Es una gran muestra de respeto convertirse en respetuoso oyente de una persona en la última parte de su vida y registrar sus pensamientos para lo posteridad. Eso es lo que justamente ha hecho Àlex Rigola con las palabras de Josep Pujol en Aquest país no descobert que no deixa tornar de les seves fronteres cap del seus viatgers que ha programado la Sala Beckett.
Con el encargo a sus espaldas de una obra que tratara sobre la muerte, perteneciente al ciclo Memento Mori. Recordem-nos de morir, Àlex Rigola se embarca en un proyecto en el que se palpa lo personal, donde mantuvo el año pasado una serie de conversaciones con Josep Pujol en la fase terminal de su cáncer y en las que su hija Alba Pujol (actriz y dramaturga) también estuvo presente. Rigola registró, principalmente, las reflexiones de Pujol sobre conceptos que el propio director le presentaba y que, junto a algunas frases y proyecciones de poetas, escritores, filósofos y otros, ha resultado en una dramaturgia profunda, filosófica y existencialista.
El legado de Pujol nos habla de la vida y de cómo se acepta la muerte, pero también sobre el amor y la familia, los estudios académicos, sobre lo que nos hace sentir vivos y sobre la enfermedad e incide de forma preeminente en la importancia de la colectividad. Todo desde la perspectiva de una persona intelectual, con experiencia suficiente para hacer valoraciones de juicio respetables y con una conciencia real y cercana al fin existencial.
Pep Cruz, actor admirado por su gran capacidad de naturalizar sus personajes, interpreta a un Pujol vencido por la realidad, pero sereno e incluso hasta optimista. Alba Pujol se interpreta a sí misma (tarea más ardua de lo que pueda parecer, según ella misma reconoce), algo que merece todos mis respetos y alabanzas, por la valentía que supone mostrar tanta intimidad y tanto dolor en público tan solo tres meses después del fallecimiento de su padre.
Una pantalla proyecta aquellos conceptos que Rigola presentó a Pujol en aquellas sesiones. La puesta en escena recuerda mucho al trabajo que Rigola dirigió en el Teatro Kamikaze de Madrid el año pasado, una versión libre de Un enemigo del pueblo de Ibsen, donde derrumbando la cuarta pared involucraba al público desde el primer momento. Ese montaje funcionó (tuve la suerte de ser testigo de ello en primera persona) y en Aquest país no descobert funciona de la misma manera.
Rigola ha conseguido que el espectador no solo sea capaz de sumergirse en esa conversación entre el padre y la hija, sino que también se sienta parte de la misma. Que empatice con ambos. Que sienta su tristeza, su dolor. Y también el mutuo cariño, el respeto entre ambos y su amor. Todo eso, en 70 minutos y haciendo teatro. Mi más sincera enhorabuena, Àlex Rigola por conseguir remover tanto a través de la palabra.
Aquest país no descobert es otra de esas piezas que regala tantas veces la Beckett que son un #mustsee. Sensible, pero no sensiblona. Reflexiva, pero no impositiva. Emotiva, pero que deja un dulcísimo regusto. Y hasta me permito decir que muy optimista. Rigola dice que le pidieron una obra que hablara sobre la muerte y le ha salido una que habla sobre la vida. Y es que, al final, no hay muerte sin vida. Nunca olvidaré el momento de ese abrazo (y mis lágrimas) entre Alba y Pep.
Crítica realizada por Diana Limones