El pasado 31 de Enero tuve el agrado de presenciar la obra La invasión de los bárbaros, un espectáculo de Arden Producciones que nos lleva al franquismo y las secuelas todavía evidentes y vividas en la memoria de las familias. Escrita y dirigida por Chema Cardeña, la obra estuvo en cartel en el Teatre Gaudí Barcelona hasta el 2 de Febrero.
Al acceder al teatro nos encontramos con una escenografía sencilla, atípica pero con muchos detalles que permiten prever los dos escenarios combinados en uno para una mejor fluidez entre las escenas. Los accesorios de cada uno de los extremos de la mesa nos dejan hacer ese viaje en el tiempo necesario para acompañar la ejecución de la obra. Esta iniciativa es creación de Chema Cárdenas (espacio escénico) con la colaboración de Background producciones (realización escénica), Yapadú (coordinación técnica) y la Sala Rustafa (residencia artística). Pablo Fernandez, aporta la iluminación en la cual durante la obra permite viajar en el tiempo tal y como nos invita esta maravillosa obra trasladándonos a un nuevo espacio temporal situado entre 1939 y 2009. Adicionalmente el apoyo de la música y audiovisuales permite reconocer poco a poco las distintas partes y componentes del tristemente famoso cuadro La invasión de los bárbaros de Ulpiano Checa.
La obra en sí es impactante, desgarradora y, a momentos, dura y profunda con crueles silencios que emocionan más que las palabras que contiene el propio dialogo. Los cambios de escena para evocar cada época entrelazan las historias en distintas cronologías que se fusionan de una manera tan impresionante que conectas de la forma más inesperada con cada una de ellas. De forma sutil, cada escena culmina con canciones muy sentidas y evoques de la tristemente famosa obra al óleo diseñados para la escena por Javier Marcos.
Debo decir que, siendo extranjera, esta parte de la historia y de las cicatrices que las familias españolas no las siento como cercanas ya que no poseo un impacto directo de tan lúgubre episodio de la historia reciente del país. Sin embargo, la capacidad actoral del elenco y la cercanía e intimidad del teatro, permite generar una conexión impresionante con las situaciones acontecidas que dejan han dejado huella. Sin desearlo, han coexistido con mi propia historia familiar y la pérdida de un familiar de una forma injusta y defendiendo la libertad, como tantas veces ha sucedido en mi país, Colombia y su guerrilla. Ese fantasma que persigue, que ensombrece nuestros pensamientos, que se plasma en los recuerdos y rencores todavía muy presentes en nuestras vidas y familias afectadas. Las incansable sed de justicia luchan con las ganas de librarse de esa sombría sensación y un deseo terrible de venganza, pero sobre todo de mantener viva la propia historia para expiar y limpiar nombres para lograr darles su propia voz, aunque sean 40 años después. En si, la inexpugnable sed de mantener presentes y vivos a estos republicanos. Es una lucha en la que miles de familias españolas viven, reviven y conviven con estas trágicas memorias familiares.
La historia integra muy agraciadamente dos momentos de la historia reciente y muy marcada por la guerra civil y la necesidad de mantener la memoria histórica para, de algún modo, obtener una ansiada sensación de justicia para miles de familias que siguen estando definidas por estos acontecimientos. Los dos escenarios se encuentran unidos por una misma mesa, que permite hacer los “saltos escénicos” junto con la iluminación intermitente, nos trasladan a la Valencia de 1939 para vivir la angustia de Esperanza, conservadora del museo del prado (interpretada por Iria Marquez). Una mujer en sus treintas que ha sido capturada e interrogada para encontrar el famoso cuadro que desea el general, superior del teniente franquista que la retiene (interpretado por Juan Carlos Garés). Sorprendentemente, él es quién desnuda su alma para encontrarnos con su parte más humana y confiesa que ha entrado el ejercito para una vida acomodada y que solamente obedece órdenes. En el otro lado de la mesa, nos encontramos en el año 2009 y la voz que representa a muchas familias heridas y manchadas por la sombra del franquismo y sus miles de asesinatos, que en la mayoría de las ocasiones fueron sin sentido y parte de la pos-guerra civil española. En este punto, nos encontramos con Aurora (interpretada por Rosa Lopez). Ella es representante de una fundación que desea hacer justicia de aquellos fusilados y descaradamente borrados al introducirlos en fosas comunes por medio de la ley de memoria histórica. No obstante, se encuentra con un obstáculo importante, el alcalde de un pequeño pueblo (interpretado por Chema Cardeña) en donde se ha encontrado uno de estos sitios manchados por la guerra civil y que pondrá en entredicho la ley, el orden, la política y sus propios intereses, tanto profesionales como personales para impedir que se abra dicha fosa común y dañar una reconocida joya arquitectónica. Hará lo que pueda para evadir la petición sin saber el grado.
Al final de la obra, tuvimos el agrado de disfrutar de un coloquio de la mano del historiador Jordi Barra y el propio elenco. En este, injustamente reducido espacio de tiempo, se pudieron intercambiar experiencias con personas cuyos familiares fueron asesinados por el régimen. Al compartir uno de los presente sus experiencia, Chema, demuestra que esta situación ha sido de gran impacto en las dinámicas familiares y las formas en cómo se utiliza el lenguaje para crear bandos. El descarado y continuo uso de “Rojo” a nivel político en la actualidad, recalcando así el “progreso social alemán” en vetar completamente palabras relacionadas a este capitulo negro de la historia la II Guerra Mundial y sus distintos brazos del “eje”. Por otro lado, comentaron la intención de querer disfrutar de la dificultad de utilizar esta técnica teatral de “saltos escénicos” por su nivel de complejidad a nivel actoral para mantener una fluidez en los cambios y el nivel necesario de dramatismo para asegurar una concatenación de la obra. También la gran importancia de mantener esta memoria histórica, no solo por la justicia que trae a las familias de las víctimas del franquismo, sino por la necesidad de informar, recordar y encontrar a miles de personas perdidas o desaparecidas en fosas comunes cuyo objetivo era ser libres pero el régimen ha querido borrarlos de la historia.
Finalmente comentar que ha sido un gran privilegio poder disfrutar de esta obra que, sinceramente, ha logrado de manera fulminante tocar todo el abanico de emociones que una persona puede sentir como víctimas de la violencia. Pasando de la impotencia a la rabia para, finalmente, obtener la posibilidad de saborear la mismísima gloria con una fluidez impresionante. Ciertamente es una pena que el ciclo de esta obra haya terminado. Sin embargo, espero que, de nuevo, vuelva a los escenarios para mostrar lo increíble y sensible que es. Hay que seguir manteniendo estas memorias vivas y poder educar a los más jóvenes, quienes se encuentran “protegidos” por varios años de relativa calma y estabilidad social.
Crítica realizada por Andrea Forero