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13.11.2019 Críticas  
Real como la vida misma

Empiezo ya a divisar en esta época, que no es más que el principio de la temporada, algunos de los trabajos que van a dejar huella este año para mí. Uno de ellos va a ser Una història real, en La Villarroel, que escribe y dirige Pau Miró.

En su preocupación por el auge del pensamiento de la extrema derecha, Miró ha construido un texto que muestra lo fácil que es que esa ideología se implante en la sociedad (incluidos los más jóvenes) con la de años que había costado separarse de ella (¿se había conseguido realmente?) y en hogares con un ideario diametralmente opuesto. Para explicarlo, usa una de las grietas más comunes en los seres humanos que no es otra que como gestionamos la ausencia de los seres más queridos. Como cada persona tiene una forma diferente de llevar su luto y cómo eso puede influir en el pensamiento y actitud durante esa época. Además, también explica el choque generacional sobretodo cuando ese trauma a modo de fantasma sobrevuela el hogar. Finalmente y mezclando todos esos ingredientes, nos destapa la mirilla a unos personajes con un colofón que convierte Una història real en una lección de dramaturgia magistral.

El mismo Miró firma la dirección de estos cuatro individuos: dos centrales, el padre y el hijo, sobre los que gira la historia, y dos más que no llamaría secundarios, porque el peso y la profundidad de los mismos no permiten situarlos fuera de ella. De hecho, eso es lo que el director hace desde que al padre y al hijo se les une la editora y la psicóloga, pues deja a todos en casi todo momento en primeros y segundos planos. Además, los cuatro personajes tienen una inmensa fuerza y multitud de capas que van apareciendo a medida que transcurre la obra, cosa que se agradece porque mantiene al espectador engrescado todo el tiempo descubriendo esos perfiles a la vez que va siguiendo la trama, que no es ni simple ni baladí. Un detalle interesante es el juego del autor de no poner nombres propios a ninguno de los cuatro, siendo que la obra se titula Una història real. Es como si dejara anónimo algo que se presenta como real, como si nos ficcionara la realidad, dándole así una vuelta de tuerca más al conjunto.

Otro de los platos fuertes es la selección de lujo en el elenco. Para el padre y el hijo se ha elegido a Julio Manrique y a un joven Nil Cardoner que le hace una perfecta réplica en interpretación (mis disculpas por no haber descubierto a este pedazo de actor hasta la semana pasada). De Manrique, no me gustaría repetirme. Pero la presencia que imprime sobre el escenario, la calidad con la que interioriza sus personajes y su gestión de la interpretación siempre me han encandilado. Y junto a él, un Cardoner que no se achica ante un personaje ciertamente complejo, que lo defiende con garra, quedando innegablemente a la altura del resto. La editora es Laura Conejero, otra de las grandes del panorama teatral catalán. Haga lo que haga lo clava, dejando correr por su personaje el exacto gramaje de emoción que se requiere y no pecando nunca de impostación sino de naturalidad, que no superficialidad. Completa la lista de los cuatro Mireia Aixalà, quien repite obra este año en La Villarroel en un papel y un proyecto totalmente diferente pero que en ambos casos salda con nota. Cada personaje en sí mismo tiene su momento, pero los tête à tête entre unos y otros son otro regalo más de esta joya.

La escenografía la firma Enric Planas, bien diseñada teniendo en cuenta la estructura de La Villarroel. Consigue crear todos los ambientes en uno, sin atropellos y con efectividad. Y la iluminación a cargo de Jaume Ventura y el espacio sonoro de Marta Folch (gracias por seguir usando mujeres en estos aspectos técnicos) dan en la diana de lo que se necesita para acompañar a una obra que requiere de seriedad, de cierta gravedad, y que se ha conseguido en parte gracias a su trabajo.

Recomiendo fehacientemente el visionado de Una història real. Porque es teatro del que se ha hecho para entretener pero también para mostrar realidades sociales y políticas a las que tenemos que abrir los ojos. Es un teatro del que sales lleno, del que se paladea después de días, del que obviamente no podrás olvidar y del que si es posible, quieres repetir. Tenemos hasta final de año para verla o «reverla». Vayan y disfruten de lo que nuestros autores y actores contemporáneos están haciendo, porque de verdad que vale mucho la pena. Reza una frase de la obra algo así como que «la vida es lo que hacemos con nuestros errores». No cometan ustedes el error de no verla.

Crítica realizada por Diana Limones

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