara.
Fellini y teatro. Recordamos a nuestra Giulietta Masina particular. Fue en el Teatre Romea en 2006. Xicu Masó llevó a escena una versión de la emblemática La strada y, a día de hoy, todavía podemos evocar la voz y el rostro de Míriam Alamany y de su Gelsomina. Sus cómplices fueron Carles Martínez, Miquel Górriz y Meritxell Manyoses. En aquella ocasión se presentaba un espacio escénico escueto para centrarse en la soledad de los protagonistas. Años después, ya en 2013, la Biblioteca de Catalunya plasmó algunas imágenes y se acercó a la estética del genio y figura del neorrealismo mezclando fantasía y ficción a través del arte y el teatro. 28 i mig unió las adaptaciones de Jeroni Rubió con la dirección de Oriol Broggi. Un equipo encabezado por Clara Segura, Pablo Derqui, Pol López o Ernest Villegas. Profesionales (algunos conocidos en la casa) que demuestran que las sensibilidades interpretativas catalanas e italianas son afines y se complementan y enriquecen mútuamente.
Centrándonos en la pieza que nos ocupa, se ha dejado que las imágenes hablen por si solas. Conduciendo y explicando la dedicación plena y constante de Fellini a su arte. Su vida a través de escenas de sus películas y viceversa. Intérpretes, colegas, coetáneos, premios. Cada fragmento está ahí por un motivo trazando un relato rico y sugerente en su calidad documental. En escena, blanco y negro. El blanco de la pantalla (un lienzo donde todas las imágenes tienen cabida y donde se proyectan tantas posibilidades como el maestro ideó) y el negro de la indumentaria. Luz en las voces. En italiano, Rossy de Palma y el imprescindible Sergio Rubini. En catalán, una muy emotiva e inspirada Mar Ulldemolins y Mario Gas. Y en castellano, un Gas cuyas manos vuelan por encima de su cabeza y que vive, una vez más, a través de las palabras de personajes y autores y Serena Vergano, cuya expresividad facial y la locuacidad de su mirada y articulaciones solo se ven frenadas por el atril que tiene delante. Belleza, elegancia y seriedad y una destacable traducción de Enrico Ianniello y Albert Tola.
Finalmente, Maestro Fellini se convierte en una lectura que parece querer reducir el protagonismo escénico a lo mínimo para ceder el peso a unas imágenes que son el resultado de un meticuloso y muy respetuoso ejercicio de documentación. Salvo algunas excepciones como las que hemos nombrado más arriba no es habitual que el universo felliniano suba a las tablas, por lo menos en la ciudad condal. Lo que hemos vivido estas semanas en el Teatre Akadèmia despierta la ilusión de esta posibilidad. Sin duda, una riqueza visual y una relación entre estética y contenido que en este espacio y con la sensibilidad y afinidad de todos los que lo ocupan ofrecería una velada teatral inolvidable.
Crítica realizada por Fernando Solla