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06.05.2019 Críticas  
Freedom

Había ganas de que llegase este montaje al Teatro Valle-Inclán, porque Shock (El Cóndor y El Puma) no es solo una correlación de grandes nombres de la escena contemporánea, es una de esas alineaciones astrales del teatro que lleva el éxito y la concienciación escrito entre sus líneas.

Se cuenta mucho y muy bien en las casi tres horas de duración de Shock (El Cóndor y El Puma), pero lo básico es que, a modo de documental de Michael Moore, partiendo de un evento, a simple vista, irrelevante (la retransmisión de una explicación teórica de Milton Friedman), vamos avanzando en toda la construcción teórica y la terrible práctica de los regimenes totalitarios chileno y argentino. Albert Boronat y Andrés Lima, parten de La Doctrina del Shock, de Naomi Klein (2007) para, a través de cuatro secciones y un prólogo, desarrollarnos los acontecimientos históricos que fueron claves para que estos terribles mandatarios y toda una maquinaria internacional detrás, extendiesen sus garras sobre la población, y envenenaran a varias generaciones con las sádicas secuelas de sus mandatos.

Considero casi inabarcable detenerme en todos y cada uno de los puntos de este proyecto, sin que esta entrada se convirtiese en un tocho de párrafos descriptivos que, a simple vista, resultase infumable; así que seré sintético y breve (en la medida de lo posible). Yo, que me defino claramente un ignorante en todo aquello que no haya pasado delante de mis ojos en una sala de teatro o no haya leido sobre ello (imaginad lo zote que soy), este Shock (El Puma y el Cóndor) me viene estupendo para darme una lección de historia, como debería haber sido en los años de estudios académicos: a partir de haber salido del Teatro Valle-Inclán ya no podré olvidar qué presidente americano gobernaba mientras Pinochet arrasaba el Palacio de la Moneda, o cuál fue el dictador argentino que proclamaba al mundo un mensaje de paz y unión entre las naciones, durante la celebración del Mundial de 1978 en Argentina, mientras miles de personas eran torturadas en ubicaciones secretas en toda la geografía del país.

Andrés Lima y Albert Boronat se han rodeado de una serie de dramaturgos de éxitos para abarcar toda la extensión de este montaje, contando con Juan Cavestany y Juan Mayorga, en dos de las escenas con mayor fuerza de Shock (El Cóndor y el Puma), ya que nada hay más didáctico que aunar lo pop con lo educativo (tanto Elvis como la Thatcher, lo son por méritos propios). Y es que si debo quedarme con lo más memorable de este inmenso proyecto, los encuentros de Nixon con Elvis en Washington en 1970, y el de Margaret Thatcher y Augusto Pinochet en Londres en 1999; pasando por la escalofriante narración de las torturas en el libro «Nunca Mas», son solo tres tres ejemplos del increíble valor de teatro documento que supone Shock (El Cóndor y El Puma). En toda esta presente temporada teatral son varios los proyectos ya, con un alto valor didáctico que deberían ser de obligada asistencia a jóvenes en formación, por ponerles frente a frente con terribles sucesos que, al igual que indicaba José Troncoso en su Lo Nunca Visto, «el pasado no se puede cambiar, solo hacia alante»: aprendamos de los ¿errores? del pasado, para no arrepentirnos de lo que está por venir.

El elenco: a la altura de las circunstancias, y es que todos ellos son un valor seguro allá donde aparezcan, y más cuando Andrés Lima tiene un especial talento para conseguir de sus actores el máximo rendimiento. Mi debilidad por Juan Vinuesa bien es conocida, así que no voy a entretenerme en lo citar las bondades de su interpretación en todos los papeles que aquí desempeña, tanto él como el resto de sus compañeros (aunque su intérprete de la Thatcher y la perfección en su acento chileno, señalado por mi amiga E., sean dos intervenciones magníficas. Natalia Hernández es posiblemente de las pocas que estén en escena todo el tiempo, y si desaparece, para mi sigue ahí: es imposible quitarle los ojos de encima, y hasta como personaje «de reparto», el foco está sobre ella.

María Morales, como Vinuesa, siempre extraordinaria, certera y una presencia escénica apabullante (y desternillante como Margaret Thatcher). Ramón Barea, contundente y veraz; Paco Ochoa, comiquísimo y luego escalofriante como general negando todo el entramado torturador realizado por sus órdenes. Ernesto Alterio, brillante como Videla, sobrecogedor como torturado.

En las primeras funciones, el aforo de la sala no estaba a la altura de las circunstancias, y espero que esto, pasadas las festividades (ay esa Semana Santa y ese Puente de Mayo malditos) Shock (El Cóndor y El Puma) comience a agotar localidades, y que a nadie le «tire para atrás» ver una duración excesiva, cuando esta no se resiente en ningún momento, este tipo de teatro documento merece ser visto para concienciar y reafirmar nuestras posiciones con respecto a todo lo que no debe volver a ocurrir, y como sentido homenaje a todos aquellos que sin haberlo elegido, se vieron forzados a sufrirlo.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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