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07.10.2019 Críticas  
Miserables en Dublín

Cada vez son más las voces contemporáneas que ponen sobre escena la problemática que trajo la crisis económica, y las consecuencias socio-económicas que arrastramos en la actualidad. Gianna Cãrbunariu escribe Kebab, que llega a Nave 73 para golpear a la audiencia con un bocado de (precaria) realidad.

Madalina (Eva Rubio) y Bogdan (Pablo Sevilla) comparten asiento en un avión, rumbo a Dublín, donde les espera una nueva vida como camarera en un kebap, próximo al pub donde trabaja su novio Voicu (Daniel Ibáñez), la una; y como estudiante de Artes Visuales el otro. Un partido de la selección rumana y un encuentro fortuito en los baños el pub, unen los destinos de estos tres jóvenes perdidos que, en una escalada de progresiva violencia, se dirigen hacia una cúspide donde ellos creen que se encuentra la felicidad que se merecen, aunque la realidad sea otra

Gabriel Fuentes dirige a este trio de jóvenes talentos, en un drama generacional crudo y veraz, sobre el desarraigo, la precariedad laboral, y la vida fácil con consecuencias terribles. Gianna Cãrbunariu ha escrito un texto que mira cara a cara al espectador, y le muestra de qué están hechos los sueños de toda una generación que se ha visto forzada a emigrar para poder subsistir por sus propios medios. Unos medios, que, en casos extremos, como este que trata Kebab, pasa por la delincuencia, la prostitución, la comida basura, y la cosificación de la mujer, heredada de una sociedad machista, y de la que se siguen repitiendo conductas hoy día. Si el tema principal es explorar la dura realidad de la inmigración, para mi, Kebab gira en torno a la cultura de la violencia, de la violación, y del machismo que aún campa a sus anchas entre luchas feministas, y jóvenes concienciadas con la ideología de género, que tanto odia la derecha (no ya la ultra, sino la propia derecha “moderada”), que terminan asimilando que su lucha es mas teórica que práctica, y se dan de bruces contra un muro cachirulo que las sigue sometiendo.

Eva Rubio es una fantástica Madalina, ingenua, manipulable, honesta, fiel, y confiada: una tonta de manual que no opone resistencia alguna a las órdenes de su despiadado amor Voicu, Daniel Ibáñez, que con su imagen de joven inocente de tremendos ojos, trama toda la red de mentiras y maldad, que atrapan a Madalina en la trata de blancas, en un sucio juego del Precio Justo, en el que ni siquiera la tarifa a pagar por su cuerpo se respeta, sino que se amolda al cliente; una prostitución “a la gorra” que no hace mas que acentuar el poco valor que se le da Madalina. Pablo Sevilla y su, al menos en inicio, legal Bogdan, borda un personaje con unas acentuadas aristas, que sorprende en cuanto a la evolución en escena de este. La blanca y casi transparente piel de Sevilla, esconden un Bogdan oscuro e implacable, que entra de lleno en el juego del uso y el abuso, para la consecución de sus sueños, convirtiendo en pesadilla la vida de Madalina

La búsqueda de la felicidad del personaje de Eva Rubio, aparece en escena con toques “marilynescos”: rubia, ingenua, tonta enamorada, con carácter y determinación por momentos, los cuales son borrados de su rostro a base de puñetazos y porno gore. En el Kebab que sirve Gabriel Fuentes, Pablo Sevilla es el pan que contiene a la carne, que es Eva Rubio, con una salsa que puede llegar a ser opcional, pero que aquí se hace imprescindible en el cuerpo de Daniel Ibáñez. Fuentes dirige una lucha del bien y el mal, en el que este último es más fuerte, y se contrapone al anterior que pude disfrutar allá por el 2018, El Sueño de Bambi, donde otra familia también luchaba por salir adelante, pero esa vez, había resquicios de esperanza entre el papel pintado de ese salón, y en esta, lo único que asoma por el suelo enmoquetado de ese frío apartamento dublinés, que me imagino, es oscuridad y un moho que lo cubre todo.

Este Kebab, es, como los que uno se pide de borrachera al volver de una noche de farra, un bocado rápido, sabroso, pero de incómoda digestión, cuyo olor se queda impregnado en los dedos por días, como clavada en la retina se queda la última escena de este montaje: inquietante y perturbadora.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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