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06.05.2019 Críticas  
La filosofía de Pirandello a la palestra

Tras el éxito de Sopa de pollastre amb ordi, Ferran Utzet vuelve a la carga con Un, ningú i cent mil, una nueva producción de La Perla 29 en el Teatre de la Biblioteca de Catalunya. Una versión, con la traducción de Marina Laboreo como base, de la última obra que escribió Luigi Pirandello en 1925 y que trata sobre la propia identidad.

Rota la cuarta pared desde el minuto uno, Vitangelo Moscarda explica al espectador los sucesos que le han llevado a la búsqueda interior de su yo real. Empezando por el día que, mientras se miraba al espejo, su mujer le dijo que tenía la nariz torcida Vitangelo se encuentra con una serie de obstáculos para descubrir quién cree ser, quién parece ser en realidad y quién creen los demás que es, proyectado en su imagen física, su profesión y su personalidad.

Con esta obra Utzet lleva a cabo un proyecto más que profundo, que al principio tiene una cierta complejidad de seguimiento por la cantidad de información que presenta, la multitud de personajes a los que hay que conocer y la rapidez con la que todo se sucede. Pero una vez recompuestos, todos esos componentes permiten al mismo espectador disfrutar del ejercicio teatral que Utzet ha hilado con solo dos actores, una mesa, algo de atrezzo y poco más. El concepto filosófico que Pirandello quiso transmitir, bañado del humor constante por lo que hacen y dicen los personajes, nos lleva irremediablemente a meditar en el hecho de quiénes somos realmente, quiénes queremos aparentar ser y cómo nos ven los demás.

El trabajo de dirección, en esta ocasión, es realmente loable. Por el esfuerzo para conseguir que una pieza con estas dificultades quede impecable. Por la selección del elenco de dos actores que sean capaces de hacer confluir de forma intachable su vertiente dramática y cómica a la misma vez. Y por conseguir la vuelta de tuerca necesaria en su montaje para lograr impresionar a un espectador acostumbrado al teatro. El juego de espejos que Utzet nos propone, el del personaje cuando se mira desde fuera y el personaje cuando rasca hacia su interior, está genialmente conseguido y le añade aliciente a la interpretación.

A la dirección se le suman la escenografía práctica y funcional de Paula Miranda, con unos bellos lienzos finales, sencillos pero que perfectamente podrían evocar algún que otro paisaje italiano como homenaje al autor, y el esencial trabajo de Giulia Grumi con el vestuario, que tiene un papel principal e imprescindible en todo el conjunto. Asimismo, la ambientación que consiguen las luces de Pep Barcons (inolvidable el momento Vitangelo-perrita-farola-noche) junto al espacio sonoro que crea Guillem Rodríguez seleccionado con muy buen gusto para la ocasión, acaban de redondear el resultado final de la pieza.

Finalmente, están Marc Rodríguez y Laura Aubert. Es evidente que su trabajo aquí es fundamental para que Un, ningú i cent mil funcione. Rodríguez, con el que nos quitamos el sombrero, se lleva un 10 sin duda alguna por su gran dicción, por su excelente gesticulación (un lenguaje facial que lo dice todo sin una palabra), por su desternillante humor… en definitiva por su interpretación de este Vitangelo, pero sin duda alguna también, por su papel en el segundo acto. Simplemente por esos minutos, vale la pena ir a verlo. Y la Aubert nos demuestra una vez más que está donde está por algo. Tras habernos hecho reír hasta la saciedad recientemente en La tendresa de Sanzol, continúa con esta bis cómica que tan bien se le da llevando a cabo en el primer acto un trabajo de alto valor escénico convirtiéndose una y otra vez en la multitud de personajes con los que se encuentra Moscarda hasta convertirse finalmente en él. La compenetración de ambos, el extenso ensayo que se percibe y la compleja pero brillante ejecución se granjea el éxito inmediato de la pieza. A continuación, en nuestras casas, la reflexión sobre la profundidad del mensaje y el significado de este montaje, una vez en frío, acaba dándole la nota que se merece.

Un, ningú i cent mil te hace pasar un buen rato. Te arranca sonrisas y alguna que otra carcajada. Te hace pensar casi sin que te des cuenta en algo que está tan a la orden del día como la imagen que proyectamos y quienes somos verdaderamente en una era comandada por las redes sociales y el mundo digital; un contenido apropiado e interesante en este siglo XXI a pesar de haberse escrito hace casi 100 años atrás. Son de las obras con un estilo teatral diferente a las que siempre hay que darles una oportunidad, porque dados los ingredientes, nunca defraudan.

Crítica realizada por Diana Limones

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