Elvira Lindo se lanza a la aventura del teatro con El niño y la bestia, un recital que puede verse en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Recitando su propio texto, Lindo narra la historia de su padre y de todos los niños de la guerra en lo que ella misma denomina «una ópera cantada o contada».
Entro en la sala y, de repente, todo el espacio se vuelve solemne y tremendamente cercano. Entran los seis músicos del Linien Ensemble y, tras ellos, ella, la narradora, Elvira Lindo, ataviada con un conjunto negro y rojo, sencillo y elegante, los labios pintados de rojo y un clavel, también rojo, en una de sus solapas. Entre los músicos, se encuentra María Lindo, la iniciadora del proyecto. Tocan una melodía dulce y melancólica que los espectadores reconocerán como el leitmotiv de la historia y la narradora rompe la seriedad del evento con una gran sonrisa, justo antes de comenzar a hablar, que refleja la ilusión con que emprenden esta andadura tan personal y que contagia a los espectadores.
La autora de Manolito Gafotas nos pone en situación: al lado de su padre moribundo, recorreremos la vereda con él; la vereda del recuerdo de su infancia. El relato, ambientado en el Madrid de 1939, detalla y denuncia las consecuencias de una guerra que, entonces, seguía desarrollándose en silencio. El niño, Manuel, llega desde el pueblo a casa de su tía Casilda, en La Latina, donde vive una y mil peripecias; y es que, como nos cuenta la narradora, el miedo y la locura solo podían combatirse saliendo a las calles.
Vemos al niño Manuel y la miseria a través de sus ojos. Vemos a los otros niños y sentimos su abandono, su soledad, el tedio, la frustración… y observamos, con alivio, aquellas pequeñas cosas que le devuelven un atisbo de esperanza y de alegría de vivir. También vagamos con él por los varios lugares y barrios de Madrid que, en ese momento, se encontraban en un estado muy diferente, pero los conocemos y los amamos igualmente. Y es que el texto de Lindo es, en gran parte, una oda a la capital.
Los momentos más crudos del relato dan paso a otros casi divertidos sobre la picardía y los sueños del niño Manuel, o sobre los golpes que recibía de su madre o de su tía, que solían reemplazar la tarea de educar. Por otro lado, aparte de alabar la música original compuesta por el músico Jarkko Riihimäki, no puedo dejar de mencionar la canción popular que envuelve el relato. Como buen retrato de toda una época, Elvira Lindo se atreve a tararear La violetera o María de la O acompañada por sus músicos.
Es emocionante ver y escuchar cómo la voz de Lindo se compenetra y se funde incluso con las melodías y los sonidos, creando sensaciones y estados de ánimo que aceleran el ritmo cardiaco de los espectadores. Asimismo, destaca el contraste entre los momentos abruptos de silencio y el inminente comienzo de un nuevo episodio en la narración. La combinación de palabra y música alcanzará su grado más alto de emoción y sentimiento hacia el final del relato que, sin desvelar demasiado, solamente puedo decir que invita a imaginar y visualizar la tierra prometida, el Edén de los niños, de aquellos que nunca deberían haber vivido lo que vivieron.
El niño y la bestia es un texto bello, melancólico, lleno de imágenes poéticas, desde el primer momento en que Elvira Lindo abre la boca y nos transmite el desasosiego y la tranquilidad ante la muerte. Se trata de un encuentro íntimo con el público. Una reconciliación con la historia propia y ajena, con un pasado, con la vida. Un canto a la infancia, a la inocencia y a los desamparados. Una historia que trata de empatizar con los personajes y con toda una generación para entender las circunstancias y vivencias que forjaron su carácter y comportamientos. Así habla la narradora sobre su padre: “Tú también fuiste injusto y cruel, pero ¿cómo no ibas a serlo?”. ¿Y qué decir de la música? Es magia y que mueve y remueve todo lo que encuentra a su paso. Es capaz de reproducir y trasladarnos a otro tiempo y otro espacio. No hay más que pueda contarles. Solo les invito a descubrir quién o qué es la bestia.
Crítica realizada por Susana Inés Pérez