El Teatre Poliorama recupera La importància de ser Frank. A estas alturas, la adaptación del texto de Oscar Wilde se ha convertido en uno de los trabajos más celebrados de La Brutal y se encuentra en el punto justo de cocción gracias al efervescente equilibrio entre las intenciones del original, su reflejo actual y las interpretaciones de un elenco fran(k)amente inspirado.
Nos encontramos ante una obra que funciona de un modo tan potente como el primer día como reflejo y burla de la hipocresía social. En un mundo en el que lo que más nos preocupa es crearnos una imagen ideal a través del formato pantalla y que este «fenómeno» (de)limita y formatea hasta el lenguaje tradicional, reduciendo las capacidades expresivas y de recepción a emoticonos, que venga el señor Wilde perfectamente «codificado» por un inspirado David Selvas propina una guantada tan divertida como certera que nos desvirtuliza ante nosotros mismos para reconocernos como realmente somos ante el espejo, sin perfiles ni sucedáneos.
La traducción de Cristina Genebat consigue mantener la ampulosidad formal de la que se mofa el original y al mismo tiempo traslada el ingenioso abanico de aforismos con vida propia (con el que el autor vistió las réplicas y el desarrollo de los personajes) a un contexto actual plagado de guiños que se infiltran e hilvanan con el texto de un modo totalmente orgánico. El catalán sale muy bien parado cuando participa del juego de palabras homófono en el título propuesto por Wilde y se sitúa en un lugar aventajado y proporcional entre la fidelidad hacia la virtud («earnest») sincera y la creación de un juego de palabras similar en nuestro propio idioma. Esto se ha trasladado también al trabajo con los intérpretes y al dibujo de cada personaje.
La decisión de representar los tres actos de la pieza en uno único sobre el escenario juega a favor del resultado final y tanto el ritmo que Selvas imprime a la dirección escénica como a su trabajo con el elenco es destacable. Esto se ve reforzado por el movimiento y coreografía de Pere Faura que marca algunas transiciones entre cambios de localización o escenas y por el diseño de escenografía de Jose Novoa, la iluminación de Mingo Albir y el sonido de Lucas Ariel Vallejos. Una labor conjunta que ofrece la posibilidad de ver y/o escuchar qué sucede en dos estancias distancias al mismo tiempo. En combinación con la velocidad vertiginosa a la que se ejecutan los diálogos, su labor ayuda a situarnos en todo momento en el tono adecuado.
La integración de las canciones compuestas por Paula Jornet (con dirección musical y arreglos de Pere Jou y Aurora Bauzà) cumple una doble función y aunque pueda extrañar en un principio, termina por bañarlo todo de un tono entre alternativo e indie muy acorde con las piezas de vestuario vintage de Maria Armengol y la fantástica caracterización de Paula Ayuso. Salvo algún caso puntual, la mayoría de las canciones aporta a desarrollar a los personajes en un contexto coherente con su visión del mundo a la vez que nos mofamos de ella y sobretodo (y aquí llega el gran acierto) hermana con la intención del autor de burlarse de los hábitos de conducta de la alta sociedad, el matrimonio y esa búsqueda entre ansiosa y porque sí del amor. Lo que en su momento se hizo con las tradiciones victorianas ahora se hace con este estilo musical sobre esa tendencia a embellecerlo todo.
El aquí y ahora de entonces consideraba la seriedad («earnestness) como el valor social dominante y, además, los estamentos religiosos intentaron extenderla entre la nobleza y «reformar» a las clases bajas. A día de hoy, la franqueza sería esa quimérica esperanza tan difícil de encontrar. Volvemos aquí al juego homófono y su traducción/aproximación, del que también participan las piezas musicales.
Jornet se convierte en la mejor intérprete posible de sus canciones y como público es especialmente gratificante la integración de ambas facetas, actriz y cantante. Una trabajo excelente que sabe afiliar en una a las dos, siempre a favor del personaje de Cecily y nos demuestra que ingenuidad no quiere decir simpleza. Algo parecido sucede con su homónima Paula Maria, que nos regala una Gwendolen deseosa de trascender los límites de la convención a la que se ve forzada. Progresivamente empoderada, protagoniza grandes momentos. Juntas son dinamita en escena. Jaume Madaula arriesga con una aproximación a Jack muy sentida y centrada en mostrar todas las diatribas internas de su personaje incluso por encima del tono y el estilo imperante en la representación. Esto contrasta muy bien con el talante del Algernon de Ferran Vilajosana, que se enfunda en su personaje como un guante con una elasticidad interpretativa que recoge todos los requerimientos e inquietudes de esta versión. Norbert Martínez se desdobla en mayordomo y reverendo y acerca a nuestro imaginario ese perfil de actor inglés que solo necesita una réplica para dar en el clavo. El juego que establece con Mia Esteve resulta impagable. Una Miss Prism desternillante que nos enseña al mismo tiempo anverso y reverso siempre desde la comicidad absoluta y aprovecha su canción para conseguir uno de los momentos álgidos de la función.
Liderando semejante elenco encontramos a una apoteósica Laura Conejero que con sus apariciones estelares pisa con fuerza el escenario hasta adueñarse completamente de la función en un último tramo de ensueño. Su Lady Bracknell aprovecha con maestría cada oportunidad y la exprime hasta las últimas consecuencias salvando siempre el riesgo de que cada momento se convierta en una pantomima y arrasa como el huracán escénico que es. Su elocución, gestualidad y rictus impaciente de mostrar desaprobación ante casi todo lo que se cruza en su camino son febrilmente arrogantes y su interpretación capaz de hacernos llegar al delirio. Un auténtico placer que la convierte, además, en representante junto a sus compañeras de función de esa potencia y vigor que imprime la propuesta a los personajes femeninos. ¡Bravo!
Finalmente, La importància de ser Frank y, por extensión, el trabajo de La Brutal con autores como Coward, Hare o Mamet (además de Wilde, aquí presente) normalizaría en nuestra cartelera una manera de aproximarse a texto y a autores de distintas generaciones desde una mirada contemporánea que tanto tiene cabida en un teatro nacional o público como visión comercial para el circuito privado, algo que no debería ser incompatible ni un ejercicio «bunburista» y que la compañía alcanza de un modo limítrofe al de nuestros vecinos británicos. La coincidencia en cartelera con la ya citada Aquella nit es buena prueba de ello.
Crítica realizada por Fernando Solla