El pequeño formato vuelve a triunfar en el Àtic 22 del Tantarantana de Barcelona. Este domingo finaliza funciones en uno de los teatros emblemáticos del Raval una obra que provoca lágrimas en algunos espectadores y que arranca risas en muchos más. Es El mal morir, escrita y dirigida por Adrià Olay y es la ‘opera prima’ de la compañía Fil Vermell.
Olay ya nos enganchó con su Historia de una huida, en el que trataba temas sociales y familiares con cierta dureza y mucha conciencia, pero que creaba un impacto en el espectador imposible de olvidar. Ahora, vuelve a escribir bajo las mismas premisas. Si en el primero trataba el vínculo materno-filial en familias desestructuradas, ahora le toca el turno a las relaciones entre hermanos en momentos críticos de la vida.
La obra arranca en el momento en que David ha sido diagnosticado de un cáncer terminal y ha decidido interrumpir el tratamiento y sencillamente disfrutar sólo de lo que le queda de vida. Ahí entra en juego su hermana Ruth, quien se ha decidido a no abandonarlo en esos últimos momentos. Juntos, emprenderán la última aventura. La de reencontrarse, no solo ellos como hermanos sino con todo lo que ha sido importante en la vida de David.
El mal morir es un texto tan duro como realista. Y trata la enfermedad terminal con delicada ternura, a la vez que con elegante humor. Es una pequeña joya que va ‘in crescendo’, no solo en intensidad emocional sino en el trabajo actoral de los propios intérpretes. Olay ha vuelto a seducirnos con su escritura, con la ayuda en dramaturgia de Arántzazu Ruiz, y también por su dirección. Por su sensibilidad y la fineza de sus diálogos y por haber aprendido a tocar la fibra del espectador tan bien.
Fil Vermell son Òscar Galindo y Marta Genís. Ellos mismos son los actores que interpretan a David y Ruth, los hermanos. Y, a ellos, se les une Ramón Garrido, quien representa el resto de papeles de la obra (el mejor amigo de David, el médico que lo trata, el padre de ellos…). Nos presentan emociones a flor de piel sin sobreactuar y consiguen estar cómodos (y por ende, hacer sentir cómodo al público) tanto en la parte dramática como en la cómica de sus personajes. Los tres demuestran una vez más que no hace falta estar entre los elencos de grandes producciones para ser enormes artistas.
Esta es otra de las piezas que te guardas en el cajón de los recuerdos por muchas razones. Que el cariño y el respeto que una le profesa al teatro es, entre otras, por cosas tan bonitas como El mal morir. No quedan muchas funciones más y esta es una de las perlas que vale la pena descubrir.
Crítica realizada por Diana Limones