Estrenada en 2018, Juguetes Rotos vuelve a la misma sala que vio nacer el montaje; el Teatro Español de Madrid. Se repone esta propuesta que arrasó en nominaciones a varios premios y que recogió la alabanza unánime de la crítica. Una historia dura, tierna, veraz. Valentía interpretativa en un texto redondo.
Juguetes Rotos nos habla de la identidad. De esa identidad que nos viene marcada por nuestro sexo, nuestros antecedentes, el lugar donde nacemos, la época que habitamos. Esa identidad que para muchos es inamovible, sagrada. Una identidad impuesta que para muchos otros es una jaula, una imposición incomprensible, una tortura.
Nacho Guerreros es Mario. Un hombre nacido en un pueblo pequeño, en plena dictadura franquista, en la España más oscura. Mario siempre ha sido un niño especial, su padre se percata, los vecinos también. Y ya se sabe de la crueldad de los entornos donde no corre el aire. Mario abandona el pueblo y se instala en Barcelona, donde la vida le sorprenderá encontrándose con Dorín, un transexual que es un ciclón y que abrirá la jaula en la que Mario vivía instalado.
El texto de Carolina Román es un prodigio. Pocas veces nos encontramos con un texto tan redondo, de duración precisa. Un texto que no se deja detalle por el camino. Cuenta lo justo para entender los sentimientos de Mario, no se entretiene en pasajes baldíos. Dirige Carolina a esas dos fieras que se enfrentan a una historia dura con momentos de verdadera brillantez dramatúrgica.
Nacho Guerreros se transforma totalmente. De niño a hombre libre. Verle es puro magnetismo y una gozada. Los momentos más distendidos los tiene por la mano. Nacho tiene arte para la comedia. Pero en el drama se descubre a un actor contenido, con matices de altura. Kike Guaza se transforma en variedad de personajes. El suyo es un trabajo titánico. De hermano de Mario, a vecino acusador. Su transformación en Dorín, la estrella del Paralelo es de esas interpretaciones que difícilmente se olvidan.
No se puede hablar de Juguetes Rotos sin mencionar la preciosa escenografía de Alessio Meloni, ¿pueden gustarnos más las escenografías de Meloni? Dificilmente. Esas jaulas, ese palomar, las plumas invadiendo el espacio. Grande el ingenio de Alessio para dar vida a Juguetes Rotos. La luz de David Picazo consigue hacer el resto para que el montaje conmueva.
Ver Juguetes Rotos es liberador. Consigue crear atmósferas de comunión entre público y actores. Hay algo de catártico en el ambiente. Eso se consigue en pocas ocasiones y aquí ocurre. Ocurre por la verdad de lo que cuenta, porque lo cuenta con respeto y con mucho cariño. Lo cuenta desde terrenos comunes, no tan lejanos. Algunos de esos terrenos perfectamente reconocibles en nuestros días aún. Un acierto su reposición. Vayan y vuelen libres.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau