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03.07.2019 Críticas  
Las varias caras del teatro

La función por hacer, de Aitor Tejada y Miguel del Arco, regresa al Teatro Kamikaze de Madrid por su décimo aniversario. La obra comienza con una conversación entre dos actores (Miriam Montilla y Cristóbal Suárez) alrededor de un retrato y continúa con la interrupción de cuatro personajes (Bárbara Lennie, Israel Elejalde, Manuela Paso y Raúl Prieto) que desean vivir y habitar su realidad sobre la escena.

Aitor Tejada y Miguel del Arco se han basado en la obra de teatro titulada Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, para poner en pie esta particular función. Del Arco, que dirige el montaje, nos da la bienvenida al teatro y se dirige a nosotros, al público, como participantes o actores, como una parte fundamental y generadora de la función que está punto de acontecer. A continuación, aparecen Miriam Montilla y Cristóbal Suárez, dos actores que hacen su papel como pareja. Él, artista, enseña el retrato que ha hecho de ella, lo que desemboca en una discusión, más bien cómica, sobre la representación, la belleza, la esencia y demás factores artístico-metafísicos, e incluso sobre la condición del artista mismo.

Sin duda alguna, Montilla y Suárez proporcionan el toque de humor al montaje; Montilla, como actriz un tanto excéntrica e insegura y Suárez, por su parte, interpretando el papel de actor creador y reflexivo. En principio, ambos se alarman ante la interrupción de los cuatro personajes, a los que tratan de locos, y se dirigen directamente a los espectadores para que no abandonen la sala. No obstante, la verdadera personalidad de los intérpretes emerge con las explicaciones de los personajes, que desmontan y problematizan sus ideas sobre el hecho teatral, y que tendrán que asimilar poco a poco.

El marco de los dos actores acoge la historia de los personajes en un montaje poliédrico y, sobre todo, profundamente metateatral, que repiensa el arte a través del arte y, especialmente, la profesión del actor. Actores y personajes se enfrentan sobre el escenario. Los segundos reivindican tener vida propia, a pesar de haber sido abandonados por su autor, y acusan a los primeros de no respetarles y de no entender su dolor, ya que solamente pueden vivir en la escena, en el presente, y, para vivir y contar su historia, no les queda otro remedio que vivirla una y otra vez.

Por otro lado, los personajes de esta trágica historia familiar, entre dos hermanos y dos cuñadas, se burlan de los dos actores cuando tratan de reproducir las escenas y de interpretarlos. El personaje interpretado por Bárbara Lennie se ríe abiertamente del resultado y se enfada con el actor cuando advierte de las convenciones teatrales, esto es, lo que se puede y no se puede hacer en escena cuando se trata de un momento de alto contenido sexual. Además, exigen elementos de escenografía concretos, reales, a lo que los actores contestan que en el teatro prima la imaginación.

Los personajes nos emocionan y echan en cara a los actores su comportamiento, empañando su profesión. Sobre todo, se sienten heridos y les echan en cara haberles tratado a ellos y a su historia como una mentira o un juego. En este sentido, destaca la escena en que los dos actores parecen ridículos a la hora de calentar para representar o imitar una determinada escena. Al fin y al cabo, el teatro es simultáneamente mentira y verdad, juego y realidad. El teatro parece y es… y cada uno de nosotros debe decidir qué predomina.

La función por hacer utiliza y alterna dos frentes, actores y personajes sin nombre, para investigar el arte y el teatro. El público, pegado a su butaca desde el minuto uno, tiene un papel fundamental, ya que es partícipe y colaborador de la historia que se cuenta sobre el escenario y también cómplice, que permite y facilita este encuentro. Dolor, risa y filosofía se mezclan en esta obra, que enfatiza la complejidad del hecho teatral, la posible función del teatro, su carácter efímero y su capacidad transformadora, así como los límites de la creación artística.

Los intérpretes, impecables, apenas necesitan de iluminación o escenografía para expresar la conjunción de vida y ficción, para evocar los orígenes sagrados del teatro hasta la actualidad y la magia de la escena, que queda delimitada en un cuadrado del que entran y salen dependiendo de sus intenciones. Una cosa está clara: los personajes solo lo son dentro, así como su verdad. Merece la pena ver este experimento, esta obra tan bien pensada y llena de contradicción, que, sin embargo, logra tener todo el sentido del mundo.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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