Poco abundan las secuelas en el teatro, pero La Vuelta de Nora supone una excepción curiosa en el Teatro Bellas Artes, contando con Aitana Sánchez-Gijón como la celebre protofeminista de Ibsen.
Han pasado 15 años desde que Nora (Aitana Sánchez-Gijón) cerrase la puerta de casa, con su abrigo y una maleta, sumergiéndose en la noche, y dirigiéndose a su hogar, donde le sería más fácil encontrar trabajo y empezar una vida nueva. Allí quedaba Tolvald (Roberto Enríquez), con los anillos de casados; Anne-Marie (María Isabel Díaz Lago) al cuidado de los pequeños, y velando la cuna de Emmy (Elena Rivera). Ahora Nora retorna a la que fue su casa de muñecas, donde ella se sentía un títere entre peleles, actuando sin voluntad propia, manoseada por la sociedad y cuestionando su figura en el mundo.
Si uno se aproxima a Casa de Muñecas de Henrik Ibsen, se encuentra que el personaje de Nora se mueve en una telaraña de intrigas domésticas, donde ella misma es la araña y la mosca, atrapada por sus propias (malas) decisiones, secretos, y acciones interesadas. Este nuevo texto de Lucas Hnath, que sirve de continuación contemporánea de aquella, nos presenta un escenario similar, en que las decisiones de Nora, vuelven a poner en jaque a su familia, y las vidas presentes de estos. Sin entrar en revelaciones cruciales, La Vuelta de Nora vuelve a visitar el ahora vacío salón de la casa, para que sus personajes se rindan cuentas una vez mas.
Más allá de la sonada polémica en la época de Casa de Muñecas, el sino de Nora no me resulta ni tan atrevido, ni siquiera con una motivación realmente feminista, como se ha venido describiendo. Recuperando la Nora original, esta mujer acomodada, aparece ante mis ojos como una “lianta” y caprichosa, de la que no se entiende que llegue a espetar a su marido que nunca ha sido feliz, sino que ha estado solo alegre, ante los ojos de los demás. Nora utiliza al médico, al subalterno de su marido, a su amiga la Señora Linde, y a su fiel Anne-Marie, en beneficio propio, por lo que el desenlace de Casa de Muñecas roza la justicia poética al verla huir de su casa, no buscando esa educación que ansía, ni esa soledad liberadora del terrible yugo masculino de su difunto padre y su amantísimo marido, sino para escapar del escándalo y el deshonor.
Aitana Sánchez-Gijón, dirigida aquí por Andrés Lima tras el brillante tándem que formaron Medea, logra dar un giro a la maquiavélica protagonista y en La Vuelta de Nora, todos esos adjetivos que han denominado el origen del personaje, cobran sentido y presencia sobre el escenario. Aitana, una vez más, vuelve a sorprender en escena interpretando, ahora si, a una mujer empoderada, que ha logrado todo aquello que se propuso en su vida anterior, y de cuyas motivaciones debió cobrar conciencia al salir por esa puerta quince años atrás. Esta si es una convincente Nora, independiente, sabia, con total conciencia de su persona, y voluntad propia, a pesar de toda la maquinaria legal y judicial que le impiden ser totalmente libre y autónoma.
Roberto Enríquez interpreta toda una reivindicación de ese Tolvald demonizado por la caprichosa Nora original, esa mujer con la que compartió ocho años, y a la que realmente concibe como una extraña cuando esta se ve vencida por las circunstancias y no acepta que “su señor” no asuma la culpa y responsabilidades de sus desastres. Desde la ingenua y juguetona irrupción por la ventana, hasta la paralizante realidad de quien tiene delante y ese choque de trenes que supone el careo final del matrimonio, el trayecto del personaje de Enríquez es el mas rico y matizado, y toda una sorpresa, en cuanto a descubrir otra cara de ese personaje, no por el talento indiscutible y muy renovado aquí, de Roberto.
María Isabel Díaz Lago recibe aquí todo el protagonismo que su Anne-Marie no tiene en el original, y al igual que ocurre con Tolvald, dignifica a otra “víctima” más de Nora: la que fue su verdadera madre, y por partida doble al haber adoptado ese papel con sus hijos, da una lección de orgullo y humanidad a la no tan arrepentida Nora que retorna buscando una vez más, algo de ella. Díaz Lago recibe el encargo de aportar alguna vis cómica a un drama que de haber tenido mayor intensidad interpretativa, hubiese sido asfixiante, y mucho más disfrutable, pudiendo haber utilizado esa deformación espacial del sorprendente diseño de escena de Beatriz San Juan, como un personaje más.
Elena Rivera es la aportación original de La Vuelta de Nora, y no contamos con una referencia de la que partir, como con el resto de los personajes. Su Emmy toma la palabra y el testigo que nunca tuvo en el pasado, y es el claro ejemplo de que realmente nunca pasa nada; en esa conversación que mantiene con su madre, se constata que la lucha individual de una, sin el espejo en el que mirarse la otra, de poco ha servido. En esta vida necesitamos referentes y la lección que quiso dar Nora con su partida, ha caído en saco roto en su familia, sirviendo la personalidad y acciones de su hija mas como un capricho del destino, una bofetada del karma que como su retorno, le vuelve a Nora.
La Vuelta de Nora es casi una reproducción del original, un reboot de Casa de Muñecas, que gracias a una muy buenas interpretaciones, y una excelente labor de dirección, logra que las dos horas pesen lo justo en el espectador, y asistamos a la resurrección de un clásico reversionado y con una vuelta de tuerca, pero con el carácter contemporáneo y un real valor de lucha y conciencia feminista.
Crítica realizada por Ismael Lomana