El Gran Teatre del Liceu ofrece una de las grandes sorpresas de la temporada. No solo para los apasionados por la danza sino para cualquiera sensible a los estímulos y resonancias de las artes escénicas. La visita del Ballet de l’Opéra de Lyon con tres piezas coreográficas de Jiří Kylián entusiasma, deslumbra y encandila incluso al más exigente.
Kylián es un coreógrafo al que podríamos considerar algo muy cercano a un artista total. Su destreza, sensibilidad y valentía para explorar la disciplina que defiende se extiende también en la concepción de la iluminación. Los claroscuros que acompañan, muestran y ocultan a los intérpretes puede que conciban una de las mejores contribuciones imaginables en este terreno. También el uso de los elementos naturales (ese gran árbol y el fuego) se entienden excepcionalmente bien con la escenografía de Michael Simon y el sublime vestuario de Joke Visser , sin duda una de las señas de identidad de la propuesta y que ofrece una bellísima segunda piel a los cuerpos de todos los convocados en escena.
Con Wings Of Wax, así como con Bella Figura y Petite Mort (la pieza más celebrada) descubrimos que esa búsqueda incansable e inventiva de la modernidad se combina a las mil maravillas con una astuta selección musical del coreógrafo, colmado de temas no literales que dan una magnífica forma estructural al ballet. El mito de Ícaro como nunca antes lo habíamos experimentado y sin referencias explícitas o literales y que bien podría referirse a las batallas diarias a las que nos enfrentamos los seres humanos en nuestra intimidad. Un ballet oscuro para ocho bailarines que nos dejan sin aliento y que provocan un silencio tan evidente que incluso permite oír su respiración. La música de Johann Sebastian Bach y Philip Glass, entre otros, aporta un toque indescriptible y, al mismo tiempo, indisociable del impacto provocado.
La segunda pieza nos regala un trabajo complejo y con múltiples capas para reflejar una temática inquietante, tanto por su marco y exposición como por su presentación disfrazada. Cuerpos que se acercan y al mismo tiempo se retiran envueltos en una gran cortina negra (¡qué gran juego de telones!). Intérpretes que desfilan como cortesanos rodeados por un remolino de faldas de seda roja en contraste con sus torsos desnudos. Intimidad en un espacio abierto. Y un gran clímax final.
Por último, y tras Bella Figura, llega Petite Mort, una rotunda obra maestra. Misterio y procesión. Esgrima y coreografía. Silencio roto por el zumbido de las espadas o el impacto de las manos sobre la piel desnuda. Una coordinación excelente de todos los intérpretes que difuminan su condición atlética en favor de la coreográfica. Cielo que cubre el espacio, también con tela, para revelar los cuerpos de las mujeres. Siluetas minimalistas y detalles líquidos en el vestuario. Una gloriosa (y mejorada) visión de la sexualidad y la eterna dicotomía entro lo humano y lo divino. El juego lumínico crea una dicotomía entre el blanco y el amarillo y las sombras de los troncos. Luces y sombras que, de nuevo, evidencian la intención del artista y se relacionan mostrando intensidad, confianza y suavidad intermitentes con estos excelsos representantes del Ballet de l’Opéra de Lyon.
Finalmente, la visita de la compañía como el programa elegido (y por supuesto, el talento de Kylián y del equipo técnico y artístico) demuestran que no está todo dicho en el terreno de la danza. Clásico y contemporáneo no son opuestos sino camaradas contiguos y anexos. Una puesta en escena excepcional y una técnica impecable que incluye y abraza una emoción y sensibilidad inauditas espera a todas aquellas personas que ven, también en la coreografía, una manera de vivir, sentir y expresar las inquietudes humanas más íntimas y definitorias. Un triunfo.
Crítica realizada por Fernando Solla