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10.06.2019 Críticas  
Metáforas que nunca pasarán de moda

Xavier Albertí se atreve con todo. Y esta temporada nos regala una versión de El gran mercado del mundo de Calderón de la Barca que levanta al público para aplaudir las mieles de un montaje digno de la Sala Gran del TNC. Con el toque contemporáneo que lo caracteriza, el título se convierte, creo yo, en uno de los destacados de esta temporada.

Digo que se atreve con todo, porque el género que Albertí ha elegido para la ocasión es un auto sacramental. Uno del siglo XVII. Una categoría teatral no interpretada a menudo, que originalmente tenía lugar en la semana del Corpus Christi y donde con alegorías se ensalzaban temas teológicos con trasfondo filosofal. Extrapolados a nuestro siglo XXI es fácil ver paralelismos no solo en materia moral sino en la parte política y económica y observar como el ser humano cambia poco, o casi me atrevería a decir que nada, con el paso de las épocas. El texto de Calderón le queda que ni pintado a la versión que el director del TNC está dirigiendo estos días en el teatro de Barcelona.

Al arduo trabajo de adaptar una antigua dramaturgia se le suma la acertada decisión de producirlo con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) de Madrid y conseguir fusionar en uno dos estilos que suelen tener sus distintos matices pero que quedan perfectamente integrados y que, puedo confirmar, resulta en una excelente conjunción.

Del mensaje calderoniano se podría escribir un libro entero (como, de hecho, ya existen). Pero es mejor que el espectador que tenga curiosidad y quiera disfrutar de una experiencia como esta vaya a ver la obra y saque sus propias conclusiones. Prefiero centrarme en la parte técnica, estética e interpretativa de la misma, la cual ya me va a llevar unos cuantos párrafos.

En relación a la dramaturgia realizada por Albert Arribas con las ideas de Albertí hay que decir que nos permite disfrutar del texto y el lenguaje original del autor, que sumado a un vestuario contemporáneo del que se ha encargado Marian García Milla (quien también se encargó recientemente del de El dolor y el cual disfrutamos y valoramos tanto como este) consigue una comunión entre clásico y moderno que en absoluto chirría sino que, todo lo contrario, le confiere atractivo al conjunto. Se le han añadido varios temas musicales que, aromatizando a zarzuela el montaje, no se nos plantea extraño y le da un soplo de aire fresco a este potente texto. Todo el sonido, a cargo de Jordi Bonet, cumple y supera cualquier expectativa relacionada con un proyecto de estas características.

El espacio escénico ha sido diseñada por Max Glaenzel, en el que volvemos a percibir su minimalismo en objetos y mobiliario en una desnuda primera parte: tan solo un piano, el elenco y la Fama volando por los aires. Luego, a medida que se va avanzando en temática e intensidad, se incrementa la carga escenográfica en donde Glaenzel ha decidido convertir el mundo en una enorme noria giratoria en el que se colocarán todas las alegorías a la venta. Finalmente, se termina con los personajes alrededor de una gran mesa con todo lujo de detalles con la que se presenta el colofón de la trama. Disfrutamos de una escenografía muy concreta pero detallada, que junto al lenguaje y al vestuario, como decíamos antes, consiguen hacer del todo una excelente puesta en escena.

Del elenco, solo podemos hablar más que bien. Al preservar el castellano que utilizó Calderón, y no realizar la traducción al catalán, se ha podido reunir un grupo de actores tanto locales como del panorama madrileño y congregar así un exquisito grupo de intérpretes para disfrute del público que valora el buen teatro sobre cualquier otra cosa.

A destacar, sin duda alguna, las interpretaciones del padre y los dos hijos. Jorge Merino, quién como Padre de Familias presenta una versión seria como actor también hace las veces de Mundo y se desata regalándonos una actuación justamente contenida pero cómica del supuesto feriante que atrae a los compradores a su mundo. Genial el tema musical que interpreta con su setentero traje, su bigote y sus gafas de sol. A su vez, Alejandro Bordanove (el Buen Genio) y David Soto (el Mal Genio), se aprenden un texto que desarrollan con total naturalidad y gran elocuencia, a pesar de la evidente dificultad, y en el que percibimos la genialidad (en este caso, una excelente, independientemente de sus personajes) de su trabajo. Nos quedamos con ganas de más por parte de la Gracia interpretada por Aina Sánchez, a la que deseamos volver a ver pronto en los escenarios. Inolvidable la escena de la compra definitiva, el gasto total de su talento por parte del Buen y el Mal Genio, donde Rubèn de Eguía como la Fe y Jordi Domènech como la Herejía apelan a sus bondades para convencer a sendos compradores. A nivel artístico, sonoro y fotográfico se va a recordar por los tiempos. Finalmente, hay que mencionar al resto de actores y actrices porque, indiscutiblemente, todos están a la altura de una producción de semejante características: Sílvia Marsó como la Culpa, Roberto G. Alonso en la Lascivia, Lara Grube en su papel de la Fama, Mont Plans interpretando la Malicia, Oriol Genís en la Gula, Antoni Comas como la Inocencia, Cristina Arias como la Soberbia y Elvira Cuadrupani como la Penitencia y la Humildad.

Un gran formato que no defrauda, a pesar de presentar una dramaturgia poco usual y una temática de superficie que podría parecer fuera de moda. Albertí sabe lo que quiere y lo que se hace. No en vano dirige uno de los teatros públicos de Barcelona. Su experiencia, su buen hacer, plasmado en las tablas, nos trae El gran mercado del mundo, que se salda con un excelente esta temporada.

Crítica realizada por Diana Limones

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