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01.04.2019 Críticas  
El teatro es una fiesta

El Teatro de la Abadía acoge hasta el próximo 14 de abril las representaciones de Dos nuevos entremeses, «nunca representados», de Miguel de Cervantes. Ernesto Arias dirige “La guarda cuidadosa” y “El rufián viudo llamado Trampagos” y logra, sin duda alguna, transmitir el carácter festivo del teatro breve del Siglo de Oro.

Los entremeses entretenían y divertían a los espectadores durante las largas representaciones en los corrales. Arias, junto con un maravilloso elenco de diez actores, conserva su función original y crea una única pieza a través de personajes humildes, de corte picaresco, y situaciones recurrentes, en que el ritmo frenético y el humor, muchas veces escatológico o sexual, derivan, gradualmente, en la carcajada, el baile y la celebración. Por ejemplo, el personaje de Escarramán (José Juan Sevilla) abrirá la función y se convertirá en una constante paseándose de un lado a otro del escenario cual fantasma hasta ser identificado y liberarse de sus cadenas al final del espectáculo en un fin de fiesta inolvidable.

Como en los textos de Cervantes, esta producción del Teatro de La Abadía conjuga la miseria y la risa y mantiene acciones y tiempos reconocibles al espectador durante hora y media de función, sin caer en la monotonía. En este sentido, destaca el discurso tragicómico del personaje de Trampagos (Marcos Toro), que, arrodillado en la oscuridad del escenario, frente al pozo, llora la muerte de su querida para posteriormente quitarse la casulla y elegir una nueva acompañante.

Los intérpretes asumen más de un personaje y realizan una labor coral tremenda, que requiere de gran complicidad y coordinación. La sobria escenografía, que consiste en dos ventanas y un pozo en mitad del escenario, procura equilibrio ante la aparición de numerosos personajes al mismo tiempo. Por otro lado, la música enmarca la obra y juega un papel principal, más allá de la ambientación acorde con la época; los intérpretes cantan y tocan en directo guitarra y percusión, mostrando sus habilidades musicales, especialmente en el momento de rondar a las damas, fregonas o doncellas. El espectador identificará al cantante interpretado por Nicolás Sanz, cuyo característico movimiento de brazos anuncia el comienzo de una nueva trama. Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, tres grupos de músicos diferentes se enfrentan en una batalla musical por la atención de una doncella.

Uno no puede evitar reconocer el pensamiento y la prosa de Cervantes en el personaje del soldado, tierno por momentos, de aspecto y comportamiento quijotesco, o en la narración de Escarramán, cercana a las vivencias del escritor, a la historia del cautivo y a los cuentos que relataban los personajes del Quijote en las tabernas de mala muerte. De hecho, el personaje del soldado (Ion Iraizoz) abrirá la función, junto con el personaje del sacristán (Juan Paños) y ambos marcarán el tono de lo que sigue.

Todos y cada uno de los intérpretes brillan en escena, demostrando su gran versatilidad. Además de los ya mencionados, Aída Villar clava el papel de mozo y Pablo Rodríguez el de amo. Por su parte, Carmen Valverde, Carmen Bécares y Luna Paredes se lucen como La Repulida, La Mostrenca y La Pizpita en la segunda parte del espectáculo y protagonizan una de las escenas más desternillantes de la función mostrando todos sus encantos ante el viudo Trampagos.

En estos momentos finales de la trama, en que alguien debe resultar elegido o elegida, el espectador participa o, al menos, observa activamente el proceso de decisión, situándose en el mismo plano que los personajes que contemplan, expectantes, la resolución de la pelea. Los claroscuros, la simetría entre los dos grupos de personajes y la expresión y mirada de los intérpretes contribuyen a la efectividad de este tipo de escenas, siendo especialmente bellas y llamativas aquellas en que los personajes ocupan un mismo espacio en el centro del escenario, como si construyeran un gran cuadro barroco o un gran personaje que se dirige al público, confundiéndose casi las cabezas, cantando al unísono.

Dos nuevos entremeses, «nunca representados» es un trabajo que denota gran admiración por la figura, la obra y los personajes de Cervantes, sin resultar explícitamente pedagógico; un espectáculo que refleja el tiempo del escritor, la mezcla de escepticismo e idealismo, de placer mundano y profundidad, mostrando la vigencia de sus cavilaciones, tales como los ambientes nocturnos, la venida de la muerte, la desigualdad social y las injusticias, la celebración de la libertad y la independencia y la confusión entre amor e interés. El espectador saldrá contagiado del espíritu y el verso cervantino y de la energía y alegría que surgen en el escenario.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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