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17.04.2019 Críticas  
Chéjov: una nueva revisión

Aloja durante estos días la Sala Gran del TNC de Barcelona El jardín de los cerezos de Antón Chéjov revisitado por Ernesto Caballero y producido por el Centro Dramático Nacional. Un montaje con ciertos atractivos, que entretiene, pero que genera sentimientos encontrados para algún que otro espectador.

Esta es la cuarta obra cumbre del autor ruso, junto a La gaviota, Las tres hermanas y Tío Vania. Una comedia ambientada en la Rusia de finales del siglo XIX, en la que se escenifica la caída económica de burguesía y aristocracia para dar paso a un alzamiento del poder adquisitivo de los hijos de esclavos de esos mismos señores. En El Jardín de los cerezos, Liubov Ranévskaya es una de esas mujeres que vive junto a su hermano, hijas, institutriz y servicio en la casa familiar que está a punto de perder por su cabeza y algunas malas decisiones. Entre ellas, no escuchar la propuesta de negocio de Ermolái Lopajin, un comerciante hijo de un antiguo labrador de la casa, quien insiste en que la única forma de sobrevivir y monetizar esos bienes es vendiendo el jardín y convertirlo en pequeñas parcelas que sean residencias de verano para los turistas. El ego y la despreocupación de los ocupantes de la casa desoye el consejo, con el consecuente y previsible final de la historia.

Caballero revisa el texto y lo presenta como un trabajo a medio camino entre el teatro contemporáneo y el clásico, con un elenco fornido y una ficha técnica bastante interesante.

El montaje se podría decir que contiene algunos puntos excelentes, otras cosas muy buenas y un par de detalles que encuentro fuera de lugar. En cuanto a esto último, me refiero a el baile de disfraces, que ocupa el bloque central de la obra. El espacio sonoro que Luis Miguel Cobo utiliza todo el tiempo es agradable, evocador, muy de acorde con la intención. Pero el vídeo proyectado en el telón de fondo durante la fiesta, con esa música pop estilo Europa del Este y el karaoke con los temas de Queen, va a ser que no acaba de encajarme en el conjunto por mucho que queramos que esto sea una comedia clásica modernizada. También la actuación, quizá demasiado estridente, de Karina Garantivá como la criada Duniasha se nos atraganta en algún momento que otro.

Por otro lado, el vestuario de Juan Sebastián Domínguez, actual en todo momento, que solo cambia en la fiesta de disfraces utilizando el de la época de Chéjov me parece una idea original y bien hilvanada y consigue justamente mezclar aquel mundo con el actual. También están muy bien Carmen Machi como protagonista, a la que encontramos quizá un poco contenida todo el tiempo y de la que nos hubiera gustado ver la contrastada progresión de su personaje quizá un poco más evidente pero, que sin duda alguna, está muy bien plantada en su papel, Miranda Gas e Isabel Madolell como las hijas, sobretodo la primera a la que ya llevamos viendo estas últimas temporadas confirmando uno tras otro su buen hacer y Secun De la Rosa, muy acertado en el papel del hermano Leonid.

Finalmente, como excelente del montaje, en primer lugar, el Lopajin de Nelson Dante que se crece a la par de que su historia va creciendo. Que realiza sus cambios de registro de forma impecable. Que es el nervio de la historia y que lo aprovecha de principio a fin. Un gran trabajo el suyo por el que vale la pena ver el montaje. Y luego está el mayordomo Firs, interpretado por una Isabel Dimas caracterizada e irreconocible. Un personaje que es encantador en sí mismo, pero que no cabe duda que ella también ha puesto una gran parte para convertirlo en ese ser especial que se pasea por el escenario soltando frases lapidarias. Otra de las razones para ver esta versión de Caballero. El estudiante Trofímov de Tamar Novas es otro de los personajes carismáticos que son interpretados con calidad y cariño y que se agradecen de ver. Y, finalmente, la escenografía de Paco Azorín. Una simple plataforma de madera giratoria en medio del escenario, que en algún momento se separa en dos y crea un pasillo a modo de paseo y sobre la que inicialmente solo habrá un trenecito de madera y una casa de muñecas. Dos paneles verticales laterales para proyectar las paredes de la casas, la luna o los árboles. Árboles que también veremos a momentos al fondo de escena tras una puerta que se eleva y por la que se aprovechará para dar entrada y salida a determinados personajes. Nada de mobiliario. Tan solo hojas de árbol para cambiar de estación. Y sumando a ese espacio escénico, la iluminación de Ion Anibal. Sencillez en todos los ámbitos, pero agradable efectividad.

Como conjunto, este es un montaje que en algún momento sentimos que cojea pero que se hace muy cómodo de ver. Quien quiera comprobarlo por sí mismo, aún tiene hasta el próximo domingo para probar. Y así también, aprovechar para ver algo del teatro de Madrid que tan poquitas veces podemos disfrutar aquí.

Crítica realizada por Diana Limones

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