La perra (o la necesidad de ser amado), de Cristina Rojas, se representó en la Sala Cuarta Pared de Madrid. Con un título atractivo y sugerente donde los haya, la compañía Tenemos Gato nos deleita con una historia de Navidad, de vuelta al origen, a la familia, que se ve interrumpida con la pérdida de Marisol, su perra. ¿Hasta dónde llegarán para encontrarla?
Cinco actores que representan a unos quince personajes: los abuelos, las familias de sus hijas, y otros tanto que se encuentran por el camino durante la búsqueda; se cambian en escena, observan las escenas cuando no es su turno, sentados fuera del cuadrilátero que es la escena. La perra es un tremendo trabajo en equipo, agotador y satisfactorio desde el punto de vista de los intérpretes.
En medio del escenario, la escenografía fija de Alessio Meloni en que predomina el paisaje rural, el de la urbanización en que viven los abuelos, el del campo andaluz, las marismas. Alrededor de este paisaje se mueven personajes redondos y un tanto pintorescos que hacen suyo este espacio. He de destacar la interpretación de los personajes ajenos a la familia, por ejemplo, la interpretación de Javier Márquez como el pastor, realista e hilarante; por otro lado, el personaje del hombre de la chabola, interpretado por Homero Rodríguez, el de la guiri, por Mónica Mayén, o el de la mujer del cazador, por Cristina Rojas.
El contraste entre la ciudad y el campo, el acento madrileño y el andaluz, las opiniones familiares dispares, o los comentarios sobre las diferencias entre el hombre y la mujer darán lugar a conflictos poco deseados, a veces divertidos, que aumentarán la tensión durante la búsqueda de la perra. El encuentro con el pasado también ocupará un lugar en este rompecabezas. En este sentido, la situación más chocante y divertida se produce con la conversación entre el marido de una de las hijas y su ex pareja. Este personaje, interpretado por Raquel Mirón, remueve el pasado y lo lleva hacia el presente y el futuro. Mirón termina de coronarse con este personaje, tras sus magníficas intervenciones, sutiles y creíbles, como hija pequeña de la familia.
Los actores, entrando y saliendo de escena, ejercen, además, de narradores, presentando las diferentes escenas y personajes a través de un micrófono. De esta manera, se ocuparán de recordarnos de que vemos teatro, puro teatro, en que reina su y nuestra imaginación. Serán ellos los que sean cencerros de ovejas y ladridos de perros desde detrás del escenario.
A esta ambientación, he de mencionar la presencia de la luna llena, que se proyecta durante los cambios de escena y, acompañada por músicas variadas, transmite tranquilidad y esperanza en medio del caos. Como dice la canción “Nuevo día”, de Lole y Manuel, que suena en la primera mitad del espectáculo: “El sol/joven y fuerte/ha vencido/a la luna/que se aleja/impotente/del campo de batalla”.
La perra o la necesidad de ser amado vuelve al teatro artesanal y pone al actor en el centro de la diana. La sucesión de escenas y conversaciones cotidianas, con un matiz existencialista, va desvelando, poco a poco, las verdaderas preocupaciones, heridas e intenciones de los personajes y la familia en general, así como sus diferencias. El espectador ríe y sufre con ellos, se monta en el coche con ellos, busca a la perra Marisol con ellos y admira el esfuerzo de estos cinco actorazos.
La obra cuenta una historia desde múltiples perspectivas y el espectador, sin duda alguna, se identificará con algún instante, algún silencio, algún gesto. Tenemos Gato ha creado con esta obra un himno a la esperanza, ecléctico y rico; un relato tan real como la vida misma, que, en varias ocasiones, carece de respuesta o de final concreto; un canto a la esperanza que se dirige a animales, hombre y seres vivos. En realidad, ¿quién es, aquí, la perra?
Crítica realizada por Susana Inés Pérez