La Zaranda vuelve a Barcelona, de nuevo al Teatre Romea. El desguace de las musas nos traslada a un lugar alegórico. Metáfora del espacio (también cultural) que ocupamos. Un entorno metafísico donde la frivolidad y la tragedia se dan de la mano. Entre fregonas y ratas y en la penumbra más antiheroica, una vez más, ¡La Zaranda resiste!
Nos gusta descubrir que el origen de este espectáculo se encuentra en nuestro barrio chino. La idea surgió cuando se representaba Ahora todo es noche en este mismo teatro. El influjo de la Bodega Bohemia está presente aunque solo como base de inspiración, ya que lo que se describe es tan cercano por universal. Con la habitual utilización de los mínimos elementos escenográficos y de su integración y constante reubicación y transformación con el trabajo y el movimiento de los intérpretes, se construye tan particular universo. Una imagen sentimental más que tangible que nos arrastra al lugar emocional y de posicionamiento requerido. En mitad de canciones y frases totalitaristas alusivas y reconocibles vamos entrando en esta especie de ritual que es a la vez fuertemente reivindicativo.
Un refugio para estas caricaturas trasnochadas de artistas que la fantástica iluminación de Peggy Bruzual tiñe de azul y de oscuridad. También de luminosidad cuando corresponde. El vestuario de Encarnación Sancho desnuda a la vez que viste a estos agónicos personajes con ropajes desgastados que nos permiten ver lo que alguna vez fue y en qué ha quedado todo. La clausura de la cultura. Anestesia rupturista tanto para los personajes como para los intérpretes y el público. Juntos han creado y mantenido un lenguaje propio y ese es precisamente el lugar y demarcación. El suelo conquistado y del que nadie nos moverá. De este modo, tanto el texto de Eusebio Calonge como la dirección de Paco de La Zaranda nos acompañan de frente, de cerca y desde los adentros. Juntos nos llevarán desde el inicial extrañamiento hasta esta inmersión que una vez alcanzada ya no nos abandonará. Y, a pesar de todo, el más colorista de todos los espectáculos de la compañía.
Sin duda, el detalle más novedoso de esta inclasificable propuesta es la convocatoria de Gabino Diego, Inma Barrionuevo y Mª Ángeles Pérez-Muñoz. Con ellos, revisitamos el género del cabaret, pasado por el tamiz del auto sacramental y el sainete. Prácticamente un guiñol. Resulta tan sorprendente como beneficiosa para la función la alineación de estos tres artistas al tono y registros de Francisco Sánchez (Paco), Gaspar Campuzano y Enrique Bustos. Un trabajo impecable y que consigue transmitir todas y cada una de las premisas de la pieza. Diego juega muy bien el rol de intérprete-personaje, así como con la función de su figura en la pieza. Lo mismo sucede con Barrionuevo y la aportación de Pérez-Muñoz como soprano y pianista. Junto a los tres «veteranos» asistimos a una verdadera coreografía nostálgica y furibunda, doliente y certera, diezmada y desplumada. Una excelente labor de los seis, capaz de aportar y desarrollar tan idiosincrásico lenguaje interno.
Finalmente (y una vez más), con El desguace de las musas nos encontramos com una compañía que logra crear figuras de pensamiento que expresan una realidad y escenifican ideas a través de un concepto estético y una manera de entender el arte teatral que va mucho más allá de cualquier etiqueta. Una culminación técnica y estética cuya manifestación artística dibuja una red de significación compleja compartida más allá de la cuarta pared. Creatividad genuina y no ombliguista. En todo caso, altruista.
Crítica realizada por Fernando Solla