El Teatre Tantarantana sube al escenario de sus Baixos 22 una obra que (de)muestra nuestras propias contradicciones. Qué decimos versus qué hacemos o pensamos en relación a situaciones que derivan en expresiones microviolentas (o no). Negrata de merda es un texto valiente e incisivo de Denise Duncan defendido por cinco interpretaciones todoterreno.
Nos encontramos ante una coproducción de La Pulpe Teatro y el mismo teatro que, sin duda, supone uno de los aciertos de El Cicló. La autora nos obliga a hacer frente (y rectificar) gracias a una contundente capacidad de argumentación. Como directora consigue un análisis dramático de sus propias palabras excelente y eso lo muestra a partir de una compenetración perfecta con la elección de las opciones escénicas. Hay un importante valor añadido a su trabajo y es el conductor pedagógico. No nos sentiremos abroncados, humillados o amonestados. Duncan domina e insufla el matiz lúdico a través del desarrollo de algunas situaciones y la división en escenas muy concretas y eso hace que capte nuestra atención mucho más allá del morbo que pueda producir contemplar de cerca el conflicto ajeno (que no lo será gracias a la persuasión y amplitud de miras del discurso crítico). Algo que contrasta para bien con el escarnio al que Yasmina Reza somete a sus personajes en Un dios salvaje, por ejemplo.
El texto es claro, conciso y directo. También lo es el lenguaje interno de la propuesta, que sabe combinar y contrastar canal, código y mensaje. Siempre de un modo muy habilidoso y, especialmente, a través de los aspectos técnicos y la disposición de las butacas alrededor del escenario. Y, todavía más difícil, sin repetir a través de los distintos lenguajes. Es decir, lo que figura la escenografía, el uso del audiovisual y el espacio sonoro nunca repetirá el contenido de las palabras y sí que magnificará su calado y lo acercará de algún modo a un formato que tan pronto favorece la implicación como la toma de distancia crítica para analizar lo que está sucediendo.
El trabajo de Víctor Peralta es imprescindible para que esto suceda. Un gran vehiculador y dinamizador del relato dramático que firma el espacio escénico, la iluminación (junto a Salvador Miralles) y apoya el figurinismo de Meritxell Calvo. El segundo, también es responsable del espacio sonoro. Junto a los audivosiuales de Duncan, crean un espacio diáfano para que todas las escenas tengan lugar con apenas cambios, evocando los distintos ambientes y entornos donde se representan las mismas y en alegoría a lo que podría ser un combate de boxeo u otro ring mucho más peligroso en ocasiones, es decir, un plató televisivo. Al mismo tiempo, las piezas que visten los protagonistas aportan detalles tanto de su personalidad como de los prejuicios que nosotros podamos tener hacia ellos. Un juego interesante y muy bien llevado.
Y por supuesto, los intérpretes. Decíamos todoterreno más arriba y es que lo son porque no se dan ni un segundo de tregua. Las entradas y salidas entre escenas son los únicos momentos en los que se les permite tomar aire pero ahí persisten, a la escucha y al acecho. Como púgiles preparados para el combate o, si eso fuera posible, tertulianos con capacidad de discernimiento y argumentación. Su defensa del texto es excelente y está naturalizada con el estado y posicionamiento que muestra cada uno, así como con su progresión. La gestión interpretativa del conflicto, así como los distintos tonos, intenciones e intensidades en función del interlocutor que tienen delante, es perfecta. Lo mismo sucede con el juego establecido entre la asertividad del discurso y la gestualidad y expresividad de la inquietudes y la preocupación e implicación creciente de cada uno y entre ellos.
Dani Arrebola destaca especialmente en su capacidad para utilizar recursos que podrían parecer cómicos en los momentos más serios, ya que eso permite insuflar aire a las situaciones más asfixiantes. Anna Ferran consigue tanto la persuasión como la emoción, mostrándose recalcitrante en su impecable habilidad transmisora del texto e incidiendo firmemente en el desarrollo del carácter de Andrea. El ya citado Miralles va a por todas con un personaje al que convierte en sugestivo, enérgico y elocuente. A su vez, Mar Pawlowsky construye un recorrido progresivo brutal entre el rompimiento de Laura y su llegada a él. Parejas en la ficción y parejas escénicas intercambiables en función de la situación. Su momento conjunto es incendiario, brillante y demuestra la capacidad de los cuatro de llevar a buen puerto la finalidad del texto. Ellos provocan ese click mental que busca la pieza. Más o menos beligerantes en su actitud, cada uno a su manera logra mostrar todas las capas, certezas e inseguridades de su personaje. A su lado, Catalina Calvo apoya el trabajo de sus compañeros con veracidad y aplicando esa mirada externa (que bien podría ser la nuestra) y participando de sus propios careos con igual complicidad. Al final, los cinco mostrarán todos sus «no, pero…» y sacarán a relucir los nuestros.
Finalmente, Negrata de merda es una obra que da sentido al calificativo «necesaria». Y lo hace porque no «solo» establece una línea discursiva y dramática obviamente inapelable en los tiempos que corren sino porque es efectiva. Hay aprendizaje durante la hora y media de función. Escuchamos, empatizamos, asimilamos, procesamos y nos aplicamos el cuento. ¿Cómo soy yo?, ¿cómo actúo yo? o ¿cómo afecta eso al prójimo? son preguntas que nos formularemos en un primer momento para dar paso a una todavía más importante: ¿cómo voy a materializar la reacción que provoca en mí esta obra de teatro y voy a realizar un cambio objetivo, práctico e indeleble? ¡Bravo, Denise Duncan (y bravo a todos tus compañeros en este proyecto)!
Crítica realizada por Fernando Solla