Llevaba tiempo dando vueltas por redes que Luciano Rosso volvía a la capital, ahora con Un Poyo Rojo, a los Teatros del Canal, tras su exitosísimo Furor en El Umbral de Primavera. Dos hombres, en el vestuario de un gimnasio, y todo un universo sin palabras, que se crea a su alrededor.
Muchos hemos ido al menos una vez de nuestra vidas a ese templo de culto al cuerpo y el sudor que son los gimnasios, y todos hemos vivido ciertas experiencias o sentido una extraña sensación en los vestuarios, donde la exposición de quien somos y cómo estamos (físicamente) se aproxima más a la mesa de un cirujano, que a un espacio en el que asearse antes de volver al mundo exterior. Un Poyo Rojo habla de uno de los posibles escenarios que nos podemos encontrar en ese lugar, cualquier día, a última hora, cuando solo quedas tú y ese otro que lleva toda la tarde alternando su sesión de entrenamiento, con las máquinas que tú usas.
Nicolás Poggi y Luciano Rosso protagonizan Un Poyo Rojo, un montaje de teatro físico, sin palabras, que nos habla de masculinidades tóxicas, el miedo al qué dirán, y de ese fascinante y turbio mundo que rodea a esos hombres armarizados, cuya cita con el ejercicio ocasional, les transporta a una fantasía (homo)sexual que no saben canalizar de otra forma que a través de miradas, gestos, manos que reposan descuidadamente sobre anatomías ajenas, y exponiéndose como machos alfa, poderosos e hipermasculinos, inalcanzables pero accesibles, si el entorno y la discreción lo permiten.
Un Poyo Rojo está dirigido por Hermes Gaido, y es meritorio cómo con solo dos cuerpos, y el alto rendimiento de su forma física, pueden llegar a contar tanto. Rosso y Poggi son dos atletas sobre un escenario, contando una divertidísima historia de dos titanes, buscando doblegar al otro, para satisfacer sus deseos. El planteamiento es tan inteligente, y las situaciones que describe son tan reales (yo he vivido más de una, no ya en un gimnasio, sino en la noche provinciana), que es hilarante lo ridículo que se ve desde fuera, una situación tan intensa como esa.
Ya conocía el carisma y el talento encantador de Luciano Rosso, y aquí en Un Poyo Rojo desarrolla sus cualidades y las multiplica a la enésima potencia; el control que posee de todos y cada uno de sus grupos musculares, y el rendimiento que saca de ellos, arranca la carcajada del público, y la admiración máxima ante tal despliegue. Rosso interpreta el papel que desempeñaría yo en esa comedia en la vida real, ante la contemplación de Poggi, en un gimnasio, y esa danza de cortejo entre toallas sudadas y aroma a calcetines húmedos, nunca ha sido tan cómica y entrañable. Poggi tiene la difícil labor de ser ese hombre discreto, que se resiste a dejarse llevar por toda la verdad que se esconde el el historial de búsquedas de su celular, y consigue todo aquello que se propone, ante una audiencia aullando ante la visión de un centímetro más de su carne.
Que a estas alturas un proyecto consiga que un determinado número de personas abandonen airadamente una sala, porque no soporten seguir presenciando lo que acontece en escena, es algo que hay que agradecer a Un Poyo Rojo, por mostrar algo que está ahí, y que aún hay mucha gente que no quiere aceptar su existencia. Y por eso ya, es un triunfo. Como la programación de algo como este montaje dentro del Escenario Clece, que me parece un rara avis y un discreto gol ante un plantel de proyectos que no suelen exudar esta genialidad ni atrevimiento.
El carácter único de cada función de Un Poyo Rojo, por el uso de un elemento en toda su segunda sección, dentro del montaje, es una ejemplo más de la genialidad, del gran valor artístico de dos grandes actores como Luciano Rosso y Nicolás Poggi, y es una vuelta de tuerca más al género de la gestualidad, el teatro físico, la danza contemporánea, y la improvisación, porque cuando uno no se da cuenta si todo lo que ocurre forma parte de un “guión” o no, ahí reside el gran mérito de un montaje como este. Yo me metería una y otra vez en ese vestuario, o utilizaría una agujerito para mirar lo que sucede ahí dentro, como en la película Porky’s. ¿Quedamos en las duchas?
Crítica realizada por Ismael Lomana