El Teatre Romea acoge el regreso de uno de los personajes más célebres ideado por Henrik Ibsen. Dentro del marco del Grec Festival Barcelona, Casa de nines, 20 anys després nos ofrece la oportunidad de asistir a un experimento dramático que es antes reboot que secuela del clásico. Sílvia Munt dirige con acierto un texto de Lucas Hnath con una espléndida Emma Vilarasau.
Un ejercicio de metaficción en el que la mujer entonces vista por el noruego es revisitada por el estadounidense. No solo ella sino algunos de los personajes del original y, especialmente, el contexto social y de clase. El de entonces y el de ahora. Un personaje que aguanta y defiende el amor incontenible de las ideas de ambos dramaturgos. Unidos por una mirada nada (o poco) condescendiente y alejada de cualquier ideología de posesión o sumisión masculina con respecto a ella (exceptuando las licencias de la imaginación de los autores, por supuesto). Una mujer libre de espíritu e intelecto, que sin embargo sigue siendo víctima de las ataduras impuestas por el mundo exterior.
En la época de Ibsen imaginamos que la gente que iba al teatro no estaba acostumbrada a ver sus valores de clase atacados. El portazo de Nora siempre se ha interpretado como símbolo de la renuncia de la protagonista a su matrimonio, hijos y vida burguesa. Una imagen que borraba las conexiones con su pasado y no daba ninguna pista sobre por dónde podría discurrir su futuro. En opinión de un servidor, la potencia de Nora a día de hoy es esa condición de símbolo mucho más que su figura vehiculadora dentro del argumento de un relato. ¿Realmente despierta tanto interés su devenir o llevamos casi un siglo y medio preguntándonos qué fue o ha sido de ella? Habrá opiniones varias.
Sobre las tablas, no es ni mucho menos la primera vez que nos lo preguntamos. En 1982, A Doll’s Life se convirtió en uno de los mayores fracasos de la historia de Broadway. La partitura de Larry Grossman y el libreto de Betty Comden y Adolph Green se saldaban con 18 previas y 5 funciones de estreno. Unos años antes, en 1979, Elfriede Jelinek (ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2004) debutó como dramaturga con la que aquí conocimos como Què va passar quan Nora va deixar el seu home o Els pilars de les societats. La vimos en 2008 en la Sala Petita del TNC. En ambos casos la intertextualidad era la opción elegida. Tanto en un musical con tintes operísticos como en una pieza dramática negra y muy cercana al teatro satírico.
Bajo cualquiera de estos dos enfoques, escribir la vida de este personaje requiere un salto de fe. También para Hnath, aunque de un modo distinto. La diferencia (y probablemente la raíz del éxito de su pieza) es que insufla vida a Nora sin sacrificar ni un ápice del armazón emocional con la que Ibsen la retrató, así como su contexto. Del mismo modo, creemos discernir una voluntad, similar a la del primero, de llevar esta historia al mismo tipo de público. Al acomodado. La excelente traducción de Helena Tornero permite que los cuatro personajes (Nora, Torvald, Emmy y Anne Marie) defiendan sus relatos desde la (im)posibilidad de ser o escoger quien quieran ser. La necesidad de seguir y escuchar la propia voz interior de la protagonista versus el recorrido interior del marido que no ha sabido querer de otra manera versus la inquietud menos progresista de la hija hecha a sí misma versus la visión de la nodriza.
La escenografía de Enric Planas, en combinación con la iluminación de David Bofarull, dibuja un espacio vacío de cualquier elemento ornamental. Valiéndose de un cromatismo limpio y aséptico se consigue crear la ilusión de encontrarnos en un ring donde el combate de género y de clase parece no tener fin. A destacar el vestuario de Mercè Paloma y el espacio sonoro de Jordi Bonet, así como la selección musical. Un combate que es también un concierto de cámara a para cuatro voces. Cuatro cuerdas muy bien afinadas. Teniendo en cuenta el lenguaje actual usado por el autor, el no querer buscar una contemporaneidad extrema en la puesta resulta un gran acierto que, además, juega muy bien con la temporalidad ficticia y real entre ambos relatos (20 años y 140, respectivamente). Es una hábil manera de ver que no hemos avanzado tanto y una validación de la existencia tanto de la obra que nos ocupa como de su debate.
La dirección de Munt es sabia y sabe escuchar. Al texto y a los personajes. Permite que los cuatro discursos se hilvanen de un modo en el que la conversación es efectiva y el mensaje llega entre emisor y receptor (y, por supuesto, a la platea). Sin renunciar a la naturaleza discursiva de la pieza consigue que ninguna voz suene por encima de la otra y que todas justifiquen sus posiciones. También que las pongan en duda a partir del cuestionamiento de la naturaleza opresora (o no) del matrimonio y de las necesidades intrínsecas e individuales de la mujer independientemente de su condición de esposa, madre, asalariada o emprendedora. Aunque desconcertante en algunos momentos, no se opta por una rectitud formal excesiva e incluso nos adentraremos en el terreno y estratagema de la comedia. ¿Quizá para apuntar la farsa que aparentamos vivir en nuestro día a día? Mujeres que nos acercan la visión de dos hombres sobre un personaje femenino, algo que sin duda profundiza en la intención de la propia escritura de la misma.
De este modo, Isabel Rocatti es una nodriza terrenal y poco dada a los idealismos. Una interpretación que juega muy bien con las posibilidades dramáticas de la contraposición entre su rostro endurecido y las réplicas no por poco refinadas menos argumentadas a través de su creación. Júlia Truyol aprovecha el momento de la aparición de su personaje. Cuando el debate ya está en un punto bastante desarrollado, ella consigue alejarlo del punto fijo y se crece con un personaje y posicionamiento inesperados y a los que dota de total verosimilitud. Ramon Madaula supera nuestro posible etiquetado como antagonista y dibuja a un Torbald con una actitud pasivo-agresiva que dice tanto o más que las líneas de diálogo que se han escrito para su personaje. Progresivamente se abrirá ante nosotros y veremos que él también es víctima (acomodaticia) del tiempo que le ha tocado vivir.
Finalmente, Emma Vilarasau ofrece un trabajo que incluye tanto a la Nora que conocemos como a la que nos presenta Hnath. Un inmersión que incluye los matices ideológicos y expresivos de una mujer que sabe que en su lucha reside la tan ansiada libertad. Así es su interpretación. Ella marca el ritmo de cada uno de los combates y se convierte en una emisora (y receptora) excepcional. Consigue aportar a cada palabra su peso exacto y muestra una actitud que no será hierática más allá de lo requerido en cada situación. Emotiva cuando corresponde y furibunda cuando toca. Una progresión que exprime todas las posibilidades del personaje y dibuja con una sensibilidad descomunal cada uno de los estados de ánimo. Con ella aprendemos, descubrimos y ponemos en práctica esa necesidad de Nora: la de no escuchar otra voz en su cabeza que la suya propia cuando se trata de decidir qué hacer o quién ser. Máxima representante de una función liberadora.
Crítica realizada por Fernando Solla