¡Qué bonito lo ha hecho todo Jordi Prat i Coll en La Rambla de les floristes! Esta dramaturgia escrita en verso que estrenó Josep M. de Sagarra allá por el 1935 en Barcelona, ocupa estos días la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya.
El autor retrata con estrofas la vida barcelonesa de finales del siglo XIX a través de las idas y venidas de diferentes personajes que representan la clase política, la burguesía, los intelectuales y la clase media-baja de la época, que siempre acaba confluyendo en la conocida y céntrica Rambla de les Flors. Allí Antònia, una de las floristas, dará voz a la conciencia de todos ellos además de ofrecer alegría y color. Prat i Coll ha ideado un montaje clásico, pero con algunas pinceladas modernas, para que al público le lleguen todas esas sensaciones. Se percibe el contento y la diversión que invadían esa vía aunque también quedan evidentes las diferencias de clase y el encorsetamiento de aquel período.
En escena, en primer plano, siempre están las floristas. Antònia, como eje central sobre el que gira la vida en la Rambla, los puestos de flores como su eterna compañía y, de tanto en tanto, algunas composiciones para piano que David Anguera se encarga de acariciar. En segundo plano, el movimiento constante de la gente que pasa por la Rambla (que nos recuerda mucho a la idea de Broggi en La bona persona de Shezuan), llenando suficientemente el escenario sin necesidad de mucho artificio más.
La Rambla de les floristes transcurre a lo largo de 3 estaciones: el verano, lleno de luz y siempre multicolor, el otoño con sus cálidos y acogedores amarillos y el frío y azul invierno. Al espectador le es fácil percibir esos cambios gracias al extraordinario trabajo de escenografía, iluminación y vestuario. El primero, a cargo de Laura Clos “Closca”, quien ya ganó el Premi Butaca en esta categoría este mismo año (primera mujer en recibirlo) por su trabajo en Els jocs florals de Canprosa junto al mismo director. Viendo lo bien funciona la “Closca” es lógico que hayan decidido volver a colaborar. Unos cuantos árboles típicos de la avenida, los puestos de flores y poco más es suficiente para transportarnos. En cuanto a las luces y el vestuario, no puedo por menos que dar la enhorabuena a David Bofarull y a Montse Amenós respectivamente. Esta última intercala clásico y contemporáneo, traspasando la línea entre ambos sin ningún tipo de aberración visual. Entre los tres han convertido las tablas del TNC en la Rambla y sus gentes, un bello lugar para contemplar.
En cuanto al texto, el director no solo se ha valido de los versos del libreto original, sino también de algunas composiciones musicales, a cargo de Dani Espasa que, junto al sonido diseñado por Damien Bazin que acompaña toda la obra, le dan aún más brillo a la función.
Si a nivel técnico todo ha quedado redondo, en el artístico la selección del grupo actoral ha estado igualmente a la altura del resto de aspectos que acabo de comentar. Si decía que la música, en este caso, le añade brillo a la función es porque la función ya brilla con luz propia. Y gran parte de esa luz la emana Rosa Boladeras en su personaje de Antònia, esa florista que sabe tanto de la vida, que es a veces un tanto descarada pero siempre alegre y considerada y que mantiene, parada en su puesto, el mismo color que sus flores aunque algunos de sus pétalos estén marchitos. Podríamos decir que todo el elenco es como un ramo de rosas blancas que rodean a la rosa roja de la función. Cuando la Boladeras habla el público se divierte, se emociona, convive con ella en las Ramblas al lado de su puesto de flores. Lleva el peso de su personaje de forma liviana, como si no le costara, cuando son evidentes el esfuerzo y las horas entregadas a este personaje tan especial. Y junto a ella una larga lista de actrices y actores de la misma calidad, que le dan la réplica. Clara Altarriba es Carmeta, que sabe bien jugar su papel de la sobrina de Antònia y que además se encarga de cantar los temas con una preciosa voz. David Anguera como Tonet, es el enamorado de Carmeta y camarero en La Mallorquina y es también uno de los habituales de Prat i Coll por evidentes razones. Xavier Ripoll crea un singular y acertado Don Ramón que, junto a Antònia, ya se han convertido en una de las parejas inolvidables de nuestro teatro. Marina Gatell, otra de las floristas, está enorme en su interpretación de Leonor. Y Berta Giraut, Antònia Jaume, Carme Milán y Carol Muakuku completan la parte femenina con la misma gracia y buen hacer del conjunto. Por otro lado, Albert Ausellé (Lluís) y Albert Mora (Sr. Julivert) ponen, con elegancia y profesionalidad, las notas de humor y nos dan alguna que otra sorpresa (los segundos de lírica que nos regala Mora callan a la platea). Finalmente Albert Pérez, Jacob Torres y Davo Marín completan los roles masculinos y el ser mencionados en último lugar no tiene nada que ver con sus participaciones, que no me canso de repetir, son todas de excepción.
Lorca incluyó estas palabras en un discurso que leyó en una cena en el Hotel Majestic el mismo año que Sagarra estrenaba esta obra: “La rosa mudable, encerrada en la melancolía del carmen granadino, ha querido agitarse en su rama al borde del estanque para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo. La calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la Tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: La Rambla de Barcelona». En ellas se describe el cariño que Lorca le tenía a esa calle y en La rambla de les floristes se percibe el apego que los barceloneses tuvieron por su Rambla, este especial símbolo de nuestra ciudad, y que aún hoy perdura por parte de cualquiera que la conozca bien cosa que, evidentemente, incluye a Jordi Prat i Coll y todo este fantástico equipo que ha conseguido que empecemos temporada disfrutando una vez más del buen teatro, del que deja huella para siempre.
Crítica realizada por Diana Limones