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05.06.2019 Críticas  
Un talento excepcional

El Teatre Romea nos invita a participar de un viaje por los recovecos más oscuros de la obsesión humana. A partir de la novela de Stefan Zweig, Iván Morales dirige a un asombroso e insólito Jordi Bosch. El actor se desdobla en todos los personajes, valiéndose de una inmersiva puesta en escena con fuerte significación estética para el desarrollo de las figuras protagonistas.

Con Novela de ajedrez, el austríaco representó de un modo muy peculiar y profundo la crisis de valores de Europa. Usando una partida de escaque y, especialmente, las particularidades pensantes de los contrincantes podemos intuir los rasgos autobiográficos y el pesimismo del autor con respecto al devenir ideológico, político y social de su país y continente. Como principal novedad, y a partir de una minuciosa descripción de los personajes, la trama se vigoriza a través de la muestra de la neurosis de los mismos y su porqué. Sin entrar en más detalles al respecto, la versión y dirección de Morales (a partir de una sólida dramaturgia de Anna Maria Ricart) se muestra fiel y mantiene estas características. Magnificadas, para la ocasión, por una presentación que demuestra especial afección por las posibilidades dramáticas para explicar un relato.

La escenografía e iluminación de Marc Salicrú, en comunión perfecta con el espacio sonoro de Clara Aguilar, consiguen convertirnos en compañeros de travesía del barco donde se sitúa la acción. Se establece un juego onírico y prácticamente hipnótico entre los cambios lumínicos y la convivencia de planos sonoros entre la voz del intérprete y un constante sonsonete de murmullos y rumores que consiguen envolvernos y situarnos en suspenso, entre mecidos por el vaivén de las aguas del océano y el estado interior y alterado del protagonista. Una manera aproximativa distinta y que en ocasiones puede parecernos confusa (e incluso llegarnos a distraer) pero que, progresivamente, nos iguala a las percepciones del Señor B (no solo, pero especialmente). No podemos decir que haya un patrón común en lo referente a las adaptaciones de textos de Zweig al teatro pero, sin duda, lo que se ha ideado y conseguido para esta propuesta los rompe todos y, al mismo tiempo, universaliza lo que se está explicando a partir de esta visión rupturista.

Y, por supuesto, Jordi Bosch. El actor se acerca a la figura asocial del personaje capital y de manera totalmente implícita (tanto en el texto como en la propuesta) se convierte en alter ego del autor. Un superviviente gracias a su inteligencia y, al mismo tiempo, víctima obsesiva y compulsiva de la misma. El intérprete sabe cómo mostrar este exilio y aislamiento, así como sus secuelas emocionales sin olvidarse en ningún momento de los requerimientos y características de la pieza. Un desdoblamiento en todos los personajes convocados, protagonistas y no, cuya mutación puede llegar a confundirnos en algún momento puntual, pero que crece y alcanza cotas importantes y elevadas cuando se acerca al Señor B. Conmovedor y escalofriante. Maestro de ceremonias y gran impulsor y receptor de los constantes cambios de la puesta en escena. Consigue transmitirnos el miedo y temor de las tribulaciones de los personajes de un modo muy potente, cercano al terror psicológico. Difícil y arriesgada labor, de la que celebramos tanto el resultado como la aproximación.

Finalmente, La partida d’escacs aporta una visión valiente y al mismo tiempo deudora del material que se trae entre manos. Se agradece una aproximación a Zweig que, sin renunciar a todo el peso ideológico y existencial de sus letras, nos libera de la losa de la severidad y solemnidad formal con la que a veces nos aproximamos al autor y a temáticas similares. También, la posibilidad de reencontrarnos con unas facetas de Bosch que hacía tiempo no le veíamos sobre las tablas.

Crítica realizada por Fernando Solla

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