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10.04.2019 Críticas  
La gran noche de Anna Pirozzi

El Gran Teatre del Liceu recupera la puesta en escena de La Gioconda de Pier Luigi Pizzi. La italiana Anna Pirozzi triunfó en la noche del estreno tras un súbito cambio de calendario por causas de fuerza mayor y lideró el primer reparto con éxito rotundo. Una soprano clásica que encuentra en este personaje a una fiel compañera de viaje.

Destacando por su timbre y su efusiva «italianidad», la soprano deslumbró con su rango vocal y su arrojo y vigor interpretativo. Grandes y voluptuosos gestos que, sin embargo, no restaron ni un ápice de su adecuación tanto a la partitura de Amilcare Ponchielli como al libreto de Arrigo Boito. Desde su primera intervención hasta su culminante desenlace se ganó no solo el respeto sino la admiración y una enorme y atronadora ovación por parte del público. Se creció ante el reto y aprovechó la oportunidad hasta lograr una noche para el recuerdo.

En esta misma línea entusiástica se mantuvieron el tenor Brian Jagde y su esmerado Enzo y una magnífica María José Montiel, totalmente inmersa (vocal y físicamente) en el personaje de La Cieca. Dolora Zajick demostró su valía como mezzosoprano y superó las diferencias de edad con su compañero de reparto (y su personaje) aportando una rotunda credibilidad en el canto. A su vez, Ildebrando D’Arcangelo consiguió una notable encarnación de Alvise Badoera. Todos ellos se alinean con la decisión escénica de Pizzi de priorizar la emisión y recepción de la voz y aprovechan e incluyen la frontalidad en su movimiento escénico. La dirección musical de Guillermo García Calvo defendió la partitura consiguiendo una inspirada y armoniosa labor de la Orquestra Simfònica. Mención para la labor del Cor del Gran Teatre del Liceu, en la que probablemente sea una de sus mejores intervenciones de la temporada.

Teniendo en cuenta la necesidad de liberar el máximo de espacio posible para poder desempeñar con éxito la Danza de las Horas, la escenografía ayuda a distribuir al coro aprovechando la profundidad de la caja escénica, consiguiendo un plácido equilibro entra la espectacularidad y la funcionalidad y una plasticidad y expresividad deudoras al movimiento del romanticismo en el que incluimos el origen de esta pieza. Lujo bien entendido para el vestuario y gran complicidad de la iluminación de Massimo Gasparon para enfatizar lo turbio e intrínseco de todo el conjunto. Tanto Letizia Giuliani como un arrebatador y excelso Alessandro Riga alcanzan uno de los momentos álgidos de la representación con su técnica y su caracterización y lideran la hermosa coreografía de Gheorghe Iancu.

Finalmente, la propuesta que nos ocupa supone una buena oportunidad para reflexionar sobre la necesidad (auto-impuesta a toda costa en algunas ocasiones) de modernizarlo todo. Si bien es cierto que la ópera no debe ser una disciplina artística con vocación museística, no lo es menos que siempre debería situarse como máxima benefactora filarmónica. El trabajo de Pizzi y García Calvo nos presentan esta línea de defensa y, tras la asistencia, podemos afirmar que la calidad de la experiencia organiza muy satisfactoriamente nuestro orden de prioridades cuando nos acercamos a una casa de ópera.

Crítica realizada por Fernando Solla

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