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29.05.2019 Críticas  
No es un pueblo cualquiera

El Teatre Lliure de Montjuïc en Barcelona presenta una versión teatral de una de las películas más aplaudidas de Lars Von Trier. Dogville: Un poble qualsevol, con dramaturgia de Pau Miró y Sílvia Munt (la cual también ejerce como directora), nos muestra las partes más oscuras del ser humano. La envidia, la desconfianza, el egoísmo, la (in)dignidad…

Quien haya disfrutado de esta obra maestra de Lars Von Trier, habrá notado que la versión que se presenta en el Lliure no es la misma. En la película del 2003, Grace Mulligan (Nicole Kidman) llega a Dogville, una pequeña ciudad estadounidense cerca de una mina de plata abandonada en las Montañas Rocosas, con una carretera como única vía de acceso al pueblo. La película comienza con el prólogo en el cual se nos presenta la vida de 15 ciudadanos que viven allí. Ellos son retratados como encantadoras personas con pequeñas imperfecciones cotidianas. La ciudad es vista desde el punto de vista de Tom Edison Jr. (Paul Bettany), un aspirante a escritor que intenta conseguir que sus vecinos tengan capacidad moral, ya que Tom quiere suceder a su «viejo» padre, como líder moral y espiritual de la ciudad. Grace llega huyendo de unos gángsteres y necesita esconderse. Grace acepta trabajar para los residentes de un pueblo a cambio de un refugio. En ella, la Grace, su protagonista, es un personaje algo más mayor del que Sílvia Munt nos presenta en su versión. Es más, en la versión de Munt, el personaje cambia de nombre para adaptarlo a Virginia. Un nombre más juvenil y adaptado a la actriz que interpreta el personaje (Bruna Cusí); dado que el personaje de la película es ligeramente más adulto que el teatral.

En sí, la historia que nos presenta Silvia Munt es bastante «próxima» a la película; los pilares e historias de los personajes están ahí; pero la ejecución argumental cambia ligeramente. En primer lugar, y lo más notable, es el espacio teatral. Munt ha decidido apostar por una escena teatral usual. Con toda la escenografía teatral que podía utilizar. Gran parte del acierto de Lars Von Trier en esta película es el juego teatral que nos presenta, ya que es una película prácticamente desnuda en escenografía; algo totalmente inesperado para la época. Las casas, las paredes, la escenografía en sí… se encuentra solamente delimitada en el suelo. No hay muebles, no hay puertas, no hay nada. Solo dibujos lineales que hacen que le prestemos atención solo a las interpretaciones. Von trier hace que entremos de lleno en la historia y no perdamos ni un ápice. Todo lo que presenta es importante y nada debe entorpecerlo; ni siquiera una escenografía.

Al entrar en la versátil sala del Teatre Lliure, echo de menos desde un inicio que la propuesta sea arriesgada. Como indicaba, la propuesta que nos presentan es un escenario teatral usual; por lo que está claro que el impacto que la obra puede crear con solo las sensaciones que dan los personajes queda distanciado del público. Con este cambio se pierde todo el impacto que transmite su predecesora.

Por otro lado, he de alabar el juego de iluminación de David Bofarull, quien capta minuciosamente lo que ocurre en escena y lo potencia. Aunque no comulgo con el uso de la escenografía, debo indicar que el trabajo de Max Glaenzel es fantástico. Utilizando la entrada del centro cívico, la barra y el espacio de mesas (donde ocurre la mayor parte de la obra) y la trastienda donde Virginia mal vive de forma gratuita a cambio de ayuda a la comunidad.

Por su parte, Bruna Cusí está correcta como Viginia. Aunque en algunos momentos el personaje derrocha actitud y entereza, es maravilloso ver los cambios que sufre durante la historia y el derroche de sensaciones que muestra. Por su parte, David Verdaguer (Max), nos muestra un personaje un poco más plano a lo que nos tiene acostumbrados. Algo que hace que pensemos aun más en el cambio establecido por la dirección. Por otro lado, es de remarcar el trabajo de Josep Julien (Ivan), Andreu Benito (padre) y Áurea Márquez (Marta). Cada vez que aparecen en escena, irradian veracidad, convicción y sufrimiento. Cada uno sufre de forma interna pero no lo muestra (hasta cierto punto de la obra). El cambio en ellos es escalonado, medido y, en definitiva, perfecto.

Por último, al igual que ocurre con el nombre del personaje principal, el final de la historia es distinto. De nuevo, no entiendo la decisión de Munt de realizar este tipo de cambios en el texto. Mientras el final original es perverso, depravado y vengativo; el que se nos muestra en escena no llega a ese punto ni por asomo. Si hay algo que caracteriza a Lars Von Trier es este tipo de historias en las que sorprenden con algo totalmente inesperado y bizarro al final y, te guste o no, hace que pienses si tú hubieras hecho lo mismo. Incluso, puede que pienses que sí y te sientas mal por ello (es algo normal).

Sinceramente, creo que la decisión de haber tratado de realizar una obra basada en Dogville sin ser explícitamente Dogville es en sí un gran fallo. Si nos metemos en la mente y la obra de Von Trier, nos metemos. Con él no valen las medias tintas. Con él no valen las versiones «vainilla». Es una pena que el sentimiento que transmite la película no llegue en la obra. Una pena.

Crítica realizada por Norman Marsà

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