La compañía Senssa Teatro Laboratorio de Sevilla representó en el Teatro Alfil de Madrid Dead Hamlet, la versión de J.M. Mudarra del clásico de Shakespeare. La obra expresa la desesperación del príncipe danés combinando texto, danza y teatro físico, bajo una iluminación de lo más sugerente.
Un elenco internacional (Fernando Lahoz, Thais N. Izquierdo, Carmen Olmo, Lucía Pérez, Elena Segura, Pedro S. Montoya, Tiziano Giglio y Yumeko Imai) da vida a los diferentes personajes, permitiéndose jugar y cambiar el género de algunos de ellos. La iluminación a cargo de Luis Zapata y Valentín Donaire destaca las caras de los protagonistas, que, en ocasiones, se convierten en uno solo, especialmente cuando recitan al unísono y con fiereza fragmentos del texto original, manteniendo sus mensajes y reivindicando el interés y valor de la tragedia.
El eje de esta versión será el monólogo más conocido de Hamlet (“ser o no ser”), que los personajes repetirán en español, por partes o en su totalidad, a lo largo de la representación. La voz en off de Karim Bedda se unirá a ellos para repetir exactamente lo mismo en inglés y, junto a la música circense y los cánticos de corte medieval, conformará la atmósfera anglosajona.
Los personajes crean un mundo aparte, alejado de la vida, basado en una palabra, ritmo, entonación y fraseos fuertes, contundentes y cortantes, semejantes a un susurro animal, que obedecen a la expresión corporal y la respiración del intérprete y dotan al texto original de gran profundidad y humanidad. Desde el punto de vista gestual, destacan los constantes movimientos de manos y brazos de los intérpretes, que, perfectamente coordinados, manifiestan la inestabilidad y nerviosismo del príncipe, así como el desenlace terrible y las peleas entre los personajes.
A esta versión no le faltan detalles, ya que incluye incluso la conversación de los sepultureros en el cementerio o el entierro de Ofelia. La mayoría de escenas se estructuran en torno a dos niveles: el de la trama o diálogo principal, normalmente interpretado por un par de personajes, y, hacia el fondo del escenario, el de la trama secundaria, o, más bien, la representación de una idea, un sentimiento o un estado anímico a través de la acrobacia, el baile o el cuerpo.
Este es el caso del momento de la representación de los cómicos ante el tío de Hamlet, en que los personajes se sitúan en primera línea mirando hacia el público, que imagina lo que están viendo a partir de las miradas y la expresión corporal. Atrás, la sombra de una bailarina se apodera de las paredes del escenario, bailando al ritmo de las reacciones de los asistentes. Un momento metateatral en toda regla que transforma al espectador en interlocutor del espectáculo y recrea, sin la más mínima duda, la intención del escritor de comedias inglés. Lo mismo sucede cuando Hamlet y sus sirvientes de confianza ven el fantasma de su padre.
Por otro lado, la escenografía de Fau Nadal, aparentemente sencilla, aceptará mil y una posibilidades que enriquecerán la escena en forma de mesas de banquete, de tronos, o de campo de batalla. Adquiere especial simbolismo el juego con las copas que precede a la muerte de la reina y también con las telas rojas, que aparecen por primera vez durante el asesinato de Polonio, en una escena a cámara lenta, de gran belleza.
Dead Hamlet fue una gran sorpresa; una obra entretenida, que conserva el sentido de la original y la intriga palaciega con dinamismo; sus personajes son casi maniquíes o zombies frente a una iluminación de inframundo, de otro mundo. Un espectáculo mágico, lleno de repeticiones poéticas, en que el cuerpo es el protagonista y a partir de él nace la palabra; una obra que arroja una nueva luz sobre el texto de Shakespeare ante la convencional recitación de los versos, que adquiere otro ritmo, otro enfoque y conserva la ambigüedad de la locura de Hamlet y todos y cada uno de los episodios de la tragedia.
Crítica realizada por Susana Inés Pérez