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01.04.2019 Teatro  
Languidez floral

Una fiesta por preparar, flores, música y recuerdos. Un día en la vida de Mrs. Dalloway. El Teatro Español se viste de languidez burguesa. Carme Portaceli dirige una función en la que Blanca Portillo no defrauda. Expectación desmedida por un montaje que deja un sabor agridulce.

Mrs. Dalloway de Virginia Woolf era uno de los montajes estrella de la programación del Español. Junto a El Sueño de la vida de Lluis Pasqual eran las dos grandes propuestas de la temporada. A veces la expectación y las ganas de ver montajes históricos juegan en contra de las mismas propuestas. Ver a Blanca Portillo, la Portillo sobre las tablas del Español es suficiente acicate como para dejarse llevar por la emoción. Si a eso se le suma el texto de Virginia Woolf, entonces la expectación se redobla. El resultado se salda con sensaciones contradictorias.

Mrs. Dalloway cuenta los avatares de nuestra protagonista. En las horas previas a la celebración de una de sus muchas fiestas, la señora Dalloway se someterá a un examen de conciencia. En un juego de idas y venidas en el tiempo aparecerán personajes que han transitado por su vida. Esos personajes le servirán a Mrs. Dalloway para hacer balance. Bisexualidad, feminismo, crisis existencial, amores rechazados, conflicto madre-hija, suicidio, vida. Mrs. Dalloway se enfrentará a esos fantasmas mientras el reloj marca las horas que faltan para que lleguen los invitados. Mrs. Dalloway se siente invisible, mediocre, preocupada por la tardanza en la llegada de las flores. Pero Mrs. Dalloway quiere escapar de eso, de su languidez, de su irrelevante vida. La llegada del Doctor a la fiesta, con la noticia del suicidio de Alice, una de sus pacientes, desatará el torrente retenido. La fiesta puede empezar, las flores han llegado.

La propuesta de Carme Portaceli pasa por atemporalizar el texto de Mrs. Dalloway. Entran en juego teléfonos móviles y whatssaps. Música rock interpretada por los mismos actores. Aunque los personajes sean eminentemente victorianos, los descolocamos y el juego funciona. Lo que quizá no funciona tan bien es un elenco descompensado. La Portillo sobresale y es un lujo escucharla. Su bienvenida a la fiesta, micrófono en mano, entre el patio de butacas es pura realidad. El silencio se masca. Grande la Portillo. Inma Cuevas no se queda atrás, si bien su personaje tiene un arco más reducido, tiene brillantes momentos. El resto de personajes aparecen más desdibujados. Manolo Soto salva con equilibrio su Peter, el amor rechazado de la señora Dalloway. Gabriela Flores tiene el difícil papel de Alice. Lo resuelve, pero la falta de antecedente de su personaje juega en su contra. Jimmy Castro, Jordi Collet, Anna Moliner y Zaira Montes, en papeles más reducidos se hallan un escalón por debajo. ¿Cómo habría funcionado esta Mrs. Dalloway como un soliloquio de la Portillo? Eso es algo que tendrá que esperar, pero suena ciertamente apetecible.

La escenografía es grande, efectista. La música en directo le da un plus de modernidad al evento, aunque innecesaria. El ritmo es lánguido, como ese pasar de las horas. Es una ensoñación, una duermevela reflexiva. El montaje alza el vuelo con el inicio de la fiesta. Ahí el conjunto cobra fuerza, tanto escénica como interpretativa. Las flores llenan la casa y despiertan la vida. Ahí las reflexiones apuñalan.

Siendo esta Mrs. Dalloway un montaje irregular, se disfruta por ver a la bestia parda que es la Portillo en un escenario. Estoy seguro que con menos expectativas puestas se disfruta el doble. Así que acudan a dejarse mecer por la languidez.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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