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04.11.2019 Críticas  
Pou encuentra un nuevo amigo en Cicerón

El Teatre Romea acoge Viejo amigo Cicerón, en co-producción con el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. El tándem Josep Maria Pou y Mario Gas repite colaboración y esta vez nos acerca la figura del político, jurista, filósofo, escritor y orador romano. Ernesto Caballero firma un texto que sirve de bisagra ideológica entre los tiempos del personaje y la actualidad.

No se trata de escenificar una biografía explícita por mucho que se nos hable de algunos momentos culminantes en la trayectoria del personaje titular. A día de hoy y situándolo en nuestro contexto más cercano es probable que uno de los hitos que más nos interese de Cicerón sea su militancia como defensor de un sistema republicano como instrumento contra la dictadura de César. De nuevo, no hay confrontación expresa. También destacamos que lo que aquí se nos mostrará en gran medida son las contradicciones humanas y familiares versus la ideología y la coherencia y fidelidad hacia la misma.

Caballero y Gas han usado una carta recurrente (y, al mismo tiempo, consecuente con la finalidad de la pieza) para presentar a los personajes en un escenario y es a partir de la doble significación de la palabra «play». En inglés, jugar e interpretar. Y así se introduce el entramado dramático. A partir de la personificación que unos protagonistas anónimos realizan de Cicerón, Tirón y Tulia. La escenografía de Sebastià Brossa funciona bien en interiores y, también, podemos imaginar su potencia en un anfiteatro clásico. En combinación con la video-escena de Álvaro Luna y la muy inspirada y expresiva iluminación de Juanjo Llorens se consigue unir ambas épocas, actual y remota (o no tanto) al mismo tiempo que se mantenga este doble juego de escenificar dentro de la obra que estamos contemplando como espectadores.

En este sentido la paradoja del jurista juzgado alcanza un momento visualmente destacable y probablemente el más potente de toda la dramaturgia. En escena también se evocará a Julio César, Marco Antonio, Octavio, Catilina y Bruto. El cómo no lo desvelaremos aquí. Aunque es cierto que los detalles personales no parecen tener tanta relevancia en el relato como los políticos, el conjunto se sucede sin atropellos. Situar la escena en una biblioteca y hacerlo de un modo tan llano pero sin renunciar al contenido no deja de defender y naturalizar de algún modo ese retorno al pasado para comprender el presente. El academicismo bien entendido no está reñido con la didáctica y también tiene cabida en tiempos donde la excesiva información y las fuentes poco contrastadas pueden llegar a hacer más mal que bien. Léase teatro en lugar de biblioteca y aquí tenemos la clave de la cuestión (de nuevo, bien plasmada en la puesta en escena).

En el terreno interpretativo, encontramos un más que correcto entendimiento entre Pou, Bernat Quintana y Miranda Gas. Los tres juegan bien con su doble condición y se mueven con comodidad tanto en el registro más cercano como en el clásico. Especialmente en el caso de ella, las piezas de vestuario de Antonio Belart favorecen el cambio in situ. La veteranía de Pou le lleva a no necesitar más que un cambio de foco o de posición en escena para acercarse al proscenio e interpretar las sensaciones y emociones (que el texto apunta) de un modo tan entregado como profundo. Siempre por delante de réplicas o situaciones, este arrojo no deja de sorprender y prueba que su sabiduría e intuición siguen despiertas y firmes.

Finalmente, Viejo amigo Cicerón no busca un posicionamiento o un retrato biográfico al uso y sí despertar, incentivar o aportar su granito de arena a un debate social que apela al razonamiento e intenta transmitir que, a veces, es necesario parar para respirar y reflexionar. Las similitudes con nuestro presente inmediato son obvias y subir a las tablas la cuestión social a modo de espejo no deja de ser un ejercicio honesto y, en ocasiones, saludable.

Crítica realizada por Fernando Solla

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