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23.10.2019 Críticas  
La casa de Manoli Flores

Llega a Madrid la tercera hermana del grupo Medias Puri y Uñas Chung Lee: Tacones Manoli. ¿Otra discoteca? Pues no, esta es la hermana “rara”, a la que le interesa el teatro, la danza y el universo lorquiano, en el Centro de Madrid.

Una cola de gente, y portón, y una placa en la puerta que nos indica que aquí vive Manoli Flores, quien nos recibe, nos recoge el abrigo, y nos hace escoger una carta de una baraja de tarot: esta decisión marca el inicio de una visita no guiada, por su casa, donde poder leer sus diarios, ver sus fotografías, degustar su cocina, o refrescarnos con los botijos del recorrido. Que se cierren puertas y ventanas, pero nada de silencio.

Tras haber asistido a la experiencia inmersiva de los Grumelot que supone Tiestes, en el Conde Duque, Tacones Manoli es una propuesta que bebe del mismo porrón, pero cuyo carácter vira hacia la danza y el teatro gestual, más que hacia la real inmersión en el universo que han construido. La dirección creativa es de Iñaki Fernández, sustentado por un equipo creativo cuya impronta es más que evidente y lo que realmente hace que destaque esta propuesta, como es la dirección artística, escenografía y vestuario de Felype de Lima y las coreografías de Manuel Liñán, el verdadero valor de  este proyecto de espectáculo de danza, con un twist.

Las referencias e inspiración a La Casa de Bernarda Alba, son acertadísimas, y arriesgadas en algún aspecto, con personajes que identificamos sin problema alguno, como Pepe El Romano, un semental al que no hay bridas que detengan; Adela y su vestido verde, cuyo periplo por la sala hubiese querido disfrutar, pero me fue imposible por esquiva. María Josefa y su corderito, o Manoli, aka Bernarda Alba, con su muleta y su quejío, enterrando a su marido, y a sus hijas, en vida.

La ambientación es potente, la mascarada general da esa sensación de orgía clandestina kubrickiana, pero sin ningún componente sexual (aunque alguna cama, hay). El servicio de catering de comida (delicioso arroz) y bebida, durante toda la experiencia, es un plus que hace justificar el elevado importe económico que supone este Tacones Manoli, no a la altura de todos los bolsillos, en cuanto a propuesta de ocio, y sin restar el valor que pueda tener o todo el equipo involucrado.

Tacones Manoli funciona, y muy bien, aunque se dilate en algunas ocasiones, y las dos horas de experiencia inmersiva lleguen a pesar por momentos, en cuanto a tener la sensación de que ya está todo visto y recorrido. Quizás lo principal ocurra de forma muy condensada en la parte inicial y luego, lo performativo, se vuelva a condensar en el final; pero echo en falta el divagar y el perderse de sus frutos allá donde te encuentres, no solo en la sala funeraria o en el patio-establo-bunker en el que refugiarse de las sirenas que vaticinan un ataque aéreo.

El compromiso del equipo artístico, repito, con el fantástico vestuario de Felype de Lima y los cuadros flamencos de Manuel Liñán, son todo un acierto, asi como Chelo Pantoja como Manoli/Bernarda, que está magnífica, la esquiva Lorena Martínez como Adela, el goce ecuestre que supone Carlos Carbonell, y lo sobrecogedor de David Bastidas como María Josefa, una presencia fantasmal cuyo lamento es «La Llorona» patria. Jorge Peralta es una presencia turbadora, como El Perro, y el resto de hermanas, enfermeras y enfermeros, brillan en sus intervenciones.

No sé cómo enfrentarme a la vida de este Tacones Manoli en el ocio de la capital, pero quizás, por lo interesante y en cierto aspecto, transgresor para un público que no pisaría un teatro ni ‘jarto vino’, sumergirse en las profundidades de esta casa, donde poder ser uno más, y uno distinto a la vez, despierte alguna curiosidad morbosa hacia un mundo que nunca se había atrevido a visitar, ya sea el del voyeurismo, el del universo lorquiano, o el de la danza flamenca en su máxima expresión. Y el resto: SILENCIO.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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