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01.05.2019 Críticas  
El arte poético (y laberíntico) de la transformación parateatral

El Escenari Joan Brossa propone un hábil y feliz encuentro. Laberint Striptease profundiza en el universo brossiano gracias a una dramaturgia, dirección y coreografía de Roberto G. Alonso que cuida y desmenuza el material de partida a partir de una mirada incisiva, sarcástica y corrosiva del particular espacio y mundo del autor.

Lo más importante de esta pieza es que no solo pone de relevancia el original sino que lo convierte en una valiosa, conveniente y transversal herramienta a día de hoy. No solo para entender el presente inmediato sino el valor que pueden tener las artes escénicas y visuales para reflejarlo y reformularlo. Transformación sería la palabra. A partir de Poesía escènica II: Striptease i teatre irregular, Alonso consigue plasmar su visión tanto sobre el autor como sobre su trabajo y, al mismo tiempo, hilvanar un espectáculo perfectamente urdido dentro del cabaret como género. Usando la idea de desnudo (en su momento prohibido) para mostrar que nada es lo que parece y cómo se puede elaborar y restaurar a partir de la imaginación y la poesía. Poesía completamente desarrollada a partir de la interacción y el fortalecimiento con y de los objetos, tanto a nivel estético como de contenido. Todo lo que comprenden y encierran se libera, implícita y explícitamente, también a partir del movimiento y los distintos lenguajes escénicos. Como Brossa, los implicados en esta propuesta se valen de un género tradicionalmente (y erróneamente) considerado menor o incluso bajo, para interrogar e interpelar al espectador, provocando también la carcajada o el impacto visual tras el embelesamiento contemplativo.

Transformismo, ilusionismo, danza (incluído el tan poco frecuente ballet) y acciones musicales u ópticas. Esta convivencia y adecuación no sería posible sin el diseño de escenografía de Víctor Peralta (y atrezzo) y Toni Murchland. Telones y cortinas que muestran y ocultan, que descubren y esconden lo que sucede a ambos extremos del escenario y a dos bandas. La iluminación de Albert Julve adquiere un especial protagonismo en tiempo presente mientras dura la representación. Transformación, decíamos, realizada completamente a la vista del espectador. Como pedía y quería Brossa. Destacamos la elección de textos y sonetos, así como la Carta oberta a un crític. Muy oportuna la selección musical. La presencia de la canción francesa no deja de aludir a la libertad que en el momento de la escritura gozaba Francia en cuanto al tipo de espectáculo propuesto, aquí prohibido por el franquismo. Momentos como el de la confesión, la procesión, la romería, el fútbol, entro otros, sobresalen en una pieza que siempre va a más, de principio a fin. Emotiva la alusión a aquella Barcelona que ya no es, con el restaurante Cosmos (un histórico de Las Ramblas como centro neurálgico). Alonso y Peralta firman también el vestuario. Piezas tan originales como imprescindibles para ilusionarnos con el desnudo físico y artístico al que estamos asistiendo, llevándonos incluso al fetichismo más placentero y voluptuoso.

Los intérpretes dominan su disciplina y a la vez las ejecutan todas, siempre tiendo en cuenta el resultado conjunto. La presencia del MC Clown sirve para dotar de unidad y ritmo y favorece la comodidad y complicidad del público, que no necesitará refugiarse nunca en la inexistente cuarta pared. En nuestra función, Jordi Andújar defendió este rol con un desparpajo sorprendente y cómplice. Alonso (que alterna este personaje) le ha dejado un generoso espacio propio y se consigue mostrar tanto al intérprete como al personaje de un modo muy beneficioso para la función. Jordi Cornudella, es «el músico», también responsable de la dirección musical (valga la redundancia) y los arreglos. Es espectacular como se fusiona y desnuda a través de las distintas especialidades con sus compañeros en escena. Davo Marín nos encandila con su eminente expresividad y con una sentida lectura física de las coreografías (su transformación sacerdotal es espectacular). Un saltimbanqui diferente y muy representativo tanto del universo brossiano como «alonsiano». Laura Marsal destaca en su movimiento escénico y en su desempeño como bailarina. Juega especialmente bien el pulso entre destape, ocultación e ilusionismo. Elena Martinell consigue demostrar que por más versiones que hayamos escuchado de las canciones que interpreta, nunca está todo dicho cuando se tienen voz y sensibilidad propias para interpretarlas. Su «cantatriu» nos demuestra que el lirismo tiene cabida y casa perfectamente con el cabaret. Entre todos, consiguen que tan particular efecto didascálico se convierta en una feliz y efectiva realidad.

Finalmente, celebramos y nos sumamos al efecto y corolario que esta propuesta provoca en el público. En definitiva, un buen termómetro de su éxito. La entusiasta ovación (en pie) de gran parte de los espectadores en numerosas funciones es muy sintomática de su calado. Por su adecuación formal, conceptual e ideológica y su fantástica lectura del momento presente. Por su capacidad para evocar, reflejar, divertir, reflexionar e, incluso, emocionar. Por su finura para defender todo tipo de palos, especialmente el musical y todavía más el coreográfico, y por el acondicionamiento de todos los intérpretes dentro de cada una de las disciplinas convocadas. Por todo esto, Laberint Striptease configura una de esas propuestas que merece tanto la visita como propone, despierta e incentiva nuestra mirada crítica y partícipe como concurrencia activa. La impasibilidad o apatía no tienen cabida aquí y sí (y de qué manera) la amplitud de miras y la autenticidad.

Crítica realizada por Fernando Solla

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