El Teatre Grec de Barcelona albergó el pasado miércoles la última función de Jerusalem. Rave, alcohol, drogas y drama tomaron el control del Grec Festival haciendo reir a cada persona que allí se encontraba. Una obra que, por su desarrollo, se vuelve una fiesta en la que estuvimos de expectadores.
Las 22h era la hora en la que comenzó la obra, un poco tarde teniendo en cuenta su duración, no obstante, pronto entendimos que la más pura oscuridad era necesaria para su desarrollo. En el escenario, una caravana con pintadas con un jardín que se expande por donde el protagonista le place con sus sillas, sofas, bañera y hasta un tambor místico. De repente, sonó la canción que conmemora la fiesta temática de la feria del lugar y, acto seguido, comenzaron a sonar unas locas notas de The Prodigy acompañadas de luz, fiesta y gente vibrando como loca.
La obra acontece durante el día de Sant Jordi, patrón de Inglaterra, y en una localidad rural que ese día acoje la feria del condado, Johnny «El Gallo» Byron sale del remolque donde vive. Las autoridades lo quieren desahuciar para construir en el terreno que ocupa y además alguien le quiere dar una paliza… ¿Es el hombre más odiado del pueblo? Puede ser, pero también es el más querido: sus amigos quieren que salga con ellos de fiesta y su hijo, sin embargo, le pide que pasen el día juntos en la feria. Serio dilema para él, pues tiene que debatirse entre despedirse de Lee , que se marcha a Australia, su hijo, al cual apenas ve, y lidiar con el posible deshaucio que se aproxima cada día más a pesar de que se comporta como si nunca fueran a venir.
Byron es un tío excéntrico el cual comparte su espacio con todos aquellos amigos que quieran dejarse caer tengan la edad que tengan, eso sí, no perdona la droga. Allí escuchan música, se emborrachan, se drogan y cuentan todo tipo de fiestas de las cuales no paran de reir. Pere Arquillé da vida a tan peculiar personaje haciendo que empatices con él, te rias con él y hasta, a ratitos, le cojas real asco, pues el tipo no recuerda la mitad de las cosas que dice además de olvidar invitar a su amigo Ginger a la última fiesta. ¿Sus amigos? unos locos con ganas de fiesta y de seguirle el juego a Byron expresando entre risas sus sueños y deseos, sin embargo no se despegan del lugar; un espacio que hasta el más adulto se lia y deja de dar consejos a nuestro protagonista.
La excentricidad de Byron hace que se meta en problemas, pues instalar su casa en frente de una urbanización no gusta a los habitantes de ésta y pronto generará envidias y enfados que le llevan a la situación de desahucio en la que se ve apoyado por sus chicos. Odiado y querido a la vez, pero sin miedo a nada, no abandona su hogar ni un minuto, ni siquiera para estar con su hijo y pasar un agradable día de feria.
Un remolque maldito es el gran culpable de las aventuras de los personajes de Jerusalem, un decorado simple sin apenas cambios y que sorprende cuando lo ves totalmente en calma. Un escenario que, a ratos, se convierte en rave, una fiesta en la que el público no estaba invitado a bajar pero que no dejaba de seguir el ritmo de Dubstep y Drum’n’Bass que sonaba. El decorado del jardín, cambiante, pues no dejan de volar mesas, sillas y cuando no, los chicos se tropiezan o se empujan dejándose llevar por la locura desajustando el lugar.
El montaje se inspira en Jerusalem, un himno compuesto por Harold Pinter, que se dio a conocer con obras como Mojo, convertida también en película en 1997. La escenografía va de la mano de Julio Manrique, actor y director siempre con un ojo en las obras más interesantes de la dramaturgia anglosajona contemporanea.
La megarave del Teatre Grec desató aplausos de todos los asistentes, carcajadas y hasta silencios en los que se respiraba empatía hacia los duros dramas que se presentaban poco a poco. La locura puesta en escena sin duda cautivó al público y, a pesar de que todos nos fuimos tarde a dormir, mereció del todo la pena.
Crítica realizada por Nina Delgado