Desayuna conmigo, de Iván Morales, puede verse en el Teatro de la Abadía de Madrid la mayor parte del mes de enero. Morales dirige a Anna Alarcón, Aina Clotet, Andrés Herrera y Xavi Sáez en una ficción muy cercana a la vida en que cuatro personajes se encuentran y se desencuentran y, mientras tanto, hablan de amor y desamor y todo lo demás.
La propia disección del ser humano que nos ofrece esta obra se anticipa ya en la disposición circular de las butacas de la sala. El público se sienta y se ve las caras, observa con curiosidad un cuerpo sobre una especie de mesa, en el centro del escenario. Nos convertimos por unos minutos y durante las primeras escenas en aventajados alumnos de anatomía, o en testigos de una autopsia, como si recreáramos aquel famoso cuadro de Rembrandt, con sus claros y oscuros.
Vemos a Sergi (Xavi Sáez) y a Natàlia (Anna Alarcón) en el hospital, en plena sesión de rehabilitación tras el accidente de la última. Sabemos que se conocen desde el colegio y que llevan sin verse veinte años, sabemos que Sergi tiene pareja y que Natàlia tiene un hijo, se dedica al medio audiovisual, y poco más. Del silencio pasamos a la frustración, a los gritos, a la marihuana, a Pasolini y al pensar en no pensar. Todo ello en una camilla de hospital.
Los abruptos cambios entre escenas, acelerados y marcados por la música, o más bien la mezcla musical, y los movimientos cortantes, aportan ese aire de comedia de enredo, pero para nada al uso. Aparecerán Salva (Andrés Herrera), músico frustrado y amante de Natàlia, y Carlota (Aina Clotet), cantante de anuncios cutres y pareja de Sergi. Durante la conversación entre Natàlia y Salva, una mañana que despiertan juntos, se desvela la idea de Morales para el comienzo de la representación. El cuerpo de Natàlia, que, en un principio, no sabíamos si estaba vivo o muerto, está más vivo que nunca tras el accidente, y así se lo transmite a Salva, en un monólogo entusiasta sobre sus últimos pensamientos, la fugacidad del tiempo y lo verdaderamente importante en la vida. Asistíamos a su renacimiento, nada menos.
El espacio circular se transformará también en la noche de Barcelona. En una calle semioscura, a la puerta de un garito cualquiera conversan y cantan Sergi y Salva, algo perjudicados. La luz estratégica proviene de las linternas que sostienen las dos intérpretes ausentes en la escena e ilumina en diferentes momentos las caras de los dos personajes masculinos, que, sin conocerse de nada, comparten quizá más de lo debido. Excelente el trabajo de Herrera y Sáez en sus respectivos papeles, que explotan al máximo su vis cómica y entrelazan el humor y el sufrimiento de una manera verdaderamente sutil.
Sáez, por su parte, define desde la primera escena el personaje de Sergi, que será, en mi opinión, el más tierno, más extravagante, más cómico y más trágico de los cuatro que se presentan. Y es que es capaz de recitar citas de Confucio en situaciones tremendamente dolorosas o de exponer ruda pero claramente su deseo de conectar con los otros y entablar conversaciones de algún modo trascendentes. “¿Somos hombres o somos calabacines?”, grita. Esta valentía, que parte de lo cotidiano, se intuye también en las palabras de Natàlia y esa esperanza por una nueva vida más plena, más libre, más suya.
Aunque no menos valiente, el personaje de Carlota tiene una visión o postura algo diferente de la vida, casi relegando lo que siente o hace en función de los demás, o eso parece. Aina Clotet desvela los puntos débiles y fuertes del personaje de Carlota con un convencimiento sobrecogedor, haciendo partícipe al espectador en todo momento, especialmente ante la cámara de Natàlia. Su rostro desvela un sufrimiento escondido, que, a su vez, se refleja en las dos pantallas que se alzan sobre las cabezas del público, una enfrente de la otra. Multivisión de las vidas, de los acontecimientos y del pasado.
Desayuna conmigo no es una historia sobre perfiles, posturas vitales, música o compatibilidad, o no del todo; se trata de una obra profunda que desenmascara al personaje, que lo potencia, que plantea las encrucijadas de la vida, de la nuestra también, y las elecciones que parten de nosotros mismos y van marcando el rumbo. Los personajes nos invaden, nos miran, se cuelan entre las butacas, en nuestro mundo.
El trabajo de Iván Morales no busca encontrar respuestas ni emitir juicios morales, sino bombardearnos con preguntas sobre el lado más irracional del hombre, sobre el dolor, el deseo, la mentira, la lealtad, el amor y el desamor, la evolución y la conjunción de los contrarios, el valor del silencio y de la ingenuidad, o la distancia entre sentir y actuar. Lo que podría haber sido un espectáculo insulso y telenovelesco termina por dejarnos boquiabiertos, con ganas de entender, de averiguar, de saber, de pensar… o, quizá, de asumir que el ser humano, a veces, ni atiende a razones ni se entiende a sí mismo.
Crítica realizada por Susana Inés Pérez