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10.10.2019 Críticas  
De lo andaluz, Zelda, y una abuela

Los despistes hay que enmendarlos, y el haber dejado pasar Los Remedios, la anterior temporada, en Exlímite, necesitaba una corrección urgente. Esta joya teatral de autoficción con los talentos de Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro, acaba de situarse entre lo mejor de la temporada, que acaba de empezar.

Fernando Delgado-Hierro y Pablo Chaves son Fernando y Pablo, en Los Remedios, una autoficción creada por ambos, con texto del primero, cuyo nombre viene por el barrio de Sevilla en el que crecieron. Este montaje es un regalo al público, con quien comparten este relato íntimo de su infancia, y por el que van pasando todos los personajes principales de sus vidas, aquellos que les ayudaron, o no, a ser lo que actualmente son, y vemos en escena: dos jóvenes valientes y extraordinarios actores, que nos sientan a la mesa, de esta comida familiar, sin importarles de dónde venimos, quiénes somos, o si llevamos o no un chaleco, para estar más elegantes.

Yo iba de peregrino a Exlímite y me cogieron de la mano estos dos portentos. Me cogieron de la mano, iba yo de peregrino y me cogieron de la mano; no me preguntaron ni el nombre y me subieron a su caballo. Me subieron a su caballo y me fueron contando esta preciosa historia, como flores que salen nuevas en mayo, y me di cuenta enseguida de que estaba enamorado. Lo que hacen Chaves y Delgado-Hierro, repito una vez más, es un ejercicio de generosidad creativa y verdad, que se disfruta y se sufre, como espectador, y es que esa vida que ellos describen, en el colegio de curas, los recreos, los primero amores, el susto del despertar sexual, las abuelas, o esos preparativos para eventos familiares, también los he vivido yo. Al igual que la angustia adolescente, en el que el vivir se te hace bola, y no entiendes nada, y coqueteas con ideas suicidas que, como Iván en «Las Canciones» de Messiez, llegas a pensar que para qué cometerlo si es tan poco lo que va a dar.

Juan Ceacero, que acaba de abarrotar y soldoutear el Ambigú del Pavón Teatro Kamikaze, y que hará lo propio con la experiencia, que no veo el día de que llegue y disfrutar, de «Tiestes» de los Grumelot; dirige a Fernando Delgado-Hierro y Pablo Chaves, con la dificultad de darle pautas para hacer de si mismos, o de una versión de si mismos, y lo que consigue son dos emotivos personajes, que brillan en escena, desdoblándose en ese álbum familiar que va pasando páginas frente a nosotros. Fernando Delgado-Hierro está magnífico ya sea él o la abuela de Pablo, o ese monstruo Fernando/Mr. Triana que sobrecoge en ese duelo interno de lo andaluz. Pablo Chaves, hijo de Manolo, pero no el de la Junta de Andalucía, es un portento, y he de confesar que ojalá dijese que me canta por el camino, agarrado de su cintura a la sombra de los pinos. Su orientadora escolar, el sueño del Nazareno, y sus pajas adolescentes, son maravillosas, pero lo es aún más la verdad que transmite y el amplio rango de registros, que cambian en un parpadeo, y es que, como dice su madre, siempre ha hecho lo que le ha venido en gana, y es que menudas ganas!

Mención muy especial, a la labor de vestuario y escenografía de Paola de Diego, que nos zambulle en los ochenta, con ese salón, con su cuadro de comedor, usado à la Grumelot como voz de la conciencia, y brillante narrador; la fantástica iluminación de Juan Ripoll, y el magnífico diseño gráfico de Celinda Ojeda, con un cartel que ya quisiera yo como retablo de mi propia vida.

Los Remedios supera a «El Bramido de Düsseldorf» de Sergio Blanco, en honestidad, emotividad y verdad, si podemos considerar la autoficción como un género; y si es toda una obra sobre los orígenes, ojalá una continuación de esa historia, en un futuro, donde dos maduros Fernando y Pablo, interpreten a los actuales Fernando y Pablo, contando todo bueno que les ha pasado, la de proyectos maravillosos en los que se vieron involucrados tras esta maravilla que es Los Remedios, todo lo que les ha deparado la vida, desde esa tarde de octubre en la que yo les lloré desde la butaca de una sala de Usera, y desde la que me volvería a emocionar mil veces más, sabiendo que les ha ido bonito en la vida, si llevasen al teatro ese proyecto. Desde el 2019, ya contáis con un espectador para el futuro.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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