Hacía tiempo que no podíamos disfrutar en Barcelona del personal y espléndido buen hacer de Rafael Álvarez «El Brujo» (lo más cerca fue el Joventut de l’Hospitalet en 2018, con su espectáculo sobre San Juan de la Cruz), pero seguro que en la memoria de muchos aún resuena su inmortal interpretación del Lazarillo de Tormes.
Esta vez, como obertura del festival Perles del Aquitània Teatre, El Brujo nos ha traído Cómico, una propuesta al mismo tiempo distinta y emblemática.
Cómico cumple varios objetivos. En el aspecto formal más inmediato, es una especie de antología de los espectáculos que El Brujo ha estado interpretando en los últimos años: hay referencias a su yogui, a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa de Jesús, a Quevedo y a Dario Fo. También a la propia biografía de Rafael Álvarez, a su niñez y a cómo las circunstancias personales de su vida le han ido llevando hacia unos y otros de sus títulos.
Pero en lo profundo, Cómico es el resultado de una síntesis, de un destilado que ha ido llevando a El Brujo hasta este momento. En ese sentido, y aunque hable del pasado remoto o reciente, Cómico es probablemente la obra más actual de su autor. La que no podría haber hecho antes de esta forma. La palabra sigue siendo la dueña, la gran marca personal de los espectáculos de Álvarez, pero esta vez no se nos presenta como un juglar a caballo entre el siglo de oro y el presente, sino que hace aflorar su propio yo; maneja el lenguaje con una naturalidad muy trabajada, retiene en un tono bajo la atención de todos los espectadores, de principio a fin, ya esté recitando el quevediano elogio al agujero del culo o tratando de entender (y explicar) la mística erótica de Santa Teresa, la poesía surrealista de Alberti o la vida en el monasterio de Silos.
Y con mucho humor. El Brujo siempre ha aderezado sus espectáculos, por profundos que fueran los temas, con sus dosis personales de humor. De un tipo que emparenta, y hace gala de ello, con el de Pepe Rubianes, pero a su manera. Ahora ha llegado el momento del equilibrio, donde el humor representa perfectamente la mitad del espectáculo. Ese humor (tal vez siempre fue así) ahora llega precisamente porque los temas son profundos. Como la poesía de Santa Teresa es mística precisamente porque es erótica.
El Brujo nos quiere hacer creer que está mayor, pero no engaña a nadie: está en plena forma, y sigue siendo el gran campeón de la palabra sobre nuestros escenarios. Ahora más que nunca, convierte lo clásico en actual, en imprescindible, en vital.
Crítica realizada por Marcos Muñoz